EL GOL QUE HIZO ENOJAR A UN GENOCIDA


El que viene será el primer 24 de marzo desde el golpe de Estado de 1976 sin Luciano Benjamín Menéndez, uno de los hombres de más peso en la dictadura, fallecido el 27 de febrero pasado. Hace 40 años, Bochini le amargó la noche. La nota original fue publicada en El Intransigente.

Por Alejandro Duchini.

Las noticias en los diarios del 26 de enero de 1978, cuando la Argentina estaba en plena dictadura, eran dos: el gobierno militar rechazaba el fallo arbitral británico sobre el canal de Beagle e Independiente era campeón en Córdoba tras empatar 2 a 2 con un Talleres lujoso e histórico. El gol visitante valía doble y en Avellaneda, en la ida, empataron 1 a 1. Pero en la noche del miércoles 25 de enero los cordobeses ganaban 2 a 1 y eran campeones del Nacional ‘77. Bocanelli, una de sus figuras, había hecho un grosero gol con la mano que el árbitro Barreiro convalidó y generó la bronca de los jugadores rojos. Por las protestas fueron expulsados Trossero, Larrosa y Galván. Los jugadores de Independiente, que quisieron irse de la cancha, siguieron con ocho por arenga de su técnico, Pastoriza. Y Bochini -que ese día cumplía años-, a casi 5 del final, hizo el gol que valió el torneo. Se trata, tal vez, de la mayor hazaña del fútbol argentino. Tanto que sobre el tema se hicieron dos libros: “El partido Rojo” (Planeta), de Claudio Gómez; y “Orgullo Nacional”, de Diego Perri, Jorge Barraza y Mauro Cunto, un trabajo de investigación de edición propia en el que aparecen las voces de todos los protagonistas. Imperdible.

Pero esa noche estuvo en la cancha de Talleres uno de los más temibles genocidas: Luciano Benjamín Menéndez, Jefe del Tercer Cuerpo del Ejército, con asiento en Córdoba pero con influencia en otras provincias: Jujuy, Salta, Catamarca, La Rioja, San Juan, Mendoza, San Luis, Córdoba, Santiago del Estero y Tucumán. Su objetivo era exterminar “al enemigo comunista” a cualquier precio. Torturador, hasta sus súbditos le temían. El campo de concentración cordobés La Perla estaba bajo su órbita. Más de 2.000 secuestrados y torturados pasaron por ahí. Sus colegas lo destacaban como un hombre valiente, de pura formación militar. De chico, en vez de jugar al fútbol con amigos montaba caballos bajo la exigencia de su padre, también militar. Muy bien lo cuenta Camilo Ratti, periodista cordobés autor de una biografía de casi 600 páginas sobre Menéndez: “Cachorro - Vida y muertes de Luciano Benjamín Menéndez” (Raíz de Dos). Con este libro se entiende, además de la vida del hombre condenado a trece cadenas perpetuas por delitos de lesa humanidad, que la historia argentina nunca estuvo exenta de grietas. Pero, sobre todo, se traza un gran panorama sobre el plomizo aire que se respiraba en la dictadura.

Menéndez, que era tan poderoso como el presidente Videla y militares como Suárez Mason, Bussi o Massera, entendió que podía ser presidente de la Nación. Por eso en 1979 se le rebeló a Videla, a quien consideraba un “blando”. Pero su rebelión le valió una prisión de noventa días en Curuzú Cuatiá. En realidad, el sueño del hombre nacido el 19 de junio de 1927 en San Martín, provincia de Buenos Aires, era sucederlo. Pero en el camino estaba Viola. Como el fútbol y la política siempre van de la mano, Menéndez entendió que ahí había una veta para su objetivo.

Por eso en la noche del 25 de enero del 78 estaba en un palco de la cancha para ver Talleres-Independiente. En esas horas, Menéndez impulsaba una guerra con Chile por el canal del Beagle. “Si nos dejan atacar a los chilotes, los corremos hasta la isla de Pascua, el brindis de fin de año lo haremos en el Palacio La Moneda y después iremos a mear el champagne en el Pacífico”, canchereó por esos tiempos. Videla, a quien atribuían pertenecer a los ‘blandos’ (menos mal), no quería un conflicto bélico porque se venía el Mundial y se dañaría la imagen argentina. Además, Estados Unidos no lo permitiría porque el belicismo se oponía a sus intereses en sudamérica. Mediático, Menéndez aprovechaba el fútbol para mostrarse. Córdoba era una de las plazas más importantes por entonces. El fútbol de Talleres representaba al interior. Por primera vez un equipo del interior le hacía partido a los grandes. “Menéndez se sirvió del gran momento del fútbol cordobés de mediados de la década del 70, fundamentalmente de Talleres, que era la gran potencia futbolística del interior del país, con varios jugadores en la selección de Menotti. Menéndez se quiso apropiar de Talleres, y era común verlo a él y a los oficiales de su estado mayor en la platea de los partidos que el equipo jugaba en Córdoba”, me dice por éstos días su biógrafo, Camilo Ratti, desde Córdoba.

