"NO SOY ADICTO A LA NOSTALGIA"
Andrés
Calamaro, uno de los músicos argentinos más importantes, buscó
adelantarse a lo que otros pudiesen escribir sobre él y, por eso,
publicó una suerte de “diarios íntimos” titulado Paracaídas &
vueltas (Planeta). Allí, afloran pensamientos, sentimientos, crónicas
diversas y recuerdos varios. Esta faceta de “escritor”, que no le sienta
mal, fue la excusa de este periodista para mantener un asiduo
intercambio de correos electrónicos. Y comenzando por este trabajo
literario, las preguntas, las respuestas y las repreguntas nos fueron
ampliando el universo Calamaro hasta anclar en un costado más personal o
íntimo. Su rol como hijo, la amistad, sus opiniones sobre deportes, el
arte de hacer canciones, la combinación inspiración-experiencia, la
fama, la popularidad y los escenarios son algunos de los temas que
muestran el otro lado del cantante. La nota original fue publicada en Revista Nueva.
Andrés
Calamaro, uno de los músicos argentinos más importantes, buscó
adelantarse a lo que otros pudiesen escribir sobre él y, por eso,
publicó una suerte de “diarios íntimos” titulado Paracaídas &
vueltas (Planeta). Allí, afloran pensamientos, sentimientos, crónicas
diversas y recuerdos varios. Esta faceta de “escritor”, que no le sienta
mal, fue la excusa de este periodista para mantener un asiduo
intercambio de correos electrónicos. Y comenzando por este trabajo
literario, las preguntas, las respuestas y las repreguntas nos fueron
ampliando el universo Calamaro hasta anclar en un costado más personal o
íntimo. Su rol como hijo, la amistad, sus opiniones sobre deportes, el
arte de hacer canciones, la combinación inspiración-experiencia, la
fama, la popularidad y los escenarios son algunos de los temas que
muestran el otro lado del cantante.
– ¿Qué significa el libro Paracaídas & vueltas y en qué momento de tu vida te encuentra?
–Si fuera un aspirante a
novelista, publicar ahora “significaría” todo. Para alguien sospechado
de apoyarse en la rimas (como si fuera el único en el mundo que practica
el maravilloso arte de rimar frases), es una forma de reivindicarme en
la prosa. Sinceramente, apuré mis “diarios íntimos” porque quiero evitar
posibles biografías infames.
–¿Hasta dónde, o por qué, te preocupa tanto lo que se pueda decir o escribir de vos?
–La idea no me gusta.
Definitivo. Estadísticamente, es casi imposible que alguien escriba una
biografía que no resulte incompleta o blanda o incómoda. Nadie me conoce
como para escribir una bio justa y soberana con los ingredientes que
tiene que tener para ser sabrosa, pero cierta, completa y completamente.
Es que es imposible. Ni siquiera yo recuerdo todo lo picante,
interesante y profundo que jamás debería faltar en una biografía. Lo
inevitable entonces sería: que me hagan sentir incómodo contando
detalles superficiales, personales, íntimos o frívolos… y que se queden
demasiado “cortos” en una biografía light imperdonable. De todos modos, y
en este mundo de habladurías, casi todo lo que suele decirse –de
cualquiera– es mentira o son datos miserables o alejados de la verdad.
Personalmente, siento que se aislaron algunas de mis cualidades para
presentarlas como defectos y “enfrentarme” con gente…
–Volviendo al libro, ¿qué habrías agregado si hubieras tenido más tiempo para entregarlo?
–Caramba, no. Estuve dos años
dudando y dándole vueltas al asunto. Elegimos bien los textos y curamos
el índice con tiempo y con la ayuda de (Rodolfo) Palacios; después
dediqué un par de meses a corregirlos. Quedan cosas por decir, es
probable. Porque no quise decirlas. Escribirlas, se entiende.
–Escribís: “No tenemos ni
idea de cómo apagar el incendio de nuestras almas”. ¿Es una referencia a
un estado de ánimo permanente en vos, algo pasajero, o te referís a un
fenómeno social o grupal?
