UN SÍMBOLO DE PAZ
Hace más de 30 años, y tras ver a un chico buscar comida en un basural, Ana Mon empezó con un trabajo social que le valió catorce nominaciones para el Premio Nobel de la paz. Acá, la nota como se publicó en Nueva.
“Hace 33 años éramos apenas una idea. Recuerdo que antes de las elecciones presidenciales del 83 yo iba manejando a hacer las compras, en La Plata, cuando vi a mi izquierda a un chico revolviendo en un basural. No me olvido más de sus ojos angelados, de esa apariencia como de no esperar nada. Tendría 4 o 5 años, una camiseta raída, percudida. Estaba en patas. Lloviznaba. Llegué a casa y se lo conté a Isidoro, mi marido. Enseguida me puse a llorar”. La historia la cuenta Ana Mon, abogada y catorce veces candidata al Premio Nobel de la paz por su iniciativa de crear centros de ayuda para menores abandonados en la calle y luchar así contra la pobreza. Este año podría tener una oportunidad más.
A partir de sus palabras se entiende cómo en un segundo o en una mirada casual puede surgir un emprendimiento solidario. El paso siguiente es hacer. Que fue lo que le dijo su esposo: “En vez de llorar, empezá”. Y empezó. Hoy, su Federación Argentina de Apoyo Familiar cuenta con más de 1.000 centros repartidos entre Argentina y Uruguay, Perú, México, Haití, India y Sudáfrica, entre otros países.
-¿Qué recuerda de aquellos primeros tiempos?
-Me acuerdo de que armé un grupo con 15, 18 personas, y empezamos a trabajar en el tema. Éramos una idea, un grupo increíble. Nos reuníamos los martes y jueves de 18 a 20 en punto, porque cada una tenía su vida. Todo, mientras cuidaba a mis cinco hijos, que ahora son hombres. Porque los crié yo: los bañaba, les daba de comer. No quería ni abuela ni personal de servicio. Me recibí embarazada de mi cuarto hijo: mi panza era mi atril: de 6.30 a 8, que se despertaban, yo estudiaba. Así rendí materias. Y con el cuarto me recibí.
-¿Qué siente ahora?
-Que avanzamos muchísimo, que manejamos las cosas de manera transparente. Que cada vez estamos empezando de cero porque nunca nos juntamos con organizaciones ya existentes. Que impulsamos a la gente que nos acompaña en la iniciativa para que sea autónoma económica, jurídica e institucionalmente. Tenemos un trabajo bien organizado. Somos un proyecto que además promueve educación y cultura. Por todo esto es que conseguimos que en Naciones Unidas nos consideren como un camino socio educacional de erradicación de la pobreza. Son 33 años en los que fundo y delego, fundo y delego. Todo es muy a pulmón.
-¿Supo algo de aquel chico que inspiró lo que usted hace hoy? ¿Volvió a verlo?
-No, no volví a ver a ese chico.
CUATRO FRASES
Ana Mon tiene cuatro frases de cabecera: “‘No tiene valor una vida sin cuestionamientos’, de Sócrates: todos nos planteamos en algún momento si nuestra vida vale la pena, si tiene sentido lo que hacemos. ‘Los únicos autores impecables son aquellos que nunca han escrito’: si no hacés nada en la vida, nunca te va a pasar nada. Pero en la vida hay que jugarse. No importa el monumento, sino vos y tu conciencia. Cada uno hace un examen personal. Siempre hay un momento en que uno se tira en la cama y piensa en qué está gastando su vida. Otra frase es ‘lo que te hace distinto a los demás es seguir cuando los demás abandonan’. Y la cuarta, ‘a caminar se aprende caminando’”.
-Le falta la frase de la Madre Teresa, con quien usted conversó, ¿no?
-Una vez la llamé por teléfono. Me atendió. Me felicitó por lo que hacíamos. Me dijo que somos una gota en medio del océano, pero que con una gota más otra gota más otra gota vamos haciendo algo. No se puede salvar al universo, pero bueno, al menos se hace algo… Muchas veces pienso cómo hacer para que mejoren las cosas.
-¿Lo que cuesta tiene más valor?
-Siempre dijo que lo importante es que a los padres y madres les cuesten las cosas, porque lo que no cuesta, no se valora. Nosotros enseñamos a cocinar y otras cosas. Tenemos un organigrama para diferentes tareas, probamos distintos caminos. Pero depende de cada lugar, de cada zona. Somos conscientes de que llevar adelante una casa del niño es una tarea agobiante. Por eso recomiendo que los que tomen la iniciativa lo hagan al principio sólo con dos o tres familias. Tenemos una forma de trabajo organizada en la que el objetivo es promover la relación niño-familia.
-¿Cómo cree que la recuerdan quienes pasaron por sus fundación?
-No sé si se acordarán de mí, pero sé que en mi vida dejo huella. Me han ofrecido todos los cargos que te imagines: hasta candidata a vicepresidenta de la República. Pero nosotros somos apartidistas. En eso mantuvimos una gran coherencia. Luchamos contra la pobreza descentralizando y dando autonomía. Eso nos hace distintos.
-¿Cómo se define, Ana?
-Como lo que soy: la cabeza de una empresa social sin fines de lucro. Soy de clase media, luchadora, alguien que da una mano al otro. Siempre me pregunto por qué el otro no tuvo opción de vida digna y nosotros sí. Esa duda la voy a tener siempre, pero si me quedo en la duda no avanzaré.
-¿Me cuenta sobre algún caso de los que pasaron por su fundación que le haya conmovido especialmente?
-¡Son muchos! Recuerdo el de Reynaldo, un chico que estaba en la primera casita. Hoy es técnico de laboratorio. Charlo con él y es como charlar con mis hijos. Ver crecer a esos chicos a los que conocimos cuando tenían 3 o 4 años es de lo más satisfactorio que me puede pasar. Lo que necesitan es que uno les tienda una mano para que salgan adelante y tengan una oportunidad. Por eso buscamos a alguien que nos ayude. Ya sea con convenios, como el que hicimos con el gobierno español para realizar acá, en Argentina, donde está mi corazón. Además, hoy con las nuevas tecnologías todo es más sencillo. No necesitamos dinero sino otros aportes. Por ejemplo, me escribo con Bill Gates porque lo que necesito de él es que nos ayude con las últimas tecnologías que tienen, porque las podemos utilizar como herramientas para ir lentamente erradicando la pobreza desde abajo hacia arriba. Además, por cómo avanza la tecnología es más fácil fundar centros en distintos lugares. Se trata de tener cierto vuelo mental.
EL INTERIOR
-Viajando tanto, ¿qué país encuentra en el interior?
-La gente del interior es bárbara. Cuando vamos, nos esperan con tortas, con comidas guardadas en el freezer que preparan con días de antelación especialmente para nosotros. Nos tratan muy bien. Esas cosas ratifican mis esperanzas respecto del mundo. Creo que el mundo de hoy es muy individualista y tiende hacia eso. Al mismo tiempo, la gente parece más irascible, en el mundo en general. Pero también hay avances, como los técnicos. Hay como un contrasentido.
-¿Qué son los imposibles para usted?
-Nada es imposible, todo es comenzar.
-¿De qué manera?
-Con objetivos claros, y que sean pocos. Porque si te dedicás a todo, no hacés nada. No somos salvadores del universo. Somos gente que tomamos un objetivo de vida y le damos para adelante para cumplirlo. Por ejemplo, agarrás el camino de niñez y les das para adelante. El tema es seguir cuando los demás abandonan. Hay un dicho: “Temo al hombre de un solo pensamiento grande y simple”. Hay que plantearse a conciencia en qué quiere uno gastarse la vida. Y después seguir hacia adelante. Hay que ayudar a la Argentina. Argentina nos necesita.
-Qué aprendió, Ana, en estos años?
-Que en los ojos reflejamos el alma. A esta altura de mi vida, una ya sabe ver al otro, al que no se juega, al que es tránsfuga. Ya tengo experiencia en eso.
-¿Aquel chico que vio en el basural apareció en su camino por destino?
