UNA VIDA BAJO EL AGUA
Hasta hoy, que tiene 31 años, Pilar Geijo vivió nadando. Acaba de
consagrarse campeona mundial de aguas abiertas por cuarta vez. Cuenta
cómo reparte sus días entre piletas, ríos y tierra firme. La nota publicada originalmente, acá.
Empieza septiembre de 2015 y una vez más alguien de nacionalidad
argentina se impone en Nápoles, la ciudad italiana que históricamente
venera a Diego Maradona. Ahora se trata de una mujer. La nadadora Pilar
Geijo, de 31 años, acaba de ganar por cuarta vez el Campeonato Mundial
de Aguas Abiertas. La gente la ovaciona. Terminó segunda en la mítica
Capri-Nápoles. Esa posición le alcanzó para llevarse el título
internacional que obtuvo anteriormente en 2010, en 2011 y en 2014. No
puede más de alegría. Atrás quedan 36 kilómetros de puro esfuerzo. El
agua, dirá a esta revista días después, es su mundo. “Nado desde los
seis años; es mi hábitat natural”, reflexiona. También sonríe.
Estamos en el CENARD, otro de sus ámbitos naturales. Es una mañana
de sábado en la que desfilan deportistas que la saludan y la felicitan.
Ella agradece y se ríe. Exhibe un optimismo envidiable. “Siempre soy
así, optimista, alegre”, se define. También se dice “sencilla”. ¿Un
resultado te cambia?, es la pregunta. Responde: “No me hace más feliz
ser campeona que no serlo. Llegó un punto de mi vida en el que valoro
otras cosas que van más allá de un resultado deportivo. Hay otros
asuntos que también son importantes y que quiero tener en cuenta”.
–¿Por ejemplo?
–El apoyo familiar. Que en las carreras me acompañe mi papá, Mario,
es una de ellas. En Nápoles, puntualmente, estaba también mi hermana,
Pamela, que vive en Italia. Soy medida con mis emociones. La primera vez
que gané el título mundial estaba más exaltada, pero con el tiempo
cambié. Racionalizo más las cosas. Estaba contenta con el título, sí,
pero no fue el día más feliz de mi vida. Fue más bien un día buenísimo
porque conseguí algo muy difícil.
–¿Qué entendés por ser medida?
–En los últimos años comprendí que lo más importante es tener
salud, una buena relación familiar, contar con amigos, estar en pareja
(su novio es también su entrenador, Diego Tricarico). Ganar es
importante, pero no deja de ser tan importante como lo otro. Ni un
resultado es tanto, ni una derrota es tanto. De eso se trata.
–¿Cómo llegaste a entender eso?
–Quizás por experiencias personales. Una ex compañera del colegio,
por ejemplo, falleció de un día para el otro, hace poco. Hacía mucho que
no la veía, pero igual la noticia me pegó. La vida misma me hizo dar
cuenta de cuáles son las cosas importantes. Creo que también incide la
madurez. Tengo mucha vida interna. Soy de detenerme a pensar cómo voy,
qué me falta, qué quiero. Tener vida interior te hace dar cuenta de
muchas cosas. Cambié mis perspectivas en todo. Antes era competitiva;
ahora sé que hay que ser competitivo solo en la competencia, entrenando
fuerte y controlando lo que se pueda, pero no competir en todos los
ámbitos de la vida.
–¿Cuánto de lo que lograste alguna vez lo soñaste?
–Cuando tenía 15 años, hice un cartel que decía “futura campeona
del mundo”. Estaba convencida de que iba a ser campeona del mundo.
Quería ganar la Capri-Nápoles, los Premios Olimpia, el Premio Clarín.
Todo eso ya lo conseguí. Entonces, descubrí que hoy mi principal
motivación es hacer natación en sí, más allá del resultado. Ya entrenar
es una alegría para mí.
–¿Me podés decir dónde comienza una carrera deportiva?
–En la familia. En el apoyo de mis padres, por ejemplo, que me
llevaron a nadar a los 6 años. Me llevaban al colegio, a clases
particulares de inglés, a entrenar. No había perspectivas de nada a
nivel competencia. Éramos cuatro hermanos. Eso lo valoro mucho. Después
siguió con Diego, mi novio, quien me ayudó en lo mental y en lo
profesional. Incluso creyó en mí cuando ni yo creía.
–¿Cuesta compaginar una relación sentimental con otra profesional?
–Los primeros años con Diego no presentaron problemas. Pero en
algún momento tuvimos que detenernos porque nos dimos cuenta de que no
nos hacía bien. Siempre fue más importante la pareja que lo deportivo.
Ahora él sigue siendo mi entrenador: desde hace un año, planifica, pero
no viene tanto a la pileta; viaja menos. Yo tengo más asistentes. Eso
nos ayudó a reencontrarnos. Nos llevamos muy bien y disfrutamos de la
vida. Ya pasamos diez años como pareja y ocho en nuestra relación de
entrenador-deportista.
–¿Qué cosas dejaste por la natación?
–En el colegio, por ejemplo, cumplía y me iba bárbaro. Prestaba
atención en clase porque sabía que después no tenía mucho tiempo para
estudiar. Para eso es bueno el deporte: ayuda a organizarse, a
administrar el tiempo. No podía entender cómo muchos compañeros sacaban
malas notas cuando lo único que hacían era ir al colegio. Mi fórmula era
prestar atención en clase; solo me sentaba a estudiar para los
exámenes. Para mí, el estudio siempre fue importante. Crecí con la
típica frase de GEBA: “Mens sana in corpore sano”. Y ahora empecé de
nuevo: estoy en Periodismo. No sé si lo aplicaré, pero me gusta.