–Cualquiera de las tres
opciones que ofrecés resulta posible y práctica. Este tipo de verdades
solemnes suelen ser bastante universales. Digamos que el libro transita
los estados de ánimo, desde el incendio de las almas hasta la gloria
bendita.
–En Paracaídas & vueltas, hacés referencias cariñosas y respetuosas de tu papá. ¿Cómo te describís como hijo?
–No sé qué nota tengo como
hijo... Las demostraciones de afecto no son mi especialidad. Un hijo
apto para el escarnio o el orgullo de sus seres queridos. Promediando.
–También se lee:“Desde
tempranas edades te entrenan para no darte cuenta de tantas cosas que
importan”. ¿A qué llamarías una toma de conciencia?
–Demasiadas cosas. Vivimos
anestesiados para no darnos cuenta. Nuestros raptos de conciencia
también son una caricatura, no nos enfocamos en las urgencias de la
humanidad ni en las nuestras propias. No me incluyo.
– ¿Qué cosas creés que cambiarían si fuésemos más conscientes?
–Creo que dejaríamos de lado
cierta “progresía oportunista”, un nuevo puritanismo “medieval”… Ciertas
convicciones equivocadas y absurdas, la relación maltrato-animales pero
(al mismo tiempo) tolerar la constante de maltrato y desigualdad. Hoy
mataron a noventa y siete personas en África y seguro fueron muertes
horribles. ¿A cuántos no les importa un pepino y, sin embargo, se
comportan como árbitros de la moral? Criticar, denostar, aborrecer...
Basta de indignación y de enfocarse en aquello que se desconoce por
completo. Estamos en un estadio de conciencia gratuita, aunque ineficaz.
Conciencia televidente, internauta. En estos términos, la conciencia es
una caricatura y no sirve para nada, no hay contraste intelectual,
literario, ni filosófico. Son ideas “profundas” para gente sin ideas
contrastadas; buena gente en algunos casos, pero insuficiente. Este es
un momento curioso; muchas personas casi siempre concentradas en
cuestiones expresivas o en dejar pasar el tiempo alegremente están en un
brote de euforia de conciencia social. No les falta razón aunque son
patéticos en su indignada lucha contra molinos de viento que, esta vez,
sí existen.
Figura
emblemática de nuestro rock, Andrés Calamaro ha vuelto a incursionar en
los libros. La primera vez (a principios de los 2000) lo hizo con
Tirados en el pasto (Sudamericana), compuesto por diálogos con el
filósofo Alejandro Rozitchner.
–“Ya somos grandes como
para molestarnos por otros conflictos que no seamos nosotros mismos, la
vida y la muerte”, escribís. ¿A partir de qué o por qué tomaste
conciencia de esta postura o idea?
–Estas “píldoras” de sabiduría pueden madurar semanas, incluso meses. Años, tal vez, hasta servir para algo.
– ¿Para qué sirven tus canciones?
–Yo sé para qué me sirven a
mí; creo que sería más interesante preguntarle eso al público. Más
interesante y más solemne. Muchos confiesan haberse sentido acompañados
por mis canciones, incluso en momentos complicados. En ese contexto, son
solidarias.
– ¿Qué te provoca que hayan acompañado y servido a mucha gente?
–Me parece bien. No vivo en
permanente estado de trascendencia. Digamos que estoy concentrado en el
siguiente concierto, evaluando mentalmente aquello que puede salir mal…
En la responsabilidad. No soy alguien que se duerma en los laureles.
– ¿Qué te queda de la época de libertad, alegría y esperanza de los años ochenta? ¿Y de Los Abuelos de la Nada?
–No soy adicto a la nostalgia,
quizá porque vivo demasiado ocupado viviendo el día a día. Bien por mí.
Viví las décadas lo mejor que pude, al contado. Los Abuelos fueron un
formidable pedazo de vida; no me doy cuenta, pero todos los días los
extraño un poco.
–Al decir que todos los
días extrañás un poco a Los Abuelos, ¿se te da por pensar en la
velocidad del paso del tiempo? ¿Y qué sensación te provoca eso?