La jugada de Menéndez por instalar el fútbol cordobés en el país y utilizarlo como trampolín comenzó en 1975, cuando llegó a esa provincia. Entonces, Talleres también crecía. Se quería “independizar” de la liga local. Los dirigentes de los otros equipos se oponían porque sin Talleres perdían fuerza. El hombre fuerte de ese club era Armando Nuccetelli. Había armado un equipo de lujo. Luis Galván, Hacha Ludueña, Miguel Oviedo, Humberto Bravo y Daniel Valencia, entre otros. Ganaba todo a nivel local. Incluso goleó, el 24 de junio del 76, al equipo del III Cuerpo en un amistoso en el que no faltó la banda militar ni el asado. Lo cuenta Claudio Gómez en su “El partido rojo”. Dice, también, que Nuccetelli y Menéndez no se escatimaron cordialidad. “El vínculo que Menéndez establece con Talleres es por interés. El que Amadeo Nuccetellil establece con Menéndez, también. El general está convencido de que está capacitado para usurpar la Presidencia, y hasta se animaría a presentarse como candidato a elecciones democráticas en caso de que el arduo trámite electoral fuera necesario. Se imagina en el balcón, aclamado por las masas. Un líder fuerte y nacionalista. Tan popular como Perón, pero en un país acorde al modelo previo a la existencia del peronismo. No se puede sacar la idea de la cabeza. El proyecto es más ambicioso aún: Menéndez en el sillón de la Casa Rosada y Nuccetelli en el de la AFA. Para eso, Talleres debe colaborar. El militar sabe que el fútbol atraviesa todas las clases sociales, que despierta una adhesión irracional. Ya lo hicieron Benito Mussolini con la selección de Italia en el Mundial de 1934 y Francisco Franco con el Real Madrid. Una foto con el primer equipo de la provincia que gane un torneo Nacional sería la mejor campaña para legitimar el régimen. Menéndez sólo necesita una mano de su aliado. Sólo necesita que Talleres salga campeón”, grafica Gómez.

“Ese partido fue clave para Menéndez porque él en esos momentos aspiraba a ser el comandante en Jefe del Ejército en reemplazo de Viola, que era su enemigo íntimo. Menéndez lo odiaba. Además, aunque de manera incipiente, el Cachorro ya estaba preparando la guerra con Chile, porque intuía que Pinochet no iba a ceder a las aspiraciones argentinas. Y el fútbol le garantizaba esa proyección nacional. Talleres era un grande que le jugaba de igual a igual a los grandes de Buenos Aires, era la promesa futbolística y Menéndez se posicionaba como la promesa del interior a nivel político-militar. El cooptó al equipo, buscó sacarle jugo a sus aspiraciones dentro del poder militar”, me agrega Ratti.

Pero por el poder de la AFA, todavía representado por Alfredo Cantilo, que no sabía nada de fútbol, del otro lado estaba Grondona, aún presidente de Independiente. Por eso Talleres-Independiente era más que una final de 90 minutos. Menéndez, se lee en el libro de Ratti, llegó a la cancha y ocupó un palco. Junto a él estaban su segundo, el general Jorge Maradona (vaya coincidencia de apellido), el gobernador provincial general Carlos Chasseing, el intendente coronel Héctor Romanuti y el jefe de guarnición aérea, brigadier Romero. También estaban Cantilo y Grondona, quien el 6 de abril de 1979 sería elegido presidente de la AFA por los 35 asambleístas.

El séquito militar y civil de Menéndez le había preparado un festejo anticipado, cuenta Gómez: asados, banderas, autos pintados, bandas militares. Alegría infinita. Pero por Bochini y su ballet no pudo ser. La historia fue así: en la segunda final (en la primera, en Avellaneda, terminaron 1 a 1), Outes había puesto en ventaja a Independiente a los 29 minutos del primer tiempo. A los 15 del segundo empató Cherini, con un penal dudoso, y a los 29 Bocanelli convirtió (con la mano) para los cordobeses, que con ese resultado eran campeones. Los jugadores del Rojo se le fueron al humo al árbitro Barreiro. El arquero visitante, Rigante, reconoció mucho después haberle pegado. Entre tantas protestas, Trossero, Galván y Larrosa se fueron expulsados. Sus compañeros, salvo Outes, se querían ir de la cancha ante lo que consideraban un robo. Pero Pastoriza y Grondona los obligaron a seguir. A los 38 minutos, Biondi y Bