TOMÁS ABRAHAM: “SIENTO QUE ESTA ES ‘MI’ OBRA”
El reconocido filósofo y escritor habló con La Gaceta acerca de su primera novela, La dificultad (Sudamericana), por la que dice sentirse “feliz”. En la charla surgieron otros temas, como la reciente muerte de su padre, la amistad y el aburrimiento de las aulas. Esta es la nota que entregué para La Gaceta, de Tucumán, aunque la que finalmente se publicó es la que se puede leer en este vínculo.
Cuando uno se dispone a conversar con el filósofo Tomás Abraham sabe que la charla puede tomar distintos caminos. Cada uno de ellos es apasionante porque él los hace así. En su enorme estudio del barrio porteño de Palermo, en Buenos Aires, rodeados de cuadros y libros, el punto de partida era su primera novela, La dificultad (Sudamericana). En el camino aparecieron otros temas. La mayoría de ellos, a continuación.
-¿Por qué escribir una novela, Tomás?
-Tengo unas libretitas a las que llamo carnets, en las que anoto cosas. Son los bocetos de lo que escribiré. Son como cincuenta. Los llevo a todos lados. Porque a un filósofo se le ocurren cosas… Y el 29 de enero de 2011 feché algo a lo que le puse “novela”. Y se llamaba La caverna. “La caverna, novela”, escribí. O sea, hace cuatro años empecé a pensar en este libro que al final se llamó La dificultad. Por otro lado, en general siempre escribí ensayos que tenían que ver con filosofía, política y literatura. En ese entonces venía de publicar El presente absoluto, un conjunto de notas sobre política argentina. Y llegué al 2011 vacío. Estaba hasta acá de filosofía. La política me estaba cansando. De a poco me cansó. Entonces viene la literatura. Y salió la idea de una novela porque no podía pensar en otra cosa si quería hacer algo que tenía que ver con mi experiencia y no con el pensamiento de otro. Contar una experiencia que yo haya tenido; eso quería. Porque había una incógnita que me inquietaba: cómo se puede cambiar de vida.
-¿Qué tipo de cambio?
-Yo había tenido una experiencia de cambio de vida. No hablo sólo de trabajo, casa, lugar, mujer, separación. Todo eso, sí. Pero un cambio de 180 grados en otro sentido; es decir, como si vivieras en una trampa de angustia millones de años, toda tu vida. Peleás con la sombra y nunca la encontrás. ¿Y cómo puede ser que de pronto hayas hecho un movimiento por el cual se abrió todo? El movimiento es muy simple. Cuando uno dice cambiar se refiere a salir de un lugar para ir a otro. Es tan simple que es incomprensible que no se haya podido hacer nunca. Yo quería pensar eso. La novela termina con la frase “estaba en la superficie”. Porque yo estaba en la superficie. Es lo que quería entender: el viaje de la profundidad a la superficie. ¿Cómo fue ese viaje? En eso quería pensar. Y ahí empecé a escribir. Este libro es la historia de ese viaje.
-¿Cómo fue escribir sobre cuestiones tan personales?
-Era una experiencia nueva para mí. Me metí en la caverna, me zambullí, y me ahogaba. Entonces, cambié de tono. Esto me llevó un tiempo. Implicó cambios de la primera a la tercera persona. Por otro lado, me di cuenta de que el único modo de narrar la historia del viaje era desde el lugar en que estaba, la superficie. No podía meterme en la caverna cuando ya había salido. Entonces ahí se fue escribiendo porque pude despersonalizarme. Estoy contando la historia de otros. Incluso la de Nicolás (el protagonista). Son otros. Estando muertos puedo hablar de ellos. Es un viaje arqueológico para ver estas ruinas. Son todos personajes muertos. Nada de lo que pasa es lo que vivo. Ningún sujeto me representa. Es decir, todo es color sepia. En este viaje despersonalizado todo adquiere vivacidad. Puedo jugar. Los veo actuar. Todo el tiempo pasan cosas. Las escenas, el aspecto ridículo del drama. No hay identificación con Nicolás. Nicolás es una visita al cementerio. Entonces cuento la historia hasta llegar a la superficie. Por eso pongo “de la salida a flote no diré nada”. Es muy raro el género autobiográfico. Porque éstas no son memorias. Y escribí con absoluta libertad.
-¿A qué te referís?
