LAS CICATRICES DE UNA LARGA AUSENCIA
LAS CICATRICES DE UNA LARGA AUSENCIA
El 11 de junio se cumplen diez años de la muerte del escritor Juan José
Saer. Lo recuerdan sus amigos Beatriz Sarlo y Alberto Díaz y la periodista
Florencia Abbate. La nota original fue publicada en La Gaceta, de Tucumán, y puede verse acá. Hay también una nota de opinión mía sobre cómo se puede ingresar a su mundo literario y otra con la escritora Florencia Abbate, quien escribió un libro sobre su obra.
Por Alejandro Duchini
La escritora Beatriz Sarlo dijo
alguna vez que Juan José Saer fue el más grande escritor argentino de la
segunda mitad del Siglo XX. Cuando La
Gaceta le pregunta por qué, responde: “Estableció una zona
literaria propia. Inventó una escritura que no tributa a Borges. Ni sus tramas
tributan el tipo de tramas borgeanas. En ese entonces surgieron dos líneas que
se iban alejando de Borges y colocaban a la literatura argentina en otro lugar,
original. Por un lado estaba Manuel Puig, quien iba hacia la cultura pop, y por
otro Saer, que apuntaba a una escritura refinadísima”.
Este 11 de junio se cumplirán
diez años de la muerte de Saer, nacido en Serodino, provincia de Santa Fe, el 28
de junio de 1937. Algunos no dudan en compararlo con Jorge Luis Borges y otros incluso
lo colocan un escalón arriba. Fue, de todos modos, un escritor de culto: nunca
tuvo llegada masiva.
Sus novelas, cuentos y ensayos
fueron traducidos al francés, inglés, alemán, italiano, portugués, neerlandés,
sueco, griego, checo y japonés. Actualmente se los puede conseguir en nuestro
país gracias a una prolija edición de Seix Barral.
“A fines del 2012 comencé a
publicar los Borradores inéditos, de
los cuales llevo publicados tres libros; el cuarto y último sale este año. Con
la publicación de estos cuatro libros, la obra completa de Saer estará
publicada en Seix Barral. Siento que de esta forma pago la deuda por todo lo
que le debo a ese amigo y autor extraordinario que fue y es Juan José Saer. Si
nuestra amistad algo le aportó a la obra de Juani es que comenzó a traspasar
los límites de una literatura de culto y se fue haciendo conocida más allá de
los círculos universitarios o vanguardistas. Saer tiene fama de ser un autor ‘difícil’;
yo creo que en realidad es un autor exigente con su lector, pero una vez que se
entra en su obra, crea adicción”, anuncia y opina ante este diario su amigo
Alberto Díaz, actual Director Editorial de Planeta.
Lo que dice respecto de la
adicción es cierto. Empezar a leerlo es un viaje de ida. Ya desde las primeras
páginas de cualquiera de sus libros se nota la diferencia con otros escritores.
Es, a la vez, actual. Sus novelas y cuentos bien podrían haber sido escritos
hace diez años o uno. Es lo mismo. Parece que el tiempo no ha pasado en ellos.
Cicatrices recomienda Sarlo para iniciarse en Saer. “Es una de sus
primeras novelas, con una serie de complicaciones formales pero al mismo tiempo
es una historia de adolescentes y de iniciación adolescente, que da una idea de
lo que es Saer desde el punto de vista de la escritura y lo que será su mundo.
Para mí es la novela por la que se puede empezar a leerlo. No es la mejor.
Aunque en realidad a partir de Cicatrices
todas las novelas de Saer son formalmente perfectas”, opina quien además de ser
su amiga es una gran defensora de su producción literaria.
Cicatrices fue escrito en Argentina y publicado en 1969, un año
después de que se radicara en París por una beca de la Alianza Francesa.
Anteriormente había alternado la escritura con su docencia de Cine en la Universidad Nacional
del Litoral. Pero ese viaje al Viejo Mundo, en principio por seis meses, le
alteró los planes. Se quedó para siempre, más allá de que nunca dejó de visitar
Argentina. Cuando se fue, lo hizo con su primera esposa, Mimi Caternao, con
quien tuvo a su hijo Jerónimo. Profesor de Literatura en la Universidad de Rennes,
conoció luego a Laurence Gueguén, con quien tendría una hija, Clara.
Fue a partir de los años 70 que
escribió sus trabajos de mayor reconocimiento. Su novela El limonero real y sus cuentos de La mayor son de esos tiempos. Ya en los 80 aparecen, entre otros, Nadie nada nunca, El entenado, Glosa y La ocasión. Premiado y con mayor
reconocimiento, en los 90 publica Lo
imborrable, La pesquisa y Las nubes. Los 2000 los inició con Lugar, su último libro de cuentos
publicado en vida.
