CADA VEZ DISFRUTO MÁS DE ESCRIBIR
Samanta Schweblin es una de las autoras argentinas más reconocidas en el mundo. Fue traducida a más de veinte idiomas. Desde Berlín, donde vive, habla de su carrera y de lo que está por venir. La nota original, acá.
En los últimos años, un grupo de escritoras que hoy rondan los 40 (algunas más, algunas menos) impuso un aire renovado a una literatura argentina representada mayormente por hombres. Varios son los ejemplos, pero hay uno insoslayable: Samanta Schweblin. Nacida en Buenos Aires en 1978 y egresada en Imagen y Sonido de la UBA, vive en Berlín desde hace cinco años. Allí tiene su centro de operaciones: escribe cuentos y novelas, y dicta talleres literarios para pobladores latinos.
La obtención en 2015 del IV Premio Internacional de Narrativa Breve Ribera del Duero por su libro Siete casas vacías significó un punto de partida en lo que a reconocimiento se refiere. Aunque antes había logrado otros premios: el Casa de las Américas en 2008 y el Konex en el 2014, por ejemplo.
Este año, luego de que su más reciente libro, Distancia de rescate, fuese publicado por la prestigiosa editorial estadounidense Riverhead Books, Samanta fue finalista en el Man Booker International Prize 2017, uno de los galardones de mayor importancia, que obtuvieron entre otros autores Alice Munro en 2009 y Philip Roth en 2011. El ganador de esta edición fue el israelí David Grossman.
Además, fue elegida entre los 39 mejores escritores de ficción menores de 40 de América Latina para el Hay Festival, considerado entre los festivales literarios más importantes del planeta. Sobre esto, dice: “Siempre me angustió crecer. Tengo fotos desde mis dos años hasta los diez llorando frente a las velitas de la torta mientras todo el mundo aplaude detrás. Me angustia el tic tac del tiempo y siento que, a veces, estoy todo el día luchando contra eso. Pero la edad en sí no me preocupa tanto en este caso: así como los adolescentes esperan ansiosos que algún día dejen de pedirle los documentos, yo espero ansiosa que alguna vez dejen de llamarme ‘joven escritora’, y cumplir cuarenta parece razón más que suficiente, ¿no?”
—En la Argentina, cada vez tenés más reconocimiento. ¿Eso te replantea, por ejemplo, volver a vivir al país?
—Es raro ese reconocimiento, no termino de acostumbrarme porque es algo que vivo solo unos poquitos días al año, cuando paso por Buenos Aires para ir a ver a la familia. En Berlín casi nadie me conoce como escritora, de hecho, casi nadie me conoce. Y eso me gusta. Viajo mucho, un tercio del año estoy de acá para allá, y me encanta regresar a mi pequeñísimo mundo en Berlín, donde cuento los amigos con los dedos de la mano y ni siquiera tengo teléfono en casa. Es un aislamiento que me hace bien y me permite reconectar de inmediato con la escritura.
—¿Seguís disfrutando de escribir y publicar? ¿O con los años cuesta más?
—Lo disfruto muchísimo, cada vez más, lo que no quita los miedos y las angustias, por supuesto. Pero me siento una privilegiada por poder vivir de lo que me gusta, y trato de tener esto siempre presente. Sobre cada libro pesan siempre los anteriores, es verdad. Pero esto es algo en lo que pienso cuando un libro ya está terminado, en etapas de relecturas ya más superficiales en las que uno empieza a pensar no tanto en el libro en sí, sino en la vida que ese libro podría tener. No es algo en lo que piense durante la escritura.
—¿Lidiás contra la posibilidad de que la escritura se convierta más en un modo de ganar dinero que en una pasión?
—Creo que hay un poco de prejuicio alrededor de esto. Por supuesto que son pocos los escritores que pueden vivir de su escritura, pero eso no quita que no haya autores que hacen mucho dinero escribiendo y en los que se nota, en los propios libros, que siguen haciéndolo con pasión y genialidad. Hay algo de esa amenaza que planteás que, a la vez, me angustia y me calma, y es que me considero muy poco profesional. Envidio a algunos autores más flexibles, que pueden moverse de un género a otro o proponerse determinados libros y escribirlos tal como los pensaron. Yo solo cuento con mis ganas de contar determinadas ideas y mi talento es bastante caprichoso. Si no hago las cosas con ganas, no me salen bien. Así que supongo que soy de esos autores que, por más dinero que quieran hacer, solo saben escribir lo que quieren escribir.
—¿Cómo imaginás a tus lectores? ¿Los pensás al momento de escribir?