–¿No salías a bailar y esas cosas?
–Muy pocas veces. Me parece una locura eso de empezar la noche a
las dos de la mañana. A mí me gusta disfrutar más del día que de la
noche. Mis amigos eran los del club, entonces no salían a bailar. En ese
sentido, mi vida siempre fue tranquila.
–¿Cuáles fueron las primeras enseñanzas de la natación?
-Los viajes. A los 8 o 9 años, ya viajaba a torneos en Córdoba, en
Santa Fe o en la provincia de Buenos Aires. El primero fue en Bell
Ville, en Córdoba. Era muy chiquita. Lo que tiene la natación de lindo,
que no pasa en otras actividades, es que es mixta y tenés amigos
varones. En el futbol no pasa eso. No son muchos los deportes mixtos. En
ese sentido, la experiencia de la natación la veo muy linda para el
desarrollo de una persona.
–¿Cuándo empezaste a nadar en aguas abiertas?
–Mi primera carrera fue a los 15 años, en San Antonio de Areco.
Pero recién al acercarme a los 20 años me di cuenta de que era mi
especialidad, no solo porque tenía buenos resultados, sino también
porque me gustaba. Había competido en Sudamericanos y en Panamericanos, y
empezaba en el Grand Prix, pero me gustaban esas carreras de ocho
horas.
–¿Cuál es la diferencia entre nadar en aguas abiertas y nadar en una pileta?
–Me gustan las aguas abiertas porque en ellas se nada sin dar
vueltas y vueltas. Es como una pileta eterna, gigante. Nunca tuve miedo,
salvo a los barcos grandes. Hoy me siento más cómoda en las carreras
que van de un punto a otro.
–Dicen que cuando estás extenuada físicamente imaginás cosas para no abandonar una carrera.
–Una vez me pasó, en Canadá, que el agua estaba muy fría. Iba
ganando y pensé que no podría terminar. Me sentía mal, temblaba, no
podía ni hablar. Mi papá me acompañaba desde el bote. De la nada me
salió, y no sé cómo, imaginar que se había hundido un barco y yo era la
única que podía avisar para ayudar a la gente que necesitaba ayuda. Eso
me motivó. Gané la carrera; y cuando llegué, me desmayé. Siempre
encuentro técnicas mentales para ir zafando. Es una lucha con una misma.
–¿Quién es el rival más duro en una carrera complicada: las otras nadadoras o vos misma?
–En las carreras extremas, la lucha más difícil es con una misma.
Hay que seguir, a pesar de que, a veces, cuando te sentís mal, pensás en
abandonar. Pero yo me digo: “no puedo abandonar”. A veces aparecen los
miedos. El miedo a desmayarse, por ejemplo. Ahí me digo “alguien me
ayudará”. Después de todo, si me desmayo, está el bote de emergencias.
Aprendí a entregarme un poco.
–¿Qué es el agua para vos?
–La natación para mí siempre ha sido terapéutica. Puedo estar
preocupada fuera del agua, pero cuando empiezo a nadar todo se alinea.
Las emociones se alinean. Una vez leí en un libro que se llama Nacidos
para correr la historia de los tarahumaras, en México. Ellos decían que
si uno no resuelve un problema en tres horas de aeróbico, ese problema
no tiene solución. Eso me pasa. Suelo encontrarme resolviendo cosas de
mi vida mientras entreno en el agua. La conexión que consigo al entrenar
es muy intensa. Dicen que los ejercicios aeróbicos tienen efecto
antidepresivo. Yo comprobé que es así. Pensá que nado desde los 6 años. O
sea, solo seis años estuve fuera del agua. Y, antes de nacer, estuve en
el agua de la panza de mi mamá. Eso siempre lo asocio. El agua para mí
es tranquilidad, porque es el ambiente en el que estaba cuando era
chiquita. Una, en la panza de su madre, se siente segura. Dentro del
agua, estoy bárbara.
–También te sentís cómoda con los tatuajes, ¿no?
–Sí. Tengo nueve gotas tatuadas en la espalda. Originalmente, eran
seis. Representaban a mi familia: los cuatro hermanos, mi mamá y mi
papá. Después sumé al amor y a mi sobrina, Ámbar. La novena es mi gata
Cuca, que es muy importante para mí. También tengo tres estrellas, me
las hice cuando gané el Mundial por tercera vez. Ahora voy a poner la
cuarta.
–Si te pregunto por algo pendiente...
–¡La maternidad! La natación me retrasó ser mamá. Si hubiese sido
por mí, habría tenido un hijo a los 20. Siempre quise ser una mamá
joven. Creo que en cualquier momento llegará.
Su infancia
Pilar Geijo nació en Buenos Aires el 19 de septiembre de 1984. A
los 31 años, es una de las nadadoras más importantes del país. Pasó su
infancia en Boedo, y no se olvida de las vacaciones en Bariloche, junto a
sus padres y sus tres hermanos: Pamela, Sebastián y Guadalupe. “Íbamos
en un Torino viejo, al que cada tanto había que empujar para que
arrancara. Cuando salíamos, siempre teníamos que volver porque alguno se
olvidaba algo. Los recuerdo con mucha alegría. Todo era eterno, pero
lindo”, rememora.
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