Planeta lleva vendidos, desde 1994 a este 2015, más de
400.000 ejemplares en 26 ediciones y 120 reimpresiones. “Estas cifras son muy
significativas, sobre todo para un autor que no escribe para el mercado”,
analiza Díaz en tiempo presente.
Sarlo destaca de Saer la “originalidad”:
“En un sentido moderno, la originalidad de un escritor es aquello nuevo que
propone al sistema literario o un nuevo trabajo con las tradiciones literarias”.
SAER, EL AMIGO
¿Cuál es el primer recuerdo que
le aparece si le digo “Saer”?, le pregunta La Gaceta a Sarlo. La ensayista se toma unos
segundos y se lanza: “Me acuerdo vagamente de la lectura de Nadie nada nunca, durante la dictadura
militar. Se publicó en México. Sigue siendo mi novela favorita de él. Aunque sé
que no es su más grande novela, que supongo es Glosa. Pero en mi caso me marca por el momento de mi lectura, en
medio de la dictadura militar. Además, era un libro que no podía salir en Argentina
y sobre el cual, sin embargo, escribí. Después recuerdo de manera vívida la lectura
original de Glosa. Estaba mecanografiado.
Fue una experiencia fuerte, golpeante, leer el original de quien además fue un
amigo”.
En referencia a la amistad, Díaz no
olvida los detalles de ese 1985 en que se conocieron. “Él salía de la Librería Gandhi,
que en ese entonces estaba en la esquina de Charcas y Riobamba. Conversamos y
quedamos en vernos al día siguiente en mi oficina. Según él, nos presentó
Piglia. Éste desacuerdo de cómo ambos recordábamos nuestro encuentro, por
supuesto, evoca inmediatamente al Pichón Garay que en Glosa, 18 años después, está seguro de recordar que el Matemático
estuvo entre los asistentes al cumpleaños de W. Noriega. Al día siguiente nos
vimos en Alianza y le contraté los dos primeros libros, Glosa y El limonero real.
Celebramos el contrato, y sellamos nuestra amistad yendo a almorzar a Edelweis,
costumbre que mantuvimos incólume en nuestros 21 años de amistad”.
“Al momento de conocerlo, Saer
llevaba publicados en 25 años de trabajo once libros: seis novelas, cuatro de
cuentos y uno de poesía. Habían sido publicados en diez editoriales distintas y
seis ciudades diferentes: Santa Fe, Rosario, Buenos Aires, Caracas, Barcelona y
México. De estos once libros, seis los escribió en Santa Fe, siendo Cicatrices el último escrito en nuestro
país. Como todos sabemos, en 1968 Saer se radicó en Francia, y ahí, entre 1968 y 1985, escribió los
siguientes cinco libros”, agrega.
Díaz explica además que Glosa fue el que inició su etapa de
profesionalismo, ya que hasta entonces “Saer no había tenido una relación
estable con ninguna de las editoriales que lo habían publicado”. Y se explaya:
“Empieza a crecer su trayectoria como escritor, acompañada de mayores tiradas
de ejemplares y de presencia en los medios de prensa no especializados. Su obra
comienza a traspasar los límites de una literatura de culto y se va haciendo conocido más allá de los
círculos universitarios o vanguardistas. Sus libros ya eran más fáciles de
conseguir”. “En 1993 dejo Alianza y paso a Espasa Calpe - Seix Barral. Un año
después sacamos Cicatrices y La pesquisa en Seix Barral-Biblioteca
Breve. De ahí en más publico toda su obra: sus doce novelas, sus cinco libros
de cuentos más los Cuentos Completos,
donde incluye el inédito Esquina de
febrero, y sus cuatro ensayos. Total, 23 libros en distintas modalidades de
edición”, explica.
Tantos años de amistad, le
permiten a Díaz destacar los gustos de Saer. Entre ellos, que Glosa “era el libro que más le gustaba”.
Opinión que comparte, advierte. Y recuerda, además, que sus escritores
preferidos eran Borges, Roberto Arlt, Antonio Di Benedetto, Juan L. Ortiz,
Macedonio Fernández, Juan Carlos Onetti, Ricardo Piglia, William Faulkner,
Robbe Grillet, Cervantes, Góngora y Quevedo.