—Escribo siempre con la ilusión de ser leída, así que tengo muy presente a los lectores. Aunque antes que eso está mi propia mirada sobre lo que quiero escribir. Cuando la idea todavía es solo una sensación y toca sentarse a escribir con el fin de entenderla un poco más para atravesar la historia por primera vez de punta a punta, entonces escribo como en una burbuja de silencio. Ahí no hay lectores ni amigos ni maestros, si bien en el fondo todos influirán, por supuesto. Pero esas primeras versiones de todas mis historias las escribo por la curiosidad de saber qué vendrá a continuación, y entonces yo soy mi única lectora.
—Hay una movida muy interesante, en la sociedad, respecto del papel de la mujer. ¿Tenés alguna postura? ¿En el ámbito literario, cuesta más publicar siendo mujer?
—Están pasando muchas cosas, algunas buenas y otras muy malas; y por las malas todavía falta mucho por luchar. Pero creo que, justamente en el ámbito literario, las mujeres están tomando un protagonismo importante. Creo que somos nosotras, sobre todo, las que cambiamos. Hace quince años, cuando un crítico de renombre me felicitó porque “mis cuentos eran tan buenos que parecían escritos por un hombre”, si alguien me preguntaba por mis influencias literarias yo enseguida largaba mis largas listas de nombres masculinos. ¿Cómo acepté durante tantos años esta idea implícita de que, evidentemente, si los hombres publicaban más, era porque escribían mejor? Cuando leí a Flannery O’Connor, a Agota Kristof, ¡María Luisa Bombal! ¡Sara Gallardo! ¡Qué indignación! ¿Dónde estaban todas esas mujeres? ¿Por qué sus libros tardaron tantos años en llegar a mis manos?
—¿Se corre el riesgo de que este movimiento divida más la literatura femenina de la masculina?
—A mí, me siguen asustando las antologías de literatura escritas solo por mujeres, las mesas de escritoras. Me asusta, como decía Marguerite Yourcenar, participar de cualquier instancia en la que las mujeres sigan estando aparte. La literatura es nuestro espacio para pensarnos, para entendernos, por eso me parecería peligroso marcar qué se debería o no leer. Pero, por eso mismo, me da tanta alegría ver que la literatura escrita por mujeres está ganando semejante protagonismo, porque no se lo está ganando por derecho, se lo está ganando porque es buenísima.
—¿Qué ves más en el ambiente literario: egocentrismo o sensibilidad?
—Sensibilidad, por supuesto. Si no, nos dedicaríamos a otra cosa. A veces, siento que peco de ingenua, pero han pasado ya dieciocho años desde mi primera publicación, y desde entonces la gran mayoría del ambiente literario siempre fue inmensamente generoso conmigo. Soy lo que soy por escritores como Liliana Heker, Guillermo Martínez, Elvio Gandolfo, Abelardo Castillo, Vera Giaconi, Pablo Ramos, Ana Maria Shua, Alejandro Zambra, Isabel Mellado. Me han abierto puertas y me han enseñado cosas por las que siempre voy a estar agradecida. Sé que acabo de saltar de la idea de sensibilidad a la de generosidad. Pero es que creo que una está muy atada a la otra. Hay algo de egocentrismo también, es verdad, porque así somos muchas veces. Pero se dice por ahí que el egocéntrico es incapaz de ponerse en los zapatos del otro, cuando ese es justamente el ejercicio de la escritura y de la lectura: la capacidad de pensarse como otro, de entender al otro, el ejercicio de la empatía. Y la empatía no es un asunto menor. La falta de empatía es un problema común en todas las crisis que estamos viviendo en el mundo en este momento.
—¿Qué significó ser finalista del Man Booker International Prize 2017?
—La verdad es que fue un honor compartir ese lugar con autores que leo hace muchos años y algunos incluso que admiro profundamente. Ya la sola instancia de finalista le dio al libro un lugar importante en el habla inglesa. Fever Dream (Distancia de rescate) está teniendo muchísimos lectores. Fue un reconocimiento inesperado que apadrinó al libro.
—¿Cuáles son tus rutinas en Alemania?
—Adoro las rutinas. Y como estoy viajando mucho y me cansa bastante, cuando vuelvo a Berlín abrazo mis rutinas con desesperación. Escribo en las mañanas, en general de nueve a tres, cuatro de la tarde. Escribir no es solo escribir. Le llamo escribir a todo lo que me impulse a pensar literariamente. Es decir que esas siete horas de trabajo diario no siempre son frente al escritorio. Escribir puede ser leer, caminar, ir a la biblioteca, correr, lavar los platos. Todo eso es escribir. La tarde queda para otros proyectos, para los correos, las entrevistas, para ver a los amigos y para dar mis talleres literarios, que es, en parte, de lo que vivo.
