"NO SOY DE LOS QUE SIENTEN ANGUSTIA AL ESCRIBIR"
Gustavo Ferreyra es el
autor de una gran novela titulada La familia (Alfaguara), cuya historia se
remite a un pasado tortuoso del cual su protagonista no puede salir indemne. En
esta entrevista, el escritor habla de lo que rodea a ese libro de 570 páginas. La nota origial fue publicada en La Voz del Interior.
El barrio de Villa Urquiza está en la zona norte de la
ciudad de Buenos Aires y parece uno de los pocos que todavía respiran pasado.
Si bien se han levantando modernos edificios, la cuadra en la que vive el
escritor Gustavo Ferreyra parece detenida en el tiempo. Su casa, en lo alto de
un PH, es enorme, luminosa y con techos altos. Si uno leyó La familia, su
última novela publicada (Alfaguara, 2014), se da cuenta de que ese no es el escenario
de la historia, aunque podría serlo. Pero lo que no se sabe –y lo fui a
averiguar- es cuánto hay de él en Sergio Correa Funes, el tortuoso protagonista
que mantiene en vilo de manera magistral a los lectores de esas 570 páginas.
De muy buen humor, Ferreyra hablará de ese personaje y
desmitificará el rol del escritor torturado, contará por qué no le gusta volver
a leer lo publicado, referirá a sus pensamientos alrededor de la propia muerte
y hará referencias a esos antepasados que lo impulsaron a hacer esta gran obra.
-¿Al escribir una
novela tan personal como La familia, pensabas en las repercusiones que podría
generar en tus familiares?
-No soy un escritor muy consciente de los efectos. Alguna
vez dije que hay dos tipos de escritores. Uno es el tipo orfebre, que trabaja
el texto desde cierta exterioridad o distancia y es más conciente de los efectos
que puede provocar en el lector. Yo, en cambio, soy como una araña que va
tejiendo y no tengo mucha distancia para saber qué está saliendo o qué efectos
puede tener un texto que escribo.
-¿Qué se siente
cuando se termina una novela como ésta?
-Por lo general siento un poco de paz: tarea terminada.
Porque hay cierta angustia cuando se acerca el final. Al menos en mi caso.
Pienso en si podré terminarla como la pensé. Siempre hay un desafío en eso.
Incluso en términos de pensar que puedo morir y obviamente no la terminaría. En
los últimos meses de una novela se me cruza la posibilidad de que quede
inconclusa por ese tema.
-¿Pensás en la muerte
al escribir?
-Si. Me ha pasado, sobre todo con novelas más ambiciosas o largas,
en términos personales, como El desamparo y ésta.
-¿Cómo se dio el
proceso de escritura de La familia?
-Esta novela la planeé bastante. Me llevó tres años. La terminé
en 2009 y se publicó recién en 2014, porque siempre publico con atraso. Tenía
bastante claro qué quería y cómo iba a terminar con los elementos ficcionales y
mi propia historia familiar, que están ahí. Contaba como idea con el ensayo
final, que lo empecé a escribir al comienzo. O sea, estaba terminado ese ensayo
de Vida y Sujeto antes que el resto. Después se dio el proceso del día a día,
que es escribir con birome una hoja de cuaderno diaria. Siempre escribo en
cuaderno y luego lo paso al Word.
-¿No te dio algún
prurito hablar de tus conocidos?
-Si. Sergio Correa Funes (el protagonista) no tiene puntos
de contacto con mi vida, pero sí los de las generaciones anteriores. El padre,
el abuelo, algo de la madre. Hay una mezcla de ficción y realidad. Lo de Sergio
Correa Funes es ficción. Pero cuando se es escritor hay que ser cruel con uno
mismo y con quien sea. ¡Capote hizo estragos! Así que ponía de ejemplo a Capote
y le daba.
-¿Hubo quejas?
-Y, no se, no me llegaron todavía. Mi mamá está muy grande.
El que aparece más es mi papá, el Gustavo Correa Funes, que fue a la guerra, al
África. Pero ya falleció. No se si hubiera escrito con mi papá… La verdad es
que aún no me dicen demasiado.
-¿Te sirvió como catarsis?
-Tal vez sí. Ya venía con novelas o personajes que rozaban
el tema de la familia, el poder y el sojuzgamiento familiar, así que tuve la
idea de contraponer a la familia como institución y ponerla como un personaje
que tensara la cuerda hasta el final, hasta que el protagonista quede de cara a
las peores circunstancias en que una familia te puede poner. Y me lancé
pensando que era una novela en la que ponía toda la carne en el asador.
-Después de leer el
libro, todo lector mirará al menos de reojo a su propia familia.
-Si, es posible. Si.
-¿Se te hizo
complicado convivir tres años de escritura con el personaje principal?
-Si y no. Evidentemente, hay cosas mías en él. Eso de tensar
la cuerda para ponerlo en determinadas situaciones me llevó a la empatía, la
compasión y la identificación. Y había que llevarlo, siempre hasta ahí. Creo
que es un personaje de los más logrados.
-Hay una escena
tremenda, que es la del chico que no quiere dormirse por miedo a que su padre
lo mate en la noche.
-Tiene que ver con algo de mi propia historia. Siempre está
esa relación de puja con el padre, ese temor a la violencia y ese pasado.
Porque la novela plantea la saga de una familia que se ve primero en Ricardo y
luego en Gustavo y por último en Sergio, a quien le llega ese pasado que no
sabemos cuándo ha surgido, pero que pasa de una generación a otra. Y Sergio aporta
algo de racionalidad frente a ese pasado irracional que al final le derriba el
dique que intentó construir. Le han pasado cosas durísimas, como la muerte de
dos hijas. Y queda en una situación de punto de quiebre en su relación con la
familia. Porque para Sergio la familia termina siendo una gran trampa. Y cuando
queda de cara a la institución la lleva al reto, que es como empieza la novela,
cuando dice que podría volcar su vida a ir contra esa institución, que es lo
que intenta. En esa disyuntiva está en los años 2004 o 2005, que es el presente
de la historia, con la separación de su mujer tras la muerte de una de sus
hijas.
-Me quedó esa imagen
de la soledad absoluta de Sergio, cuando está en la pileta de un club junto a
su mujer.
-No recuerdo la intencionalidad de esa escena en particular,
pero él ya tiene como cierto enajenamiento con respecto de las situaciones que
vive. Como que no puede estar naturalmente dentro de lo que vive. Puede que se
refleje una soledad, pero también una imposibilidad de vivir ese presente con un
conflicto interno que lo parte.
-¿Te ahorró plata de
psicólogo hacer esta novela?
-¡Al contrario! ¡Todavía estoy gastando! Hablando en serio,
no soy de ir tanto al psicólogo. Esta novela coincidió, creo, con un período de
muchos años, de una década más tranquila de mi parte, que empezó en 2004 o
2005. No lo se bien. Eso posibilitó también que pudiera escribirla y no
conflictuarme tanto. No fue un período particularmente angustioso cuando la
escribí.
-¿Qué libros te
ayudaron a escribir La familia?
-Hay todo un río de lecturas atrás que te va llevando y
arrastrando. Este libro surgió con mucho tiempo, con un pasado familiar, con
cosas que fui pensando a lo largo de bastantes años. No hay un disparador. De todas maneras,
cuando escribo, siempre leo. No soy un escritor que hace en tres o cuatro meses
una novela ni de esos que mientras escriben no leen para no sentirse
influenciados. En general en mi caso no hay una influencia directa de lo que
leo mientras escribo. Sí de cosas que leí. Pero lo mío pasaba en este caso por
escribir sobre Correa Funes, un personaje que tiene incidencia en un futuro de
la humanidad: dentro de cien años lo toman en Nueva York como referente
profético de una sociedad que abandona a la familia como institución legal en
la búsqueda de un individualismo a ultranza. Porque por lo general a la familia
se la vio hackeada desde la izquierda y acá aparece como la disolución de
cualquier lazo comunitario a partir del individualismo más absoluto, anárquico,
liberal. Como lo quieras llamar.
-La Iglesia contenta,
¿no?
-La Iglesia puede adaptarse, también, hasta en la disolución
de la familia. Después de todo Jesús fue un tipo muy solitario.
-¿Qué significa La
familia en tu trayectoria como escritor?
-Con esta novela yo quería terminar un período de mi
literatura y no escribir por un tiempo para dedicarme a estudiar idiomas, como
francés. Hacer un parate. Que La familia pusiera fin a un ciclo para tomarme
unos años y ver dónde hacer un segundo ciclo. Pero no salió así: a poco de
terminarla salió Piquito de oro y luego la oportunidad de continuarla. Desde
2010 termino una novela y ya tengo otra o dos inéditas, por lo menos. Voy
publicando con atraso. Acabo de terminar la última de Piquito de oro, en
diciembre, y ahora estoy pergeñando una novela, pero con tranquilidad. No tengo
apuro.
-¿A qué se debe tanta
necesidad de escribir?
-Es difícil sostener un para qué o por qué de la escritura,
más allá de la imposibilidad de no hacerlo, de no escribir. Es parte de mi
vida. No puedo no hacerlo. Claro que también tiene sus sinsabores, como no
publicar, lo que me provoca cierto fastidio, como los atrasos de las
editoriales y esas cosas.
-¿En qué consiste tu
ritual de escritura?
-Escribo todos los días, de lunes a viernes. Es algo casi
laboral, aunque también es un acto de fe. No trabajo los fines de semana ni los
feriados, pero le dedico dos o tres horas diarias. Escribo sin grandes dramas.
No puedo decir “escribí esta hoja de miércoles y la tiro y vuelvo”. No. Lo que
escribo es lo que sale publicado. Corrijo al terminar cada capítulo, pero una
palabra, una coma, un punto y aparte, a lo sumo un renglón. Pero no mucho más.
Ya el renglón es raro. Escribo sin un estado de angustia, sin sentir una cosa
de fracaso como “este fragmento me salió mal, lo tacho, lo tiro”. Escribir
tiene para mí como un placer oculto. Corregir, depende. Cuando corrijo
inmediatamente estoy tan pegado al texto que no puedo hacer ningún tipo de
valoración. No puedo decir es bueno o malo. Corrijo si tengo la percepción de
un error. Pero nada más. Diferentes es cuando hay que corregir una novela
después de cinco o seis años de haberla escrito
-¿Qué te pasa en ese
caso?
-Hay como una cosa… te encontrás con un texto ya alejado,
que te plantea interrogantes. En esos casos corrijo nada más que lo que me
dicen los correctores que habría que cambiar. Leo lo necesario. Prefiero no
leer la novela de nuevo. Por eso cuando me plantearon una revisión de El amparo,
preferí que salga como estaba, por la sencilla razón de no volver a leerla.
-¿Pensaste qué
hubiese dicho Sergio Correa Funes si leyera lo que escribiste sobre él?
-No se si hubiera terminado el libro.
GUSTAVO FERREYRA – LA
FAMILIA
“No es nada agradable andar por la vida con el tremendo dedo
de Dios sobre la cabeza ante la vista de todos y al mismo tiempo no creer”,
escribe Gustavo Ferreyra en La Familia, poniendo la frase en boca de su
protagonista, Sergio Correa Funes. En 570 páginas, el autor hace hincapié en
ese personaje resentido que termina chocando de frente con su historia
familiar, de la que intenta escapar. Estudiante de Filosofía, se presenta como
el que intentará salvarse de aquellos antecedentes que no le escapan al odio ni
a la violencia. Envidia, desamor y resignación son los lazos comunes entre las
distintas generaciones de los Correa Funes.
En el caso de Sergio, el destino parece tenerlo entre ojos.
De chico, sufre en su habitación cuando se quiere ir a dormir. Su insomnio se
debe al temor que le tiene al padre, de quien sospecha que matará primero a su
madre para luego ir por él. En tanto, vivirá en medio de apariencias antes sus
compañeros de colegio, ya que son sus padres quienes le enseñan que debe
ocultar sus carencias económicas para pertenecer a una determinada clase social.
Adulto, se casará con una mujer de la que no está enamorado y tras la muerte de
sus hijas, buscará a través de una amante cambiar su camino. Si lo logra es un
misterio que se develará hacia el final, con una escena particularmente dura.
Durísima. Lo que sí se sabe es que en el futuro se convertirá en un referente
que tendrá incidencia en la teoría de descreer de la familia como institución.
Novela potente, es imposible que el lector no mire, aunque
sea de reojo, a su propia familia. Muy bien escrita, se trata de una historia de
la que no se sale igual que como se entra. Es que Ferreyra consigue describir
el pensamiento minuto a minuto de Sergio, como si se tratase de un Gran Hermano
literario. Lo expone desnudo. “La conciencia quiere sillones bien cómodos donde
descansar por los siglos de los siglos. La conciencia quiere estar
concientizando siempre”, escribe Sergio en su ensayo titulado Vida y Sujeto,
que cierra el libro pero que, adrede, fue lo primero que escribió el autor.
PERFIL
Gustavo Ferreyra nació en Buenos Aires, Argentina el 4 de
enero de 1963. Es licenciado en Sociología y se desempeña como docente en la
UBA. Sus libros publicados son El amparo, El perdón, El desamparo, Gineceo, Vértice,
El director, Piquito de oro, Dóberman y La familia.
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