“LOS CRISTIANOS TIENEN UN PROBLEMA CON EL DISCURSO ECLESIÁSTICO"
El reconocido escritor francés estuvo en la Argentina y habló sobre sus
libros. “Si yo le hubiese dicho a mi editor que quería escribir sobre un
hombre que mató a su mujer y a sus hijos, me hubiese dicho que así no
suceden las cosas en la vida real”, afirma al referirse a El adversario,
una de sus principales novelas de no ficción. También abordó aspectos
de Limónov, De vidas ajenas y El reino, su más reciente título, con el
que se mete con el cristianismo. La nota original fue publicada en La Gaceta, de Tucumán.
Desde que en septiembre de 2011 se publicó en Argentina De vidas ajenas (2009), la cantidad de lectores del francés Emmanuel Carrère en el país se ha ido incrementado de manera paulatina. Acaba de aparecer El reino, una crónica acerca de su relación con el cristianismo, tratada de una manera original, ya que agrega las historias de los apóstoles San Pablo y San Lucas, sin dejar de mencionar a sus tantos protagonistas, comenzando por Jesús. Entre estos dos títulos, aparecieron otros, algunos nuevos y otros reeditados: El adversario (1999), Una semana en la nieve (2000), Una novela rusa (2007) y Limónov (2011).
Ahora el que aparece es él, Carrère, invitado por la Fundación OSDE para dar una charla en la que se dio a conocer ante un público ávido de escuchar y de preguntar.
“Sigo leyendo ficción. No la rechazo”, fue una de sus primeras intervenciones y a manera de presentación en el auditorio Ingeniero Héctor Amorosi, en el barrio de Retiro, en el centro de Buenos Aires. Acto seguido, se refirió a su metodología de escritura, ya que en sus últimos trabajos se ha incluido él mismo en los relatos, aún cuando lo que cuenta son las vidas de otros. La comparación con Truman Capote y su novela A sangre fría se da por decantación. “Ese libro me ha influido. Creo que todos los que escribimos historias criminales lo hacemos a la sombra de Capote”, dice antes de explicar la incidencia que tuvo en él haberse relacionado con el asesino Jean Claude Romand, un hombre que en 1993 mató a su familia y sobre el que escribió El adversario. Todo lo hizo para seguir aparentando una vida ideal que no llevaba. Este relato es imperdible. Pero a Carrère, a pesar de lo que le ha significado en cuanto a renombre, también le pasó factura. “Había trabajado mucho, investigado demasiado para El adversario. Pero no llegaba a lo que quería. Descubrí que lo podría hacer mejor escribiendo en primera persona, sin ser el asesino. Ese era el único camino moralmente posible. Durante siete años no pude concretarlo y al final lo escribí en siete meses. Claro que en base a lo que había investigado. En cuanto tuve delante lo real, había que entender los pensamientos y la duda. No creo en la objetividad. Creo en la verdad”, sintetiza. Y sigue: “Hay que saber explicar qué es lo que uno siente y piensa. Salir de esa historia no fue fácil ni placentero. Pero no me puedo quejar. Nadie me obligó. Lo hice porque quise. Fue una prueba psicológica muy angustiante. Había que llegar hasta el fondo. Y pude hacerlo”.
“No utilizo la palabra novela para mis libros. Aunque uso los recursos de una novela, y deseo que estos libros den la misma emoción que las novelas”, explicó antes de agregar que “la historia de El adversario, como ficción, seria inverosímil. Si yo le hubiese dicho a mi editor que quería escribir sobre un hombre que mató a su mujer y a sus hijos y a otros familiares, me hubiese dicho que así no suceden las cosas en la vida real. Por eso es cierto que la realidad supera a la ficción”.
Sus libros
Tras referirse a El adversario, el escritor francés fue llevado a través de su interlocutora, la periodista Silvia Hopenhayn, hacia otro de sus trabajos fundamentales: Una novela rusa. “Fue el único libro realmente autobiográfico que escribí. Fue un libro que me ha salvado. Ha sido muy positivo para mí. Estuvo muy relacionado con mi psicoanálisis. Es decir, que de una forma algo se terminaba. Este libro ha sido salvador, porque yo mismo me desnudé al escribirlo”. Aquí, a partir de la intención de descubrir a la figura de su abuelo, surgen relatos muy íntimos que derivaron en críticas elogiosas en todo el mundo.
“Si Una novela rusa me permitió superar muchas cosas, porque se compone de una gama de neurosis, en el libro siguiente, De vidas ajenas, pude tratar otras cosas más lógicas y normales de la vida diaria: divorcios, frustraciones ante la imposibilidad de hacer lo que uno quiere, etcétera. De vidas ajenas es un relato que se dio después de los hechos que cuento. No lo hice mientras los vivía. No había pensado en escribir sobre eso”, se extiende al referirse a la vivencia que tuvo a partir del tsunami de 2004. “Fue una experiencia traumática formar parte de eso”, recuerda.
