“UNA MEDALLA NO TE DA DERECHO A NADA”
Atrás quedó el legendario basquetbolista y en el presente está el
empresario, dirigente, periodista, rockero y padre. En el futuro, escalar el
Aconcagua. En esta charla informal, Fabricio Oberto habla de libros, sueños y
del paso del tiempo. La nota fue publicada en Nueva.
Al borde de los 40 años, Fabricio
Oberto –basquetbolista emblemático, integrante de la llamada Generación Dorada-
prefiere no detenerse en el calendario. Tras dejar el profesionalismo, no cesan
sus proyectos. Recorre el país dando charlas, cumple funciones dirigenciales en
la
Confederación Argentina de Básquetbol (CABB), maneja su
propia bodega, le pone garra a su banda de rock Uneven, sigue al frente con dos
sólidos proyectos periodísticos y además es padre: a su hija Julia, de 9 años,
la mencionará con especial cariño en la siguiente charla. Pero hay más: sueña
todavía con escalar el Aconcagua. Esa es su deuda personal.
Escucharlo es un placer.
Transmite en cada frase cierta informalidad agradable acompañada de esa tonada
cordobesa que delata su origen en Las Varillas. No tiene pose de estrella y la
sonrisa es una constante. Así, cualquier conversación puede fluir sin esfuerzos
en un intercambio de preguntas y respuestas al que se le suman comentarios de
cualquiera de las partes. Lleva una barba de varios días que con su corte de
pelo de raya al costado le da cierto aire a Julio Cortázar, de quien dicen era
tan alto como él. Encima, ambos flacos. Y a él, comentará, aún le faltan varias
lecturas “cortazarianas”. Otra deuda personal.
-¿Así que me parezco a Cortázar?
¿Vos sabés que una vez entrevisté a Juan Sasturain y me llevó a recorrer la Galería Güemes y me
contó que ahí transcurría la historia de “El otro cielo”, el cuento de
Cortázar? Ese en el que de un lado el protagonista vive en Buenos Aires y
cuando cruza cierto límite aparece con otra vida, en París. También me llevó a
Parque Lezama y recorrimos los mismos lugares que se describen en la novela de
Ernesto Sábato, “Sobre héroes y tumbas”. ¡No sabés las ganas que me dieron de
leer muchos más libros de ellos!
-¿Te gusta la lectura?
-Leo todo lo que puedo. Ahora
estoy tratando de elegir textos cortos, que sean rápidos, porque estoy en mil
cosas a la vez. Y como no tengo tiempo, voy eligiendo libros que me
recomiendan. Soy de marcar. Me gusta leer con una lapicera en la mano y
escribir en las páginas. Creo que esa es la vida del libro.
-¿Cómo se distribuyen tus días?
-En las charlas que hago por el
país, en la bodega que tengo en Catamarca, en estudiar música, haciendo cosas
con la Confederación.
Además sigo con el programa de radio por Vorterix, “Bestias
mediterráneas”, con José Palazzo, transmitido desde Córdoba; nos divertimos
muchísimo. En unos meses arrancaremos con otra temporada de “Lado Oberto”, por
T&C Sports. Pero en medio de tanto, lo que más quiero es compartir el
máximo de tiempo posible con mi hija, Julia, que tiene 9 años. Trato de tenerla
siempre conmigo: la llevo a reuniones, a charlas, a recitales. Me gusta
compartir con ella.
-¿Te pesan los 40 años (nació el 21 de marzo de 1975)?
-No, porque sigo con proyectos.
No le doy importancia a la edad. Tengo unas ganas enormes de hacer. Todavía
está todo por hacerse. Al menos es lo que siento. Estudiar música es algo que
me mantiene vivo. Y lo mismo llevar adelante las otras ideas. Las charlas, por
ejemplo, me ayudan a sentirme bien. En lo personal, tengo claro que hay muchos
chicos a los que se les puede transmitir lo que uno vivió. Creo que es una
forma de vida no quedarse en el pasado. Todos mis compañeros de la llamada Generación
Dorada siguieron el mismo camino. Una medalla no te da derecho a nada.