-En parte creo en el destino. Ahora que estoy más grande, creo que además de todo, y de las historias personales, de las circunstancias en que uno nació, del lugar, hay un montón de cosas que influyen. Pero además creo en la suerte. Hay que tener un poco de suerte aparte de las circunstancias de vida, de los padres que tocan. “Uno lleva la familia como el caracol, que lleva la casita”, dice un dicho. Me parece excelente. Para imitar o corregir, siempre va con uno la familia.
-¿Así que cree que en los ojos se refleja el alma?
-Totalmente: el alma se ve en los ojos. ¿Vos sabés que sí? Cuando sos grande aprendés a leer eso. A cierta altura del partido se aprenden tantas cosas…
“MUCHO POR HACER”
“Dediqué más de media vida a luchar por la dignidad de los más chicos”, le dice Ana Mon a esta revista durante la sesión de fotos post entrevista, que tuvo lugar en el hotel Castelar, en el centro de Buenos Aires, donde suele hospedarse cada vez que viaja desde La Plata, donde vive, junto a su marido, Isidoro. Sobre él, que apenas interrumpe un momento para avisar que irá hasta una librería, ella comenta: “Es un santo, la paciencia que me tiene con todo lo que hago es tremenda”.
Ana Mon nació el 12 de octubre de 1948 en la capital bonaerense. Este año podría ser candidata al Nobel de la paz por décima quinta vez. “Soy Mon, no Mun, como me dicen algunos”, aclara. Y después: “Me llamo Mon, que es mundo en catalán. Nací un 12 de octubre, el día que Colón llegó a América. Y me casé un 14 de abril, el día de Las Américas. ¿Tengo un destino con eso, no?”.
Sobre su ayuda internacional comenta: “Hay mucha gente que quiere educación y cultura. Tal vez eso no venda, pero es así. De hecho, había quienes no creían en que nosotros íbamos a llegar a distintos continentes, con distintas culturas. Demostramos que se puede”. “Es impresionante ver el cambio que hacen las personas al tener una opción de vida digna”, agrega.
Mon no se desanima, aunque sabe que la lucha es complicada, pero gota a gota, como le enseñó la Madre Teresa. “Hay mucho por hacer. Aún tenemos chicos esclavos, víctimas de la prostitución o de otros abusos en todo el mundo. También en Argentina. Contra eso debemos pelear”.
“Hace 33 años éramos apenas una idea. Recuerdo que antes de las elecciones presidenciales del 83 yo iba manejando a hacer las compras, en La Plata, cuando vi a mi izquierda a un chico revolviendo en un basural. No me olvido más de sus ojos angelados, de esa apariencia como de no esperar nada. Tendría 4 o 5 años, una camiseta raída, percudida. Estaba en patas. Lloviznaba. Llegué a casa y se lo conté a Isidoro, mi marido. Enseguida me puse a llorar”. La historia la cuenta Ana Mon, abogada y catorce veces candidata al Premio Nobel de la paz por su iniciativa de crear centros de ayuda para menores abandonados en la calle y luchar así contra la pobreza. Este año podría tener una oportunidad más.
A partir de sus palabras se entiende cómo en un segundo o en una mirada casual puede surgir un emprendimiento solidario. El paso siguiente es hacer. Que fue lo que le dijo su esposo: “En vez de llorar, empezá”. Y empezó. Hoy, su Federación Argentina de Apoyo Familiar cuenta con más de 1.000 centros repartidos entre Argentina y Uruguay, Perú, México, Haití, India y Sudáfrica, entre otros países.
-¿Qué recuerda de aquellos primeros tiempos?
-Me acuerdo de que armé un grupo con 15, 18 personas, y empezamos a trabajar en el tema. Éramos una idea, un grupo increíble. Nos reuníamos los martes y jueves de 18 a 20 en punto, porque cada una tenía su vida. Todo, mientras cuidaba a mis cinco hijos, que ahora son hombres. Porque los crié yo: los bañaba, les daba de comer. No quería ni abuela ni personal de servicio. Me recibí embarazada de mi cuarto hijo: mi panza era mi atril: de 6.30 a 8, que se despertaban, yo estudiaba. Así rendí materias. Y con el cuarto me recibí.
-¿Qué siente ahora?