Por Alejandro Duchini
Fotos: Gentileza Maximiliano Pallocchini
En los últimos años, un grupo de escritoras que hoy rondan los 40 (algunas más, algunas menos) impuso un aire renovado a una literatura argentina representada mayormente por hombres. Varios son los ejemplos, pero hay uno insoslayable: Samanta Schweblin. Nacida en Buenos Aires en 1978 y egresada en Imagen y Sonido de la UBA, vive en Berlín desde hace cinco años. Allí tiene su centro de operaciones: escribe cuentos y novelas, y dicta talleres literarios para pobladores latinos.
La obtención en 2015 del IV Premio Internacional de Narrativa Breve Ribera del Duero por su libro Siete casas vacías significó un punto de partida en lo que a reconocimiento se refiere. Aunque antes había logrado otros premios: el Casa de las Américas en 2008 y el Konex en el 2014, por ejemplo.
Este año, luego de que su más reciente libro, Distancia de rescate, fuese publicado por la prestigiosa editorial estadounidense Riverhead Books, Samanta fue finalista en el Man Booker International Prize 2017, uno de los galardones de mayor importancia, que obtuvieron entre otros autores Alice Munro en 2009 y Philip Roth en 2011. El ganador de esta edición fue el israelí David Grossman.
Además, fue elegida entre los 39 mejores escritores de ficción menores de 40 de América Latina para el Hay Festival, considerado entre los festivales literarios más importantes del planeta. Sobre esto, dice: “Siempre me angustió crecer. Tengo fotos desde mis dos años hasta los diez llorando frente a las velitas de la torta mientras todo el mundo aplaude detrás. Me angustia el tic tac del tiempo y siento que, a veces, estoy todo el día luchando contra eso. Pero la edad en sí no me preocupa tanto en este caso: así como los adolescentes esperan ansiosos que algún día dejen de pedirle los documentos, yo espero ansiosa que alguna vez dejen de llamarme ‘joven escritora’, y cumplir cuarenta parece razón más que suficiente, ¿no?”
—En la Argentina, cada vez tenés más reconocimiento. ¿Eso te replantea, por ejemplo, volver a vivir al país?
—Es raro ese reconocimiento, no termino de acostumbrarme porque es algo que vivo solo unos poquitos días al año, cuando paso por Buenos Aires para ir a ver a la familia. En Berlín casi nadie me conoce como escritora, de hecho, casi nadie me conoce. Y eso me gusta. Viajo mucho, un tercio del año estoy de acá para allá, y me encanta regresar a mi pequeñísimo mundo en Berlín, donde cuento los amigos con los dedos de la mano y ni siquiera tengo teléfono en casa. Es un aislamiento que me hace bien y me permite reconectar de inmediato con la escritura.
—¿Seguís disfrutando de escribir y publicar? ¿O con los años cuesta más?
—Lo disfruto muchísimo, cada vez más, lo que no quita los miedos y las angustias, por supuesto. Pero me siento una privilegiada por poder vivir de lo que me gusta, y trato de tener esto siempre presente. Sobre cada libro pesan siempre los anteriores, es verdad. Pero esto es algo en lo que pienso cuando un libro ya está terminado, en etapas de relecturas ya más superficiales en las que uno empieza a pensar no tanto en el libro en sí, sino en la vida que ese libro podría tener. No es algo en lo que piense durante la escritura.
—¿Lidiás contra la posibilidad de que la escritura se convierta más en un modo de ganar dinero que en una pasión?
—Creo que hay un poco de prejuicio alrededor de esto. Por supuesto que son pocos los escritores que pueden vivir de su escritura, pero eso no quita que no haya autores que hacen mucho dinero escribiendo y en los que se nota, en los propios libros, que siguen haciéndolo con pasión y genialidad. Hay algo de esa amenaza que planteás que, a la vez, me angustia y me calma, y es que me considero muy poco profesional. Envidio a algunos autores más flexibles, que pueden moverse de un género a otro o proponerse determinados libros y escribirlos tal como los pensaron. Yo solo cuento con mis ganas de contar determinadas ideas y mi talento es bastante caprichoso. Si no hago las cosas con ganas, no me salen bien. Así que supongo que soy de esos autores que, por más dinero que quieran hacer, solo saben escribir lo que quieren escribir.
—¿Cómo imaginás a tus lectores? ¿Los pensás al momento de escribir?