UNA CUESTIÓN DE CONFIANZA
-¿Cuesta no creérsela cuando lo que se hace toma cierta trascendencia
pública?
-En lo personal, no me creo ni me
creí nunca ningún personaje, ni cuando entrenaba ni al entrar a la cancha. Lo
que tuve, sí, fue confianza, basada en el trabajo y la práctica. Pero esa
confianza nunca fue con una súper autoestima. Era autoestima y nada más. Yo
siempre necesité trabajar ese aspecto mío. Y nunca paré en ese sentido.
-¿De qué manera lo trabajaste?
-Por ejemplo, pasándome horas y horas
de entrenamiento. Llegué al punto que me dijeran “mañana tenés día libre, no
venís”, para que deje de practicar. Si no, estaba siempre haciendo algo. Un
deportista entrena la mente, además del físico. Estar sentado mientras sabía
que podía mejorar aunque sea una milésima, un algo, me llevaba a presionarme.
-¿Por qué?
-Supongo que se debe a que el
atleta de elite tiene un virus del que hay que curarse, porque si no llega un
momento en el que uno cree que puede hacer todo. Hasta planeé subir una montaña
y volverme para jugar. Pero puse los pies en la tierra y no lo hice. La montaña
era el Aconcagua, así que imagináte.
-¿Qué te hizo desistir?
-Que tenía un compromiso
importante con el básquet. Pero la idea era ir unos días, subir y bajar. Un
amigo me dijo que no, porque además tenía problemas del corazón.
-¿El Aconcagua es tu deuda personal?
-Si. Tal vez sea algo que haga en
los 40.
-¿Cómo estás de salud? ¿En qué quedó aquella arritmia de la que te
operaste en junio de 2009?
-Me controlo. Gracias a Dios, no
recaí. Tuve una ablación, aunque puede pasar que me hagan dos o tres. Por ahora
voy bien.
-Retirado del básquet profesional, ¿seguís haciendo ejercicios?
-Entreno, pero uno conoce su cuerpo
y entonces el ritmo ya no es el mismo. De todos modos, siento que estoy mucho
mejor cuando entreno que cuando no hago nada. Por eso no paro de entrenar:
corro, voy al gimnasio. Siempre hago algo. Llegué a correr 10 kilómetros de un
tirón, pero en las articulaciones sufro ese esfuerzo, así que por ahí me quedo
en los 3 o 4. En el último año desenchufé un poquito en eso de estar tan al
límite. El alto rendimiento no es tan saludable.
-No suele hablarse de las consecuencias de la actividad física extrema.
-Los mismos médicos con los que
hablé me dijeron que es así. Hacer deportes es bueno, pero tres o cuatro veces
a la semana. En cambio, nosotros entrenábamos todos los días y lo máximo que se
podía. Hoy tengo la espalda con principio de hernia en muchos lados, que
gracias a Dios no se nota tanto y puedo seguir haciendo cosas, pero... Tengo la
espalda en mal estado. Entreno porque eso me mantiene en un centro, tanto en lo
psicológico como en lo físico. La espalda no me duele, pero también es cierto
que hago menos cosas. Cuando juego al básquet con amigos me esfuerzo un montón,
pongo todo en cada partido, porque no aprendí a jugar amistosos. Me pongo y
empiezo como si estuviese en la final de un Juego Olímpico.
-¿Cómo ves a la distancia del tiempo la historia que hicieron en el
básquet argentino con la
Generación Dorada?
