"NADA SUCEDE COMO LO IMAGINAMOS"

La argentina Samanta Schweblin ratificó su calidad y volvió a ser premiada internacionalmente por sus cuentos. Desde Alemania, donde vive, habla de lo que es escribir pensando en su país. Esta entrevista fue publicada en Revista Nueva y el original se encuentra acá.

Para qué sirven las premiaciones?, le pregunta esta revista a Samanta Schweblin, ganadora del Premio Internacional de Narrativa Breve Ribera del Duero, que se entrega en España a un libro inédito de cuentos escrito en español. En su caso, le correspondió por Siete casas vacías, que se publicará en nuestro país durante el segundo semestre de este año. “Las premiaciones son una buena mezcla entre los mecenas y las abuelas. Financian este trabajo por el que ya casi nadie paga, y te miman y te felicitan”, responde desde la ciudad alemana de Berlín, donde vive hace tres años. Con buen humor y simpatía, cuenta también estar “sobrepasada de entrevistas”. Es que la noticia causó enorme revuelo en el mundo literario y se notó en una catarata de notas que la tuvieron como protagonista. 

Su último libro publicado en nuestro país, que es a la vez su primera novela, Distancia de rescate, recibió las mejores críticas. Incluso, en algunas encuestas fue elegido como el mejor de 2014. Su trayectoria como cuentista también le proveyó enormes elogios. No es para menos: su estilo de escritura atrapa a los lectores de principio a fin con un halo de misterio que remata con finales inesperados y tajantes. Nadie sospecha, por ejemplo, como ocurre en uno de sus relatos, que el hombre que se prepara para matar a un perro terminará siendo presa de una frase que no es tan casual como parece. Allí se encierra la venganza menos esperada. Con sus libros disponibles para los lectores, la idea era conocer la cocina de esos textos. Saber quién es esa mujer que anda en los 30 y que ha consolidado su carrera como escritora en el otro lado del mundo mientras suma premios, halagos y nuevas ficciones para contar.

–¿Para qué sirven los premios?
–Son una buena mezcla entre los mecenas y las abuelas. Financian este trabajo por el que ya casi nadie paga, y te miman y te felicitan. También, para los que somos hijos del rigor, las fechas de entrega de los manuscritos ayudan a terminar los libros y cerrar etapas, más allá de los resultados finales. Pero además hay que entender que, incluso en los premios más transparentes, los resultados siempre tienen algo de arbitrariedad. Un premio no es un certificado de nada.

–¿Qué expectativas tenés de Siete casas vacías en la Argentina?
–No concibo la idea de escribir algo que no sea publicado en mi país. Son mis lectores. De hecho, fue algo que miré en las bases del premio antes de presentarme.

–Alguna vez dijiste “Pensar constantemente en la peor de las opciones me salva de ellas”. ¿No te pesa esa persistencia, ese caminar por el borde de la intranquilidad?
–Todo lo contrario. Ya es como una cábala. Es una fórmula tonta pero efectiva: las cosas nunca suceden tal como las imaginamos, así que pensar en ellas las elimina del mapa.

–¿Escribir te salva de esa tensión de pensar lo peor?
–Me salva de la exposición. Escribir es mi manera de ocultarme. Cuando era chica me di cuenta de que si abría un libro, la soledad se me perdonaba. Si estaba leyendo o escribiendo, nadie me obligaba a ir al recreo, o a jugar con los vecinos de mi edad, o a asistir a cualquier otra escena de sociabilización, que me aterraban. Abrir un libro era como ponerme una capa que me hacía invisible.

–¿Cuándo llegaste a Berlín?
–Hace tres años. En el primero de ellos estuve becada por un programa para artistas del gobierno alemán. Fue una experiencia idílica, el único año de mi vida en el que me pagaron un sueldo por escribir. Me enamoré de la ciudad, abrí un taller literario en el Cervantes de Berlín, en español, viajé y escribí mucho, conocí nuevos amigos, y poquito a poco me fui quedando. Mi cabeza, sobre todo a la hora de escribir, sigue estando en Buenos Aires, y me cuesta pensar en Alemania como un país donde residir el resto de mi vida. Pero me gusta esta condición de extranjera, me resulta un buen lugar desde el cual escribir.

–¿En tus planes está el regreso a la Argentina? 
–Supongo que cuando uno vive tanto tiempo fuera de su ciudad natal, llega un momento en el que volver es tan problemático como quedarse, un momento en el que uno pierde amigos, lugares y oportunidades tanto si se va como si se queda. Este es el momento en el que me siento ahora, pero no lo vivo con angustia, es la incomodidad del lujo de poder elegir.

–¿Qué extrañás y qué no de tu país?
–No extraño la arbitrariedad burocrática, el transporte público y algunas injusticias. Pero extraño muchísimo la vitalidad de Buenos Aires, me encanta Buenos Aires, y también extraño a mis amigos y a mi familia. Pero no está mal extrañar. No es dolor lo que siento, es saber todo lo que quiero y tengo y saber que a veces no puedo estar ahí para disfrutarlo.

–¿Cómo es tu vida allá?
–Vivo en Kreuzberg, que fue el barrio pobre de los turcos y hoy es el barrio de los extranjeros y de los artistas. Está lleno de bares, cafés, librerías, galerías de arte, bicisendas, canales arbolados y parques. A veinte minutos en bici tengo la biblioteca iberoamericana más grande de Europa, de donde saco mis lecturas semanales, y mi pareja tiene un bar con otro socio argentino a cuatro cuadras del departamento, por donde a veces paso a la nochecita a reclamar mi tinto argentino.