-Hubo más libertad en la prosa. Es decir, me dejé llevar. En el ensayo las ideas aparecen mientras escribís, pero tenés que prestar atención a la construcción. La diferencia está en que esta es una conversación con mi historia personal, con algo de ajenidad, y con un enigma, que era saber cómo se puede cambiar. No se cómo se puede cambiar. ¿Si lo escribí para saberlo? No, tan ingenuo no soy. Pero pude contar una historia, armar una forma. ¿Cómo me sentí? Y, estoy totalmente feliz. Sentí todo el tiempo que estaba escribiendo mi obra. Y es la única vez en mi vida que uso esta palabra, porque siempre me pareció falta de pudor decir obra. Pero la sentía así, no como mi libro. Sentí eso. Demoré un año su publicación.
-¿Por qué?
-Me la aguanté: la editorial quería sacarla y yo quería esperar. La salida del libro coincide con la muerte de mi padre. Hay una presencia del padre muy fuerte en la novela. Ambos hechos fueron simultáneos. Mi padre murió el mes pasado. Y la salida del libro me da una sensación muy extraña. No se con qué palabras decirlo. Además siento que el libro está siendo leído. Y lo que recibo de las lecturas responde a mis deseos y expectativas. Sentía que este libro es un muy buen libro. Y a otra gente le parece lo mismo. Y haberlo escrito y publicado me hace sentir que es algo que me va a acompañar. No sé si a otros, pero a mi me acompañará.
-¿Considerás que fue casual su salida con la muerte de tu padre, al que describís en la novela?
-No se. ¡Eso lo decide el director técnico! (se ríe mientras señala hacia lo alto). Primero, que él no estaba en condiciones físicas ni mentales para leerlo. Mi viejo leía todo lo que podía de lo que yo escribía, a pesar de que de filosofía entendía un pomo. Este libro no lo hubiera podido leer. Y si hubiera salido en momentos en que podría haberlo leído le hubiese disgustado en grado sumo. Y yo no quería que se disgustara. Porque él se apoyaba mucho en mí. Yo era su columna. Y esa columna tenía que ser sólida, ¿viste? No me hubiese dado satisfacción que la ancianidad de mi padre tuviera sus últimos días amargos y de decepción. No quería defraudarlo. Mi madre tuvo un ACV el mes pasado, al mismo tiempo que la muerte de mi padre, así que tampoco puede leerlo.
-En la novela decís que escribir y hablar son celebraciones. ¿Por qué?
-¡Porque para mí es así! Veo mi trabajo como una fiesta. Estudiar filosofía, escribir filosofía, vivir de y con la filosofía es una celebración. No lo pude hacer mucho tiempo, ¿viste? No es algo familiar, que hice siempre y ya no me doy cuenta. Para mi llegar a la superficie llevó mucho tiempo. No sólo estas 480 páginas. Poder dejar la fábrica (su padre era dueño de medias Ciudadela), dedicarme a esto, hablar y dar una clase son una celebración. Crear mi idioma, porque yo no hablaba bien el castellano. En ese sentido, me hice. Me hice argentino, me hice filósofo, profesor de filosofía, me hice al castellano, me hice hablante. Todo es una fiesta. Hablar es una fiesta. Dar una clase es una fiesta. Y eso lo transmito. Por lo general, el ambiente académico es mortuorio, de velatorio. Ir a una facultad de filosofía, hablar con la gente que hace filosofía, es algo muy deprimente. No hay alegría, no hay entusiasmo, no hay celebración, no hay pasión. Entonces cuando empiezo con esta profesión, en el 83, parezco un iluminado al entrar a clase. Despertaba mucho entusiasmo en los estudiantes. No lo digo yo sino los mismos estudiantes. ¡Mucho entusiasmo! Porque era una fiesta. Adelgazaba dos o tres kilos por clase por la energía que desplegaba. No estaba sentado con una hoja. Me caminaba toda la clase. Me tomaba unos buenos whiskies antes de la clase. Entraba con un coraje que podía saltar el castillo de Camelot.
-¿Así que te entonabas?
-Claro. Porque exponerse no es fácil. Entraba corriendo a escena. Después no lo hice más y me dediqué a escribir. Pero cuando fundo el Colegio Argentino de Filosofía, al empezar la democracia, transmití ese clima. El Seminario de los Jueves tiene 31 años. ¡31 años! De gente que se reúne a estudiar filosofía y escribir. Esto no se pudo hacer sin un clima de amistad, donde no hay título ni nada. Pero le puse el alma. La gente me siguió. ¡Le puse el alma! Todos los jueves desde el año 84. Y está lleno de gente que viene a estudiar, que participa. En la Facultad no estudian ni la cuarta parte de lo que estudiamos nosotros. ¡Y escribimos libros! Que no escribe nadie dentro del ambiente académico. Y gente que jamás escribió una página, como arquitectos, escenógrafos, periodistas, escribe sobre filosofía. Hay mucho de disciplina, compromiso, laburo. Pero también bodega, vino, whisky. Hice más o menos 100 fiestas en mi casa. Fui disc jockey. Tengo cds con música bailantera. A divertirse. Es toda una cosa para mí. Pasarla bien cuando laburás en lo que te gusta es una bendición de Dios. ¿Cuanta gente labura en lo que le gusta? Y puse el cuerpo. Para mí, cuando digo risa, digo alegría. No felicidad. La felicidad en general es bajo tierra. La filosofía se puede hacer con alegría. Para eso supongo que hay que hacer una conversión personal, dejar de tenerle miedo al poder. Al poder de la sabiduría de los otros. Hegel, Marx, Platón, Foucault. La cultura está hecha sobre la base de jerarquías. Están los capos, los aprendices. Lo primero que hay que hacer es darse cuenta de eso. Lo primero que hay que hacer es lo que David hizo con Goliat: darle un hondazo. Dar un hondazo no sabés cómo te abre la cabeza.