-Que avanzamos muchísimo, que manejamos las cosas de manera transparente. Que cada vez estamos empezando de cero porque nunca nos juntamos con organizaciones ya existentes. Que impulsamos a la gente que nos acompaña en la iniciativa para que sea autónoma económica, jurídica e institucionalmente. Tenemos un trabajo bien organizado. Somos un proyecto que además promueve educación y cultura. Por todo esto es que conseguimos que en Naciones Unidas nos consideren como un camino socio educacional de erradicación de la pobreza. Son 33 años en los que fundo y delego, fundo y delego. Todo es muy a pulmón.
-¿Supo algo de aquel chico que inspiró lo que usted hace hoy? ¿Volvió a verlo?
-No, no volví a ver a ese chico.
CUATRO FRASES
Ana Mon tiene cuatro frases de cabecera: “‘No tiene valor una vida sin cuestionamientos’, de Sócrates: todos nos planteamos en algún momento si nuestra vida vale la pena, si tiene sentido lo que hacemos. ‘Los únicos autores impecables son aquellos que nunca han escrito’: si no hacés nada en la vida, nunca te va a pasar nada. Pero en la vida hay que jugarse. No importa el monumento, sino vos y tu conciencia. Cada uno hace un examen personal. Siempre hay un momento en que uno se tira en la cama y piensa en qué está gastando su vida. Otra frase es ‘lo que te hace distinto a los demás es seguir cuando los demás abandonan’. Y la cuarta, ‘a caminar se aprende caminando’”.
-Le falta la frase de la Madre Teresa, con quien usted conversó, ¿no?
-Una vez la llamé por teléfono. Me atendió. Me felicitó por lo que hacíamos. Me dijo que somos una gota en medio del océano, pero que con una gota más otra gota más otra gota vamos haciendo algo. No se puede salvar al universo, pero bueno, al menos se hace algo… Muchas veces pienso cómo hacer para que mejoren las cosas.
-¿Lo que cuesta tiene más valor?
-Siempre dijo que lo importante es que a los padres y madres les cuesten las cosas, porque lo que no cuesta, no se valora. Nosotros enseñamos a cocinar y otras cosas. Tenemos un organigrama para diferentes tareas, probamos distintos caminos. Pero depende de cada lugar, de cada zona. Somos conscientes de que llevar adelante una casa del niño es una tarea agobiante. Por eso recomiendo que los que tomen la iniciativa lo hagan al principio sólo con dos o tres familias. Tenemos una forma de trabajo organizada en la que el objetivo es promover la relación niño-familia.
-¿Cómo cree que la recuerdan quienes pasaron por sus fundación?
-No sé si se acordarán de mí, pero sé que en mi vida dejo huella. Me han ofrecido todos los cargos que te imagines: hasta candidata a vicepresidenta de la República. Pero nosotros somos apartidistas. En eso mantuvimos una gran coherencia. Luchamos contra la pobreza descentralizando y dando autonomía. Eso nos hace distintos.
-¿Cómo se define, Ana?
-Como lo que soy: la cabeza de una empresa social sin fines de lucro. Soy de clase media, luchadora, alguien que da una mano al otro. Siempre me pregunto por qué el otro no tuvo opción de vida digna y nosotros sí. Esa duda la voy a tener siempre, pero si me quedo en la duda no avanzaré.
-¿Me cuenta sobre algún caso de los que pasaron por su fundación que le haya conmovido especialmente?
-¡Son muchos! Recuerdo el de Reynaldo, un chico que estaba en la primera casita. Hoy es técnico de laboratorio. Charlo con él y es como charlar con mis hijos. Ver crecer a esos chicos a los que conocimos cuando tenían 3 o 4 años es de lo más satisfactorio que me puede pasar. Lo que necesitan es que uno les tienda una mano para que salgan adelante y tengan una oportunidad. Por eso buscamos a alguien que nos ayude. Ya sea con convenios, como el que hicimos con el gobierno español para realizar acá, en Argentina, donde está mi corazón. Además, hoy con las nuevas tecnologías todo es más sencillo. No necesitamos dinero sino otros aportes. Por ejemplo, me escribo con Bill Gates porque lo que necesito de él es que nos ayude con las últimas tecnologías que tienen, porque las podemos utilizar como herramientas para ir lentamente erradicando la pobreza desde abajo hacia arriba. Además, por cómo avanza la tecnología es más fácil fundar centros en distintos lugares. Se trata de tener cierto vuelo mental.