De vidas ajenas es tal vez el mejor libro de Carrère, aunque ante la lectura como actividad las sentencias siempre son personales. “No perdimos nada pero estábamos rodeados de gente que sí había perdido todo. Cuando empecé a escribir sobre otras cosas que me pasaron en la vida privada, como la muerte de mi cuñada, una mujer joven que falleció de cáncer y dejó un marido y tres niñas, no imaginaba que terminaría haciendo este libro, que trata de cosas dolorosas, aunque no fue doloroso escribirlo”.
“De pronto me pareció legítimo meter todo en un solo balde: lo que me contaban y mi experiencia. De mis libros, es el que prefiero. Escribiéndolo, me sentí útil”.
Limónov
“Me apasionaba el mundo post-comunista de Rusia, que se me hacía caótico. Quería escribir sobre eso”, aventuró al referir a los primeros pasos que dio para que su novela Limónov, sobre el poeta ruso, se concretara. Hoy dedicado a la política de su país, Limónov despertó sentimientos encontrados en Carrère. Aunque, y él mismo lo dice, apasionantes. “Esa novela surgió de un reportaje. Le debo mucho al periodismo. Había conocido a Limónov, un escritor de moda en el París de los 80. Me había caído bien. Era un provocador. Cuando cayó el comunismo tuvo actividades raras. Se juntaba con criminales de guerra y esas cosas, como skinheads”.
“Un amigo que tenía un diario me propuso hacer una entrevista a alguien y pensé en reportear a Limónov. Me preguntaba si era un crápula fascista, pero a la vez me acordaba de aquel escritor seductor tan directo y atrayente. Era muy raro. Así que lo entrevisté durante quince días y cuando terminé volví sabiendo menos de él. Pero entendí que tenía un personaje para mi libro”.
“Con él como personaje me di cuenta de que tenía para escribir un libro de aventuras y al mismo tiempo un libro de historia sobre Europa. Fue difícil de hacer, ya que por momentos me parecía un personaje atroz y, en otros, sentía simpatía por él. Esto me llevó a tener dudas e interrumpir el trabajo durante un año. Pero lo retomé y hoy siento que fue un libro divertido de hacer. Me reí mucho escribiéndolo”, rememora.
El reino
Ya situado en 2015, y con el público escuchando con silenciosa atención, Emmanuel Carrère finalizó su charla hablando de su nuevo libro, El reino, que acaba de publicarse en la Argentina a través de Anagrama, como todos sus títulos. “Tiene una larga trayectoria, como muchas capas. Me llevó demasiado tiempo redactarlo. Tengo la sensación de que es un ciclo de siete años. A la vez, trata sobre lo que era una verdadera obsesión para mí: el cristianismo”, explica.
Es que en El reino, el autor recuerda aquellos años suyos en los que se había tornado poco menos que en un fanático religioso, hasta cambiar a la contracara en la actualidad. Así lo explica: “Durante unos cuantos años de mi vida fui un creyente muy dogmático, rígido. Ya no lo soy. Éste es un libro escrito por un agnóstico. Pero traté de no ponerme en la superioridad de que como no soy creyente sé más que aquellos que lo son. Es un trabajo muy inspirado por una relación de familiaridad y amistad con el cristianismo. No es un libro hostil al cristianismo”.
“No me parecía que la crisis religiosa fuese tema para un libro, pero a partir de querer contar cómo se redactaron los relatos del cristianismo, supe que lo podía escribir. El de los evangelios es un tema apasionante. Pensaba que yo en un momento había depositado mucha fe en ellos. Inclusive, en un momento me pareció que podría escribir un diálogo entre aquel creyente de hace veinte años y este que hoy no cree. Se me ocurría normal y legítimo atestiguar sobre el tema”, dice.
Al referir puntualmente al cristianismo, opina que “su comienzo incita a pensar en la ucronía, porque podría haber sido todo diferente. Sin embargo, veinte siglos después un cuarto del planeta sigue creyendo en ese relato. Hay algo muy raro en esta historia”. “Quería transmitir el sabor del cristianismo y quería también que este libro sea leído tanto por creyentes como por otros que no creen. En ese sentido fue un desafío. Me gusta haberlo logrado. Las reacciones fueron muy calurosas”.
Antes de terminar, se refirió a cómo se cuenta la historia del cristiano a través del tiempo: “Creo que los cristianos tienen un problema con el discurso eclesiástico que los aburre. Este no es un libro cristiano pero habla con familiaridad con el cristianismo. Pertenezco a gente que considera que el discurso eclesiástico es insatisfactorio, pero al mismo tiempo hace resonar algo que forma parte de nuestra vida. Habría que encontrar nuevas palabras para hablar de esto”.
Ya sí, sobre el cierre de su charla, se permitió una dosis de humor al referir a la influencia que tuvo el psicoanálisis en su vida: “Me dejó una herencia, que es contar las cosas con una continuidad absoluta”.
Más de uno amagó con levantar la mano para charlar con él.
Desde que en septiembre de 2011 se publicó en Argentina De vidas ajenas (2009), la cantidad de lectores del francés Emmanuel Carrère en el país se ha ido incrementado de manera paulatina. Acaba de aparecer El reino, una crónica acerca de su relación con el cristianismo, tratada de una manera original, ya que agrega las historias de los apóstoles San Pablo y San Lucas, sin dejar de mencionar a sus tantos protagonistas, comenzando por Jesús. Entre estos dos títulos, aparecieron otros, algunos nuevos y otros reeditados: El adversario (1999), Una semana en la nieve (2000), Una novela rusa (2007) y Limónov (2011).
Ahora el que aparece es él, Carrère, invitado por la Fundación OSDE para dar una charla en la que se dio a conocer ante un público ávido de escuchar y de preguntar.
“Sigo leyendo ficción. No la rechazo”, fue una de sus primeras intervenciones y a manera de presentación en el auditorio Ingeniero Héctor Amorosi, en el barrio de Retiro, en el centro de Buenos Aires. Acto seguido, se refirió a su metodología de escritura, ya que en sus últimos trabajos se ha incluido él mismo en los relatos, aún cuando lo que cuenta son las vidas de otros. La comparación con Truman Capote y su novela A sangre fría se da por decantación. “Ese libro me ha influido. Creo que todos los que escribimos historias criminales lo hacemos a la sombra de Capote”, dice antes de explicar la incidencia que tuvo en él haberse relacionado con el asesino Jean Claude Romand, un hombre que en 1993 mató a su familia y sobre el que escribió El adversario. Todo lo hizo para seguir aparentando una vida ideal que no llevaba. Este relato es imperdible. Pero a Carrère, a pesar de lo que le ha significado en cuanto a renombre, también le pasó factura. “Había trabajado mucho, investigado demasiado para El adversario. Pero no llegaba a lo que quería. Descubrí que lo podría hacer mejor escribiendo en primera persona, sin ser el asesino. Ese era el único camino moralmente posible. Durante siete años no pude concretarlo y al final lo escribí en siete meses. Claro que en base a lo que había investigado. En cuanto tuve delante lo real, había que entender los pensamientos y la duda. No creo en la objetividad. Creo en la verdad”, sintetiza. Y sigue: “Hay que saber explicar qué es lo que uno siente y piensa. Salir de esa historia no fue fácil ni placentero. Pero no me puedo quejar. Nadie me obligó. Lo hice porque quise. Fue una prueba psicológica muy angustiante. Había que llegar hasta el fondo. Y pude hacerlo”.
“No utilizo la palabra novela para mis libros. Aunque uso los recursos de una novela, y deseo que estos libros den la misma emoción que las novelas”, explicó antes de agregar que “la historia de El adversario, como ficción, seria inverosímil. Si yo le hubiese dicho a mi editor que quería escribir sobre un hombre que mató a su mujer y a sus hijos y a otros familiares, me hubiese dicho que así no suceden las cosas en la vida real. Por eso es cierto que la realidad supera a la ficción”.
Sus libros
Tras referirse a El adversario, el escritor francés fue llevado a través de su interlocutora, la periodista Silvia Hopenhayn, hacia otro de sus trabajos fundamentales: Una novela rusa. “Fue el único libro realmente autobiográfico que escribí. Fue un libro que me ha salvado. Ha sido muy positivo para mí. Estuvo muy relacionado con mi psicoanálisis. Es decir, que de una forma algo se terminaba. Este libro ha sido salvador, porque yo mismo me desnudé al escribirlo”. Aquí, a partir de la intención de descubrir a la figura de su abuelo, surgen relatos muy íntimos que derivaron en críticas elogiosas en todo el mundo.
“Si Una novela rusa me permitió superar muchas cosas, porque se compone de una gama de neurosis, en el libro siguiente, De vidas ajenas, pude tratar otras cosas más lógicas y normales de la vida diaria: divorcios, frustraciones ante la imposibilidad de hacer lo que uno quiere, etcétera. De vidas ajenas es un relato que se dio después de los hechos que cuento. No lo hice mientras los vivía. No había pensado en escribir sobre eso”, se extiende al referirse a la vivencia que tuvo a partir del tsunami de 2004. “Fue una experiencia traumática formar parte de eso”, recuerda.