EL LARGO ADIÓS
“¿Por qué Borges tuvo mayor
trascendencia que Saer? Es difícil de contestar. Una podría decir que el
momento de la consagración de Borges en Europa llega con el Premio Formentor
(en 1961), que lo comparte con Samuel Beckett. Era un momento quizás ideal para
que ingresara un escritor, un gran escritor latinoamericano. Luego vino el Boom,
que acostumbró a los lectores europeos a un tipo de literatura latinoamericana
de la América
mágica, si se quiere, llena de peripecias, que es la opuesta a la de Saer.
Entonces Borges ingresó (a Europa) antes del Boom, con un premio de los 60
junto con Beckett. Y Saer ingresa al sistema europeo después. Y aunque está
traducido a las lenguas europeas, no es un escritor popular porque el Boom da
una imagen de lo que debe ser la literatura latinoamericana para los lectores
europeos”, opina Sarlo sobre los dos escritores que, como dice al comienzo de
esta nota, marcaron la literatura argentina del siglo pasado.
“El viernes 10 de junio del 2005
tuvimos nuestra última charla telefónica”, refiere Alberto Díaz al hablar del fallecimiento
de Saer. “Estaba internado en el sanatorio y me comentó que ya casi terminaba La grande, que sólo le faltaba el último
capítulo y que lo había pensado como una coda, no muy extenso, no más de veinte
páginas, y que había decidido terminar la novela con la frase ‘Moro vende’. Del
último capítulo, Saer escribió en el cuaderno el título, ‘Lunes, Río abajo’, y
la primera frase, ‘con la lluvia, llegó el otoño, y con el otoño, el tiempo del
vino’”.
Tenía 67 años al momento de su
muerte, ocurrida en París, como consecuencia de un cáncer de pulmón Fue sepultado
en el cementerio del Père-Lachaise. Sobre el 11 de junio de 2005, Díaz hace
memoria. Nunca es fácil hablar del adiós de un amigo. “A las 10 de la mañana,
su hijo Jerónimo me llamó para darme la pésima noticia de su muerte. Partí de
inmediato a París y el jueves, con la familia y otros amigos, pude despedir al
amigo del alma que fue Juani. Nuestra amistad inalterable por más de veinte
años se selló el día que firmamos el contrato de Glosa y El limonero real”.
“Recuerdo la tristeza con que leí
en computadora La grande, cuando Saer
ya había muerto y Alberto Díaz me hizo dos o tres preguntas sobre cuestiones
muy de detalle que habían quedado sin tocar en el original”, dice Sarlo, una
década después de aquel final.
Ahora, los diez años de ausencia
son una excusa para recordar a un escritor inolvidable. Por fortuna, están sus
libros. Sus geniales libros.
(Agradecimientos especiales a
Lucila Ivanoski y Cecilia Pintos, de Editorial Planeta)
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LA MUJER QUE ANALIZÓ A SAER
Por Alejandro Duchini
La escritora Florencia Abbate (1)
no llegaba a los 20 años de edad cuando, a mediados de los 90, se dio el gusto
personal y profesional de entrevistar a su ídolo, Juan José Saer. Lo admiraba
desde sus 15, cuando un profesor del secundario leyó en la clase Sombras sobre un vidrio esmerilado. Lo
escuchó y desde entonces quedó encantada con el autor de Glosa.
Aquella entrevista la propuso de
manera ambigua: cuando lo llamó, ella trabajaba en una revista independiente y
colaboraba con otros medios, como el suplemento cultural del diario El País, de
Uruguay. Pero no sabía dónde se publicaría, así que por temor a que no se la
concediera si no era para uno “grande”, evitó ese tema. Casi veinte años
después, y con la publicación de su libro El
espesor del presente (EDUVIM), genial trabajo en el que analiza las novelas
del santafesino, recuerda ante La
Gaceta aquella anécdota. Y agrega: “Al final, nos juntamos
por más de dos horas. Entramos en confianza. Yo no lo podía creer. También le
conté que no sabía para dónde era. Y para mi sorpresa me contestó que él
apoyaba más a los medios independientes que a los grandes. Que en este país había
muchas cosas hechas de manera independiente, que en Francia ya no existían.
‘Eso es lo bueno de Argentina’, me dijo”.
Pero lo más jugoso de ese
encuentro –y ese es el inesperado tesoro que puede generar una entrevista
periodística- se produjo después. “Él se tenía que encontrar con (Ricardo)
Piglia en un restaurante de la calle Cerviño (en Buenos Aires) y le ofrecí
llevarlo con mi auto. Me perdí en una calle cortada y se le hacía tarde. Pero a
la vez quería que el encuentro siga porque yo estaba con mi ídolo, y en mi
propio auto. No lo podía creer. Recuerdo que hablaba mucho. Que criticaba a los
escritores de moda: ‘No leas Auster ni Tabucchi. Leé a otros’, me recomendó. Me
hablaba de cuánto le gustaban los jacarandaes. No me olvido más de ese
encuentro”, recuerda.
Con el tiempo, y el trabajo, el
vínculo se volvió asiduo. Lo entrevistó otras tres veces. “Lo recuerdo siempre muy
simpático, campechano. Una está acostumbrada a los escritores que se hacen las figuras,
que impostan pose de intelectuales. Pero en el caso de Saer, nada que ver.
Tenía una ética muy anti-mercado. De hecho, su modelo era Juan L. Ortiz, un
poeta, un marginal del mercado”.
A diez años de su muerte, al
hablar de Saer con este diario sostiene sobre su obra que “cada novela era para
él un nuevo desafío”. Y se explaya: “En cada libro propone algo diferente, un experimento
distinto. Glosa es un ejemplo: 300
páginas sólo sobre de una caminata entre dos amigos que se encuentran en la
calle. Un tiempo breve. Un texto muy original”.
Cuando se le pregunta por qué
libro de Saer siente afecto especial, contesta: “Le tengo cariño a Cicatrices. Fue la primera novela de él
que leí. La veo para un público más convencional. El entenado es maravillosa. Hay otras que son más arduas. Como Glosa o Nadie nada nunca. Pero Cicatrices
es un intermedio. Una novela que tiene su densidad pero a la vez es muy amable.
Siempre me encantó. De hecho, cuando escribí El grito, mi novela, le copié la estructura, con esos relatos individuales
pero que se tocan en ciertos puntos”.
Sobre su análisis hecho en El espesor del presente, resume: “Lo que
señalo ahí es que me parece que como novelista de la segunda mitad del Siglo XX
es el que tiene la obra más grande: novelas, cuentos, ensayos. Posee una obra
de gran coherencia. Y en particular me interesó analizar la manera en que
aborda acontecimientos históricos de la Argentina. El entenado
se sitúa en la época de la conquista, Cicatrices
tiene personajes del peronismo en un tiempo de proscripción del peronismo y Glosa cuenta con cosas de la dictadura
militar. Pero todos esos contextos aparecen de un modo muy original”.
Y por último refiere: “Saer es un
gran modelo. Tiene una ética de escritor. Ha muerto sin tener agente literario.
Fue siempre fiel a sus búsquedas artísticas. Representa el amor real a la
literatura. Y también destaco la simpleza, la manera tan auténtica de
presentarse a sí mismo”.
(1) En El espesor del presente (Editorial Universitaria Villa María), la
escritora Gabriela Abbate analiza a Saer en base a sus novelas El Entenado, Las Nubes, La Ocasión, Cicatrices, Nadie Nada Nunca, Glosa y
La Grande.
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CICATRICES
Por Alejandro Duchini
“A partir de Cicatrices todas sus novelas son formalmente perfectas”, dice Beatriz
Sarlo en la nota que se publica en estas páginas con motivo de los diez años
del fallecimiento de Juan José Saer. Además, la señala como la ideal empezar a
leerlo. Admiradora y autora de un libro sobre su obra –El espesor del presente-, Florencia Abbate también destaca ese título
publicado en 1969. Y su amigo y editor Alberto Díaz, de Editorial Planeta, la
refiere con cierto cariño.
¿Pero por qué Cicatrices? Hay varios motivos. Uno de
ellos, porque es genial. Consta de cuatro historias que aunque son diferentes,
tienen algo en común. Su lectura está buenísima: consta de humor e ironía, algo
que no abunda. Aún hoy es actual. No cualquier libro logra sobrevivir al
tiempo.
Y están esos personajes que
surten efecto. Por ejemplo, el joven de 18 años que quiere ser periodista. Un
pibe que se maneja como adulto, que pasa sus horas entre un diario y su botella
de ginebra en la cama. Y su madre, a la que se describe de manera formidable
como una mujer provocativa, que se acuesta con cualquiera. Eso, a pesar del
fallecido padre, al que destroza en pocas líneas: “(…) era un hombre tan
insignificante que la más pequeña hormiga del planeta que hubiese muerto en su
lugar habría hecho notar su ausencia más que él”. Implacable.
¿Cómo no sentir bronca por ese
jugador empedernido que se gasta en unas pocas noches el salario de su
analfabeta empleada? ¿Cómo no gritarle, en el silencio de la lectura, para que
devuelva el dinero? ¿Cómo no sentir lástima por esa piba tan sumisa?
Sin dudas, Cicatrices es, como se lee en la contratapa de la prolija edición
de Seix Barral, “la mejor puerta para entrar en el universo saeriano y para
disfrutar de uno de los mejores narradores argentinos contemporáneos”.
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