EL INTERIOR
-Viajando tanto, ¿qué país encuentra en el interior?
-La gente del interior es bárbara. Cuando vamos, nos esperan con tortas, con comidas guardadas en el freezer que preparan con días de antelación especialmente para nosotros. Nos tratan muy bien. Esas cosas ratifican mis esperanzas respecto del mundo. Creo que el mundo de hoy es muy individualista y tiende hacia eso. Al mismo tiempo, la gente parece más irascible, en el mundo en general. Pero también hay avances, como los técnicos. Hay como un contrasentido.
-¿Qué son los imposibles para usted?
-Nada es imposible, todo es comenzar.
-¿De qué manera?
-Con objetivos claros, y que sean pocos. Porque si te dedicás a todo, no hacés nada. No somos salvadores del universo. Somos gente que tomamos un objetivo de vida y le damos para adelante para cumplirlo. Por ejemplo, agarrás el camino de niñez y les das para adelante. El tema es seguir cuando los demás abandonan. Hay un dicho: “Temo al hombre de un solo pensamiento grande y simple”. Hay que plantearse a conciencia en qué quiere uno gastarse la vida. Y después seguir hacia adelante. Hay que ayudar a la Argentina. Argentina nos necesita.
-Qué aprendió, Ana, en estos años?
-Que en los ojos reflejamos el alma. A esta altura de mi vida, una ya sabe ver al otro, al que no se juega, al que es tránsfuga. Ya tengo experiencia en eso.
-¿Aquel chico que vio en el basural apareció en su camino por destino?
-En parte creo en el destino. Ahora que estoy más grande, creo que además de todo, y de las historias personales, de las circunstancias en que uno nació, del lugar, hay un montón de cosas que influyen. Pero además creo en la suerte. Hay que tener un poco de suerte aparte de las circunstancias de vida, de los padres que tocan. “Uno lleva la familia como el caracol, que lleva la casita”, dice un dicho. Me parece excelente. Para imitar o corregir, siempre va con uno la familia.
-¿Así que cree que en los ojos se refleja el alma?
-Totalmente: el alma se ve en los ojos. ¿Vos sabés que sí? Cuando sos grande aprendés a leer eso. A cierta altura del partido se aprenden tantas cosas…
“MUCHO POR HACER”
“Dediqué más de media vida a luchar por la dignidad de los más chicos”, le dice Ana Mon a esta revista durante la sesión de fotos post entrevista, que tuvo lugar en el hotel Castelar, en el centro de Buenos Aires, donde suele hospedarse cada vez que viaja desde La Plata, donde vive, junto a su marido, Isidoro. Sobre él, que apenas interrumpe un momento para avisar que irá hasta una librería, ella comenta: “Es un santo, la paciencia que me tiene con todo lo que hago es tremenda”.
Ana Mon nació el 12 de octubre de 1948 en la capital bonaerense. Este año podría ser candidata al Nobel de la paz por décima quinta vez. “Soy Mon, no Mun, como me dicen algunos”, aclara. Y después: “Me llamo Mon, que es mundo en catalán. Nací un 12 de octubre, el día que Colón llegó a América. Y me casé un 14 de abril, el día de Las Américas. ¿Tengo un destino con eso, no?”.
Sobre su ayuda internacional comenta: “Hay mucha gente que quiere educación y cultura. Tal vez eso no venda, pero es así. De hecho, había quienes no creían en que nosotros íbamos a llegar a distintos continentes, con distintas culturas. Demostramos que se puede”. “Es impresionante ver el cambio que hacen las personas al tener una opción de vida digna”, agrega.
Mon no se desanima, aunque sabe que la lucha es complicada, pero gota a gota, como le enseñó la Madre Teresa. “Hay mucho por hacer. Aún tenemos chicos esclavos, víctimas de la prostitución o de otros abusos en todo el mundo. También en Argentina. Contra eso debemos pelear”.
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