–La frase es de Cachorro
(López) y la quise usar, quizá, porque soy lo opuesto a un nostálgico.
No sé si existe el tiempo. Es un poco marciano relacionar la rotación de
la Tierra con nosotros, que nos hacemos grandes. Si lo pensamos un
poco, es abstracto. Si existe el tiempo, es uno solo y está ocurriendo.
De momento, la vida no me dio ningún aviso dramático ni advertencia.
Supongo que en algún momento voy a ser viejo y más próximo a la
fatalidad. Eso, si consigo vivir sin que mañana me atropelle un coche.
– ¿Pensaste qué habría sido de vos sin Miguel Abuelo?
–Quizá me habría inclinado por
las formas más prosaicas del rock’ n roll… Miguel tenía un divino vuelo
poético y era una fuente de dinámicas vitales, y Los Abuelos me
ofrecieron muchos géneros en donde degenerarme. Sin Miguel sería un
roquero más tradicional. O un taxista.
–Un tema recurrente en tus canciones es la amistad. ¿Por qué?
–Sinceramente, tengo que responderte que no lo sé. No soy una persona que tenga demasiados amigos.
–Dedicaste muchísimas
canciones a amigos ausentes y personas queridas que ya no están. En este
sentido, ¿pensás en tu propia muerte? ¿Alguna vez ella y vos se
rozaron?
–“Muchísimas canciones” es
mucho decir. No fueron tantas. Creo haberles dedicado las suficientes
para no diluir el honor del recuerdo.
– ¿La otra pregunta preferís pasarla?
–Que yo sepa no nos hemos
rozado, no sufrí accidentes graves. Corrí con los mismos riesgos que
todo el mundo o una porción del mundo. La mayoría sobrevivió. Como no
soy torero ni alpinista, siento que no me corresponde hablar del tema ni
considerarme un sobreviviente. Mis padres tienen más de 90 años;
considerando eso… opté por no contestarte la pregunta dramática. En
términos metafísicos, es posible que vivamos rozándonos con la no
existencia… Tiene sentido.
– ¿Las canciones te salen más por inspiración o por experiencia?
–Hace falta un poco de
inspiración y experiencia para todo, incluso para ensayar… Pero para
hacer una canción nueva ayudan las dos cosas… El saber hacer y el
misterio de la inspiración. Ambas.
– ¿Cómo definís la relación que tienen, dentro tuyo, la música y las letras?
–Las letras son importantes
porque algo hay que cantar. No me considero un letrista y tampoco un
cantante, pero hago las dos cosas. Digamos que canto y escribo si no hay
alguien –a la vista– que pueda hacerlo mejor.
– ¿Seguís disfrutando de hacer canciones? ¿Te sentís un privilegiado al poder vivir de la música?
–Es difícil vivir de la
música; sería un privilegiado si pudiera vivir sin trabajar, y no es que
falten voluntarios. Sigo disfrutando de la música con moderación, soy
como un alcohólico no rehabilitado que busca un equilibrio para no
renunciar a perder la sobriedad, eventualmente.
– ¿Hay alguna canción que te debas a vos mismo o que sientas que querés hacer para alguien?
–Caramba… Hay cientos de
canciones que habría querido escribir yo, pero otros mejores se me
adelantaron. Las escribieron antes y mejor.
– ¿Vos te considerás un artesano de canciones?
– “Artesano” me parece un
término más cotidiano que “artista”, que compromete una cierta liturgia
académica que no me corresponde. Aunque tampoco trabajo como un
artesano… Soy músico de rock; parte de mi repertorio es hacer canciones,
crearlas, cantarlas, tocar instrumentos y abrirme del rock prosaico
para mojarme con otros géneros, dentro de mis posibilidades. Vivir la
música.
– ¿Qué es un escenario?
–Es una gran responsabilidad.
Echo de menos los escenarios cuando no están… Lo importante de los
escenarios son las buenas sensaciones cuando se presentan. También es mi
forma de ganarme la vida. En los amplios sentidos.
– ¿Para qué sirve la libertad?
–Eso no debería preguntarse. A veces, conocemos la libertad cuando la perdimos. Es como la salud.
–Desde afuera, la vida de una figura del rock se ve casi como de ensueño. Pero ¿cómo se siente desde adentro?
–Sí que tiene cositas buenas. No puedo negar que es un estatus que permite cierta impunidad y privilegios.
– ¿Qué son la fama y la popularidad?
–La fama no importa, y lo que importa es la gloria. En cuanto a la popularidad, es la prostitución del prestigio.
– ¿Andrés, vos solés pensar
en lo vivido, los muchos viajes, escenarios, canciones, la Argentina,
España y un montón de etcéteras?
–Sinceramente, no mucho.
Sospecho que tengo olvidadas muchas cosas interesantes, pero… Es
imposible vivir en permanente estado de nostalgia, recuerdos y memoria
constante. No suelo pensar en aquellas cosas.
–Fuiste pionero en colgar
música en la Red. Acostumbrás a contestar por Twitter a tus seguidores.
¿Qué cosas te dieron las redes sociales y qué no te gusta de ellas?
–Internet nos sacó demasiado a
cambio de muy poco, una mayor comunicación sin demasiada importancia y
poco más. Es la ruina de nuestra profesión. Entiendo que los tiempos
cambian y que la tecnología ofrece sus productos, pero no es la gran
manifestación del progreso. No sé manejarme en las redes sociales. Para
mí, debería desaparecer todo eso. Uso redes para distraerme mientras
viajo en taxi… y puedo leer el periódico. Si dependiera de mí, Internet
no existiría. Estaríamos escuchando discos en casa.
–Si te pararas ante un espejo y te preguntaras quién es Andrés Calamaro, ¿cuál sería la respuesta?
–No me reflejo en los espejos… Prefiero no averiguar por qué.
Paracaídas & vueltas
Figura emblemática de nuestro
rock, Andrés Calamaro ha vuelto a incursionar en los libros. La primera
vez (a principios de los 2000) lo hizo con Tirados en el pasto
(Sudamericana), compuesto por diálogos con el filósofo Alejandro
Rozitchner. Ahora acaba de lanzar una suerte de memorias titulada
Paracaídas & vueltas (Planeta). El autor de varias canciones
destacadas de las últimas décadas cuenta en este texto sus pareceres
sobre distintas temáticas, mostrando por momentos ideas que no suelen
aparecen en entrevistas. Este libro sirve, además, para conocer otro
perfil de este músico con fans en toda América y en España, donde vivió
unos cuantos años. De lectura ágil, hay recuerdos de amigos y colegas,
como el legendario Miguel Abuelo, Pappo o Gustavo Cerati, entre otros.
También escribe sobre la amistad, su familia, las corridas de toros, sus
gustos musicales y futboleros, y su admiración por Bob Dylan.
Un torero en el rock
Andrés Calamaro nació el 21 de
agosto de 1961. Sus primeros pasos fueron con el grupo Raíces, conoció
el éxito y la fama gracias a la banda de rock Los Abuelos de la Nada.
Eso fue a comienzos de los ochenta. Fue autor de temas bellísimos como
“Mil horas”, “Así es el calor” o “Costumbres argentinas”. En 1985 dejó
el grupo para afianzar su carrera solista. Después de editar un gran
disco, Nadie sale vivo de aquí, se fue a vivir a España, donde lideró
Los Rodríguez, compuesto por músicos de ese país y de la Argentina
(Ariel Roth fue su gran socio). Luego, retomó su carrera solista con un
gran trabajo titulado Alta suciedad y lo ratificó con Honestidad brutal,
con el que confirmó no solo su prestigio, sino también su popularidad.
No paró de meter hits y se ha convertido en uno de los músicos más
importantes de la Argentina, junto con Charly García, Luis Alberto
Spinetta, Fito Páez, Gustavo Cerati y el mencionado Miguel Abuelo. Su
último disco de estudio se titula Bohemio (2013), aunque en vivo acaba
de editar Hijos del pueblo, con Enrique Bunbury.
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