–¿Te pasa algo en relación con el hecho de ganar premios internacionales y no poder disfrutarlos en tu propio país, con tu gente?
–No tengo ningún problema con eso. Por ejemplo, cuando me enteré de que era finalista del premio Ribera del Duero en Santiago de Compostela, estaba sola, no conocía a nadie en la ciudad. Así que me fui a un bodegón de por ahí, me pedí en la barra unas gambas al ajillo con un buen tinto y le conté a todos los mozos que era finalista del premio. Brindamos con la segunda copa y me invitaron el postre. No me lo olvido más.

–¿Qué aprendés de la escritura a medida que escribís y publicás?
–Cuando un libro se cierra y uno vuelve a la página en blanco, uno vuelve al cero absoluto. Por más que hayas aprendido cierto oficio, empezar desde cero siempre implica no tener tan claro qué se quiere contar, cómo se quiere contar; un montón de cuestiones que sí se van solucionando a lo largo de la escritura. Uno se va armando de herramientas, de cosas que sabe que funcionan mejor o peor. La literatura es un oficio, de modo que la experiencia ayuda, pero en los oficios la intuición y la relación con los objetos que construimos siempre es única y personal, así que lo aprendido sirve solo para algunos proyectos.

–¿Se necesitan mutuamente la ficción y la realidad?
–El otro día leí un artículo de Simon Leys buenísimo, que hablaba de esto. Citaba a Jung cuando decía que un individuo que pierde contacto con el universo mítico y reduce su vida al dominio único de los hechos pone su salud mental en gran peligro. Leys dice que la gente que no lee ficción corre el riesgo de estrellarse contra la muralla de los hechos o de morir reventada bajo el peso de las realidades. A mí me cuesta pensar en realidad y ficción como un mundo real y otro ficticio, creo que son dos formas de atravesar y conocer un mismo mundo. Y olvidarse de alguna de las dos es andar por ahí casi tuerto.

–Distancia de rescate es tu primera novela. ¿En qué te cambió escribir una novela?
–No siento que haya atravesado verdaderamente la experiencia de la escritura de una novela. Distancia de rescate quizá no tenga la longitud de un cuento, pero sí cumple con su intensidad, con su único núcleo narrativo. Tiene mucho más que ver con el mundo del cuento que con el de la novela. Por supuesto que no es lo mismo trabajar una idea en diez páginas que en ciento cuarenta, pero creo que fue una escritura entre géneros que se dio con naturalidad; fue la propia historia la que necesitaba de esa extensión, no siento que podría haber sido escrito como un cuento corto.

–¿Por qué sos cuentista? 
–Porque cada vez que hay que contar una historia creo que el modo más efectivo de hacerlo es siendo lo más breve posible. Pero no hago militancia, por más contradictorio que suene. Siento que es una decisión que tomo cuento tras cuento, y que podría cambiar radicalmente si la idea que estoy trabajando no funcionara en el género del cuento.

–¿Cuál fue la literatura y quiénes los escritores que más te influenciaron? 
–Siempre digo que me enamoré de la literatura a mis 15, 16 años, leyendo a los latinoamericanos, como Adolfo Bioy Casares, Antonio di Benedetto, Juan Rulfo, Gabriel García Márquez, Mario Vargas Llosa. Pero aprendí a escribir con los norteamericanos, leyendo a Flannery O’Connor, Hemingway, J. D. Salinger, John Cheever. Claro que en este resumen quedan algunos cabos sueltos que también fueron grandísimas influencias, como Kafka, Dostoievski, Pinter, Buzatti. Mis últimos descubrimientos fueron Amy Hempel, que todavía sigo leyendo y me sigue maravillando, y Kelly Link.

–¿Qué te permite escribir? 
–Traer algo nuevo al mundo, algo que no existía antes. Escribo porque leo, porque estoy tratando de entenderme y entender a los demás. Escribo porque siempre quiero saber qué sucederá a continuación, para exorcizar mis neurosis y miedos. Escribo porque tengo la sensación de que no puedo relajarme, de que no habrá plenitud ni disfrute si antes no escribo todo lo que hay que escribir.

Pasiones
Más allá de escribir, otra de sus pasiones son las rutas. “¿Por qué? No sé, quizá tienen algo hipnótico, sobre todo en la noche. Me gusta el recorte que hacen las luces del coche: fuera de lo que iluminan los focos, no puede verse mucho más. El resto del mundo parece desaparecer”, teoriza.

Quién Samantha Schweblin 
Nacida en Buenos Aires en 1978, Samanta Schweblin egresó de la carrera de Imagen y Sonido de la UBA en 2001, y al año siguiente publicó su primer libro, El núcleo del disturbio, que le valió el primer premio del Fondo Nacional de las Artes. Desde entonces, no paró de ser premiada ni elogiada. Su cuento “Hacia la alegre civilización de la capital” fue ganador del Concurso Nacional Haroldo Conti. 

Por su segundo libro de cuentos, Pájaros en la boca (de 2009), obtuvo el Premio Casa de las Américas. En 2010 la revista británica Granta la eligió entre los mejores escritores menores de 25 años. Dos años después ganó el Premio Juan Rulfo por el relato “Un hombre sin suerte”. 

El año pasado recibió el Premio Konex por su trayectoria como cuentista durante el período 2009-2013. En abril último fue ganadora del IV Premio Internacional de Narrativa Breve Ribera del Duero por Siete casas vacías, que se publicará en la Argentina durante el mes de septiembre.“Cada premio es una alegría, y una gran responsabilidad”, dice. Sus libros fueron traducidos a varios idiomas; entre ellos, inglés, francés, alemán y sueco.

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