-¿Qué es lo que te gusta de la filosofía?
-Lo lindo de la filosofía es lo que hicieron los filósofos. O sea, decir su propio pensamiento. Pero no creas que tenés que ser como Hegel. Tenés que ser mejor que Hegel. Porque Hegel es un plomazo. A lo mejor tenés una idea, pero es tuya. ¡Es tuya! En la novela, el personaje, que está sumergido, en un momento habla de cómo se disuelve y cómo se construye el yo. La importancia del yo y la importancia del mí.
-¿Ser irreverente?
-La irreverencia quiere decir que uno discute con cualquiera, cualquier cosa. Hago cualquier tipo de pregunta. Hago cualquier estupidez. La estupidez no es mi enemiga. Mi enemiga es la pereza. ¿Desde cuándo somos sabios? Somos todos “solo sé que nada sé”. Todos aprendemos. Además no leemos obras completas, no leemos todos los libros. Leemos hasta donde quiero leer. Hasta donde creo que puedo generar algo. Y digo mi palabra. Y chau. Es el modo en que hago las cosas. Por ahora estoy en carrera.
-Me llamó la atención que hacés hincapié en el subrayado mientras leés.
-Siempre leo con un lápiz a mano. Siempre el mismo, hace diez o quince años. En el subrayado está el estilo del lector. Porque se subraya lo que se quiere conservar del texto. Si todo el día estoy escribiendo y leyendo, que es lo que hago, no me puedo acordar de todo. Resalto aquello que quiero conservar. Eso muestra mi pensamiento. Por algo eso quiero conservar. Entonces hago un trabajo de traslado. Todo lo subrayado lo vuelco en hojas que escribo. Un libro de 300 páginas pueden ser tres hojas que después paso a carpetas. Todo lo subrayado. Entonces, cuando pienso en un tema, ahí lo tengo. Barro con todo y me quedo con las carpetas. Mi pensamiento está solo con lo que seleccioné.
-¿Cómo te llevás con las redes sociales?
-Empecé a escribir en blog en el 2005 o 2006. Después hice otro con Quintín, el crítico de cine. Escribir es un trabajo solitario y de repente entrar al mundo del blog, donde te hacen comentarios, era raro. Como escribir con público. Eso me entusiasmó. Ahora estoy escribiendo mis experiencias diarias de lo que voy leyendo. Lo hago por episodios en otro blog. Pero el 25 de enero de este año, desencantado con el blog, con cierto vacío interior y con la novela en el horno, dije “bueno, veamos cómo funciona el Facebook”. Cada dos días publico un texto. Lo íntimo no existe. Veo que hay mucho respeto hacia mí, hacia mi trabajo. Me borré de la política, porque eso hubiese implicado bronca de lectores y bronca mía. Y hace rato que me harté de esa bronca. Creo que me enferma.
-¿Qué opinás de la sociedad argentina actual?
-Creo que está enferma, que se enfermó de bronca, que está llena de bronca. Una bronca enfermiza. Si un país se levanta como se levantó este desde 2002 y tiene empleo, matrimonios del mismo sexo, asignación universal, juicio a los torturadores y el relato es de felicidad y al mismo tiempo segrega bronca, es porque está enferma. Yo me enfermé también. No mucho. Pude salir. Entonces no escribo sobre política. En un momento dado dije “no, loco, ya está, si ya circula este tipo de lenguaje, después de lo de Nisman, si las cosas se tratan de este modo a nivel gubernamental, a nivel jefe de Gabinete, a nivel político, a nivel presidenta, a nivel periodismo, a nivel TN, a nivel Pagina 12, a nivel la gente que conozco… ”. Ya escribí los libros que tenía que escribir, dije lo que tengo que decir. ¡Pero las fotos Nisman con mujeres! Se perdió el pudor, se perdió el respeto. Hay dos chicas cuyo padre apareció baleado en el baño y lo muestran en la tele, y muestran a las chicas con que supuestamente salía, y lo tratan de evasor, y ya no importa quién lo mató. Ese tipo de cosas. Dije “no vale la pena”. Y después están los que negocian con la indignación y hacen esta marcha de fiscales. Ya está. Hay otras cosas que le interesan a menos gente, pero me interesan a mí. Son las que publico en el Facebook.