-Aquella Selección fue algo que
comenzamos con el sueño de estar en un lugar como el que ocupaban los Estados
Unidos, Yugoslavia, Rusia y otros equipos que también eran potencia mundial en
este deporte. Y años después estuvimos por encima de ellos. Ni el más optimista
podría haberlo creído. Eso pasó porque hubo una junta de personas con el mismo
objetivo, las mismas ganas, todos compitiendo pero a la vez ayudándose. No es
que estábamos juntos siempre, sino que nos juntábamos cada diez meses. Sin
embargo, logramos hacer historia. Creo que eso fue. La relación sigue hasta el
día de hoy, que nos seguimos viendo y hasta a veces parece que viviéramos
juntos.
PURA QUÍMICA
-¿Por qué un equipo es campeón?
-Química. Química y ganas de
emprender, de querer lograr algo. También hay que tener talento. Si Ferrari no
tenía los pilotos que tuvo, no hubiese sido Ferrari. Pasa en todos los
deportes. Pero hay que remarla siempre. La misma química sucede cuando se sale
campeón. Y no se sale campeón por suerte, sino por varios factores. A veces se
tiene un equipazo pero no se es campeón.
-¿Qué aprendiste de aquellos tiempos?
-Se aprende lo que no hay que
hacer. Eso es lo más importante: saber qué es lo que no hay que hacer y que si
lo hacés te irá mal. Salvando las distancias, lo del básquet lo uso en la banda
de música, Uneven. Si no repartimos el trabajo, no va. A veces advierto que nos
podemos llevar muy bien pero si no estamos alineados en la misma idea de banda,
las cosas no van. Trato de aprovechar esa toma de conciencia. También aprendí
que no se puede hacer nada sin respeto.
-¿Cuáles son las similitudes entre jugar al básquet y tocar en una
banda?
-Son muchas cuando las cosas van
bien. Porque al terminar de tocar también te das un abrazo con los compañeros.
Arriba del escenario estás solo, como en un equipo de básquet. Realmente cuando
te das un abrazo es que podés descargar un montón de tensiones, cosas que se te
cruzaron en la cabeza. Eso une. No es algo ficticio abrazarse. Realmente el
abrazo suelda una relación.
-¿Cómo va tu presente rockero?
-Este año tuvimos una gran prueba
al tocar en el escenario principal de Cosquín Rock, con bandas reconocidas.
Igual siempre está eso de “en este grupo toca el pibe que jugaba al básquet y
por eso lo ponen”. El rotulo está y estará. Por eso estudio y espero que en
cinco años me califiquen por lo que hago. Es todo un trabajo. Hay que luchar
contra esos rótulos. Igual, está buenísimo tener críticas, porque significa que
te empiezan a escuchar en serio. De todos modos me doy cuenta de que a veces me
dicen que sonamos bien y yo se que no. Eso no me gusta. Lo mismo en la cancha,
uno sabe cuando no hay fluidez o falta trabajo, práctica. La banda tiene que
seguir mejorando. La primera vez que subí al escenario en Cosquín fue en uno
alternativo. Hoy tenemos más de quince fechas oficiales y espero para el año
que viene tener más de 50. Se va notando un cambio y apuntamos a eso.
-¿Qué te da la música?
-Muchísimo. En 2013 toqué con los
Illya (Kuryaki and the Valderramas), que son unos monstruos, y tuve la
posibilidad de aprender. Cada vez que estoy con ellos aprendo de quienes están
en la cocina de una de las bandas más importantes del país, cómo suenan, cómo
trabajan. Verlos, estar a su lado, es acortar pasos. Son amigos. Un día me
invitaron. Me pusieron delante del escenario y toqué. Creo que son tan buenos
que arreglaron todo para que yo suene bien. Me costó unos 15 o 20 segundos
mirar a la gente, porque era un horario central. Pero al final me sentí bien.
Inclusive Adrián Dárgelos (líder de Babasónicos) me dijo que había ido a
alentarme. “Te alentaba cuando jugabas y también ahora que tocás”, me dijo. Son
muestras increíbles de cariño, de respeto.
-Mencionaste varias veces la palabra respeto.
-Porque es algo fundamental, en
todo sentido. Siempre trabajé para hacer las cosas bien y sin faltar el respeto
a nadie. Tanto en la cancha como en la música, ámbito en el que trato de hacer
las cosas de la forma más seria y escucho, que es lo que siempre te deja bien
parado. Más en un ambiente que no originalmente es el mío, porque no vengo del
palo musical. No hay ningún familiar mío que se haya dedicado a la música. Creo
que el respeto es fundamental, como la suerte de estar haciendo olvidar a la
gente de los problemas, como nos pasaba con los partidos. Por ejemplo, en los
tiempos del básquet nos alegrábamos muchísimo cuando nos contaban que en el
país nos veían a través de los televisores de las vidrieras de los negocios y
nos alentaban como si fuésemos la
Selección de fútbol. No lo podíamos creer. Y mirá a dónde
llegamos.
MANU, ESE AMIGO DEL ALMA
-¿Les vas a decir a tus nietos
que jugaste con Emanuel Ginóbili o él les va a tener que decir a los suyos que
jugó con vos?
-Nooooo. Para mi, Manu es una de
las personas que más me hizo crecer en todos los ámbitos. Es de esa gente que
te hacen mejor. Es tan simple como eso.
Así comienza el diálogo cuando el
tema es su amigo y compañero en la
Selección argentina y en San Antonio Spurs, en la NBA.
-¿Cómo es la relación entre
ustedes?
-Es de mucha charla. Hablamos de
los hijos, de todos los temas. Simplemente él te hace mejor. Cada charla…
cuando pasamos un tiempo sin hablar lo llamo y le digo “tengo que hablar con
vos”. Y pasamos por un montón de temas en un ratito. Siempre cuento que es de
esas personas que no sólo es buena en lo que hace dentro de la cancha, sino
también afuera, como tipo pensante, culto, muy preparado. Con 37 años sigue
jugando con un nivel increíble. No dejo de preguntarme cómo hace.
-¿Qué te respondés?
-Que sabe mantenerse. Siempre le
busca una vueltita más al asunto, no deja de pensar en cómo superarse. Se cuida
un montón. Sabe cómo optimizarse en la cancha.
DIARIO DE VIDA
Pívot en el básquet, Fabricio
Oberto integró la Selección
argentina que logró la medalla de oro en los Juegos Olímpicos de Atenas, en
2004, el bronce en los de Pekín, en 2008, y el subcampeonato del mundo en
Indianápolis, en 2002.
Empezó su carrera como jugador a
los 17 años, en Atenas, de Córdoba. Su carrera continuó en el Olympiacos Pireo
(Grecia), TAU Cerámica (España), Pamesa Valencia (España), San Antonio Spurs,
Washington Wizards y Portland Trail Blazers (Estados Unidos), y nuevamente
Atenas, en el primer semestre de 2013 hasta su retiro, a mediados de ese año.
Fue en tierras españolas donde
inició su carrera de guitarrista. También incursionó como conductor radial con “De
todo menos básquet”. En Argentina encaró dos proyectos periodísticos: “Bestias
Mediterráneas”, por radio Vorterix (se transmite desde Córdoba), y “Lado Oberto”,
por TyC Sports.
Hoy le dice a Nueva: “En julio
veremos qué nota haremos para ‘Lado Oberto’, porque la idea es volver a salir
en septiembre u octubre. Falta ver la lista de personajes a entrevistar.
Tenemos muy buenas cosas en mente. Y por otro lado, sentimos que la gente se
enganchó mucho con ‘Bestias mediterráneas’, que sigue. La paso muy bien
haciendo esos programas”.
Al mismo tiempo, tiene pensado
seguir tocando con su banda Uneven y continuar con funciones dirigenciales
tanto en la
Confederación Argentina de Básquet como en la FIBA.
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