—Escribo siempre con la ilusión de ser leída, así que tengo muy presente a los lectores. Aunque antes que eso está mi propia mirada sobre lo que quiero escribir. Cuando la idea todavía es solo una sensación y toca sentarse a escribir con el fin de entenderla un poco más para atravesar la historia por primera vez de punta a punta, entonces escribo como en una burbuja de silencio. Ahí no hay lectores ni amigos ni maestros, si bien en el fondo todos influirán, por supuesto. Pero esas primeras versiones de todas mis historias las escribo por la curiosidad de saber qué vendrá a continuación, y entonces yo soy mi única lectora.
—Hay una movida muy interesante, en la sociedad, respecto del papel de la mujer. ¿Tenés alguna postura? ¿En el ámbito literario, cuesta más publicar siendo mujer?
—Están pasando muchas cosas, algunas buenas y otras muy malas; y por las malas todavía falta mucho por luchar. Pero creo que, justamente en el ámbito literario, las mujeres están tomando un protagonismo importante. Creo que somos nosotras, sobre todo, las que cambiamos. Hace quince años, cuando un crítico de renombre me felicitó porque “mis cuentos eran tan buenos que parecían escritos por un hombre”, si alguien me preguntaba por mis influencias literarias yo enseguida largaba mis largas listas de nombres masculinos. ¿Cómo acepté durante tantos años esta idea implícita de que, evidentemente, si los hombres publicaban más, era porque escribían mejor? Cuando leí a Flannery O’Connor, a Agota Kristof, ¡María Luisa Bombal! ¡Sara Gallardo! ¡Qué indignación! ¿Dónde estaban todas esas mujeres? ¿Por qué sus libros tardaron tantos años en llegar a mis manos?
—¿Se corre el riesgo de que este movimiento divida más la literatura femenina de la masculina?
—A mí, me siguen asustando las antologías de literatura escritas solo por mujeres, las mesas de escritoras. Me asusta, como decía Marguerite Yourcenar, participar de cualquier instancia en la que las mujeres sigan estando aparte. La literatura es nuestro espacio para pensarnos, para entendernos, por eso me parecería peligroso marcar qué se debería o no leer. Pero, por eso mismo, me da tanta alegría ver que la literatura escrita por mujeres está ganando semejante protagonismo, porque no se lo está ganando por derecho, se lo está ganando porque es buenísima.
—¿Qué ves más en el ambiente literario: egocentrismo o sensibilidad?
—Sensibilidad, por supuesto. Si no, nos dedicaríamos a otra cosa. A veces, siento que peco de ingenua, pero han pasado ya dieciocho años desde mi primera publicación, y desde entonces la gran mayoría del ambiente literario siempre fue inmensamente generoso conmigo. Soy lo que soy por escritores como Liliana Heker, Guillermo Martínez, Elvio Gandolfo, Abelardo Castillo, Vera Giaconi, Pablo Ramos, Ana Maria Shua, Alejandro Zambra, Isabel Mellado. Me han abierto puertas y me han enseñado cosas por las que siempre voy a estar agradecida. Sé que acabo de saltar de la idea de sensibilidad a la de generosidad. Pero es que creo que una está muy atada a la otra. Hay algo de egocentrismo también, es verdad, porque así somos muchas veces. Pero se dice por ahí que el egocéntrico es incapaz de ponerse en los zapatos del otro, cuando ese es justamente el ejercicio de la escritura y de la lectura: la capacidad de pensarse como otro, de entender al otro, el ejercicio de la empatía. Y la empatía no es un asunto menor. La falta de empatía es un problema común en todas las crisis que estamos viviendo en el mundo en este momento.
—¿Qué significó ser finalista del Man Booker International Prize 2017?
—La verdad es que fue un honor compartir ese lugar con autores que leo hace muchos años y algunos incluso que admiro profundamente. Ya la sola instancia de finalista le dio al libro un lugar importante en el habla inglesa. Fever Dream (Distancia de rescate) está teniendo muchísimos lectores. Fue un reconocimiento inesperado que apadrinó al libro.
—¿Cuáles son tus rutinas en Alemania?
—Adoro las rutinas. Y como estoy viajando mucho y me cansa bastante, cuando vuelvo a Berlín abrazo mis rutinas con desesperación. Escribo en las mañanas, en general de nueve a tres, cuatro de la tarde. Escribir no es solo escribir. Le llamo escribir a todo lo que me impulse a pensar literariamente. Es decir que esas siete horas de trabajo diario no siempre son frente al escritorio. Escribir puede ser leer, caminar, ir a la biblioteca, correr, lavar los platos. Todo eso es escribir. La tarde queda para otros proyectos, para los correos, las entrevistas, para ver a los amigos y para dar mis talleres literarios, que es, en parte, de lo que vivo.
Por Alejandro Duchini
Fotos: Gentileza Maximiliano Pallocchini
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