-Hay una escena muy fuerte en La dificultad, que es la de la traición de un amigo. Nicolás, llorando, le pregunta a Ariel por qué lo traicionó.
-La palabra traición es muy fea. Allí hay una traición a la amistad. Hay cosas que no se hacen. Hay distintos tipos de amistad. Estar con un amigo es estar con alguien con el que nos burlamos de lo mismo, con el que nos hacen sonreír las mismas cosas. Además, practicamos el silencio. Es decir, no hace falta hacer ni decir nada. A veces alcanza con prender la tele. Ver un partido y no decir más que un comentario. Se comparte un mundo. No hace falta verse mucho. Y hay como una distancia. Uno respeta el silencio de otro. No se dice todo. No es necesariamente confesional, la amistad. Pero hay una lealtad. Hay un respeto. Es decir, cuando se dice, se dice la verdad. Y cuando eso falla, no es lo mismo. Era fuerte esa imagen del libro. Llorarle a un amigo para no verlo más es muy fuerte. Y no es que se va uno y entra otro. No.
-Me gustó eso de “no tenía asesor de imagen. Es decir, psicólogo”. ¿Te psicoanalizás?
-Consultas hice muchas veces. El año pasado retomé, porque me estaba sobrepasando la situación. Ser la columna de tus padres es muy agotador. Entonces necesité un poco de contención. Me desbordaban los problemas. Necesitaba ayuda. Y el psicoanálisis te sitúa.
-Pero finalmente lograste permanecer en la superficie.
-Cuando digo “estaba en la superficie” en aquella última frase no quiero decir “nunca más me va a tapar una ola”. Noooo. Nunca hay que cantar victoria.
LA DIFICULTAD
Ojalá Tomás Abraham siga produciendo novelas como La dificultad, donde muestra su faceta de escritor y ratifica su rol de filósofo. De pensador. Uno de los más prolíficos pensadores que hay en la Argentina. Desinhibido, directo, sencillo, contundente. Así es él y así es el libro que acaba de publicar a través de Sudamericana.
La historia, personal, comienza con un Nicolás que refiere a sus primeros años. Sus padres lo hacen engordar, es tartamudo y le enseñan a escribir con la mano derecha a pesar de ser zurdo. Las cosas que le pasan no siempre son las que él quiere sino aquellas que sus padres consideran que le convienen. Unos padres que se miran entre sí con cierto recelo. Que se mudan de barrio en barrio y que apuestan el futuro familiar a manos de Nicolás, el hijo mayor. Con el tiempo, ese hijo calificará a su padre como “el señor de la casa”, con cierta ironía, aún rodeado del feliz clima familiar. No será un alumno brillante en el secundario pero llegará a Francia para conocer mundo y mujeres y amigos y aprender filosofía. De allí volverá a Buenos Aires, donde se hará cargo de la fábrica paterna, un negocio próspero que funciona con una amplia cantidad de empleados.
La empresa tendrá sus vaivenes al mismo ritmo que los de un país cambiante atravesado por el peronismo, primero, y por la dictadura, después. Un amigo lo traicionará y él le llorará esa traición. Llegarán los 80 y en esos primeros años el final de la novela, tras 472 páginas en las que el protagonista contará que, al fin, “estaba en la superficie”.
No sin antes, claro, soltar frases como “hablar y escribir son una celebración, una fiesta teórica (…). Hablar y reír son para mí la misma cosa”. O que “se escribe para uno mismo, pero la dirección es centrífuga, no va hacia adentro”. “El trabajo de lectura con lápiz en la mano equivale al de un pescador con su caña, está atento a lo que puede atrapar”, sostiene además. Hablará de “la experiencia de lectura” e invitará, como no podía ser de otra manera si quien escribe es Abraham, a pensar en una vida, en un país, y en un libro muy recomendable como La dificultad.
PERFIL
Reconocido filósofo y escritor, Tomás Abraham nació en Timisoara, Rumania, el 5 de diciembre de 1946. Vino a la Argentina en 1948, cuando tenía un año. Estudió en Buenos Aires y luego viajó a estudiar a Francia, donde participó del Mayo francés, en 1968. En los 80 inició el popular el Seminario de los jueves, donde se arman grupos en los que se habla de filosofía y que aún continúa. La dificultad es su último libro y su primera novela.
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