De vidas ajenas es tal vez el mejor libro de Carrère, aunque ante la lectura como actividad las sentencias siempre son personales. “No perdimos nada pero estábamos rodeados de gente que sí había perdido todo. Cuando empecé a escribir sobre otras cosas que me pasaron en la vida privada, como la muerte de mi cuñada, una mujer joven que falleció de cáncer y dejó un marido y tres niñas, no imaginaba que terminaría haciendo este libro, que trata de cosas dolorosas, aunque no fue doloroso escribirlo”.
“De pronto me pareció legítimo meter todo en un solo balde: lo que me contaban y mi experiencia. De mis libros, es el que prefiero. Escribiéndolo, me sentí útil”.
Limónov
“Me apasionaba el mundo post-comunista de Rusia, que se me hacía caótico. Quería escribir sobre eso”, aventuró al referir a los primeros pasos que dio para que su novela Limónov, sobre el poeta ruso, se concretara. Hoy dedicado a la política de su país, Limónov despertó sentimientos encontrados en Carrère. Aunque, y él mismo lo dice, apasionantes. “Esa novela surgió de un reportaje. Le debo mucho al periodismo. Había conocido a Limónov, un escritor de moda en el París de los 80. Me había caído bien. Era un provocador. Cuando cayó el comunismo tuvo actividades raras. Se juntaba con criminales de guerra y esas cosas, como skinheads”.
“Un amigo que tenía un diario me propuso hacer una entrevista a alguien y pensé en reportear a Limónov. Me preguntaba si era un crápula fascista, pero a la vez me acordaba de aquel escritor seductor tan directo y atrayente. Era muy raro. Así que lo entrevisté durante quince días y cuando terminé volví sabiendo menos de él. Pero entendí que tenía un personaje para mi libro”.
“Con él como personaje me di cuenta de que tenía para escribir un libro de aventuras y al mismo tiempo un libro de historia sobre Europa. Fue difícil de hacer, ya que por momentos me parecía un personaje atroz y, en otros, sentía simpatía por él. Esto me llevó a tener dudas e interrumpir el trabajo durante un año. Pero lo retomé y hoy siento que fue un libro divertido de hacer. Me reí mucho escribiéndolo”, rememora.
El reino
Ya situado en 2015, y con el público escuchando con silenciosa atención, Emmanuel Carrère finalizó su charla hablando de su nuevo libro, El reino, que acaba de publicarse en la Argentina a través de Anagrama, como todos sus títulos. “Tiene una larga trayectoria, como muchas capas. Me llevó demasiado tiempo redactarlo. Tengo la sensación de que es un ciclo de siete años. A la vez, trata sobre lo que era una verdadera obsesión para mí: el cristianismo”, explica.
Es que en El reino, el autor recuerda aquellos años suyos en los que se había tornado poco menos que en un fanático religioso, hasta cambiar a la contracara en la actualidad. Así lo explica: “Durante unos cuantos años de mi vida fui un creyente muy dogmático, rígido. Ya no lo soy. Éste es un libro escrito por un agnóstico. Pero traté de no ponerme en la superioridad de que como no soy creyente sé más que aquellos que lo son. Es un trabajo muy inspirado por una relación de familiaridad y amistad con el cristianismo. No es un libro hostil al cristianismo”.
“No me parecía que la crisis religiosa fuese tema para un libro, pero a partir de querer contar cómo se redactaron los relatos del cristianismo, supe que lo podía escribir. El de los evangelios es un tema apasionante. Pensaba que yo en un momento había depositado mucha fe en ellos. Inclusive, en un momento me pareció que podría escribir un diálogo entre aquel creyente de hace veinte años y este que hoy no cree. Se me ocurría normal y legítimo atestiguar sobre el tema”, dice.
Al referir puntualmente al cristianismo, opina que “su comienzo incita a pensar en la ucronía, porque podría haber sido todo diferente. Sin embargo, veinte siglos después un cuarto del planeta sigue creyendo en ese relato. Hay algo muy raro en esta historia”. “Quería transmitir el sabor del cristianismo y quería también que este libro sea leído tanto por creyentes como por otros que no creen. En ese sentido fue un desafío. Me gusta haberlo logrado. Las reacciones fueron muy calurosas”.
Antes de terminar, se refirió a cómo se cuenta la historia del cristiano a través del tiempo: “Creo que los cristianos tienen un problema con el discurso eclesiástico que los aburre. Este no es un libro cristiano pero habla con familiaridad con el cristianismo. Pertenezco a gente que considera que el discurso eclesiástico es insatisfactorio, pero al mismo tiempo hace resonar algo que forma parte de nuestra vida. Habría que encontrar nuevas palabras para hablar de esto”.
Ya sí, sobre el cierre de su charla, se permitió una dosis de humor al referir a la influencia que tuvo el psicoanálisis en su vida: “Me dejó una herencia, que es contar las cosas con una continuidad absoluta”.
Más de uno amagó con levantar la mano para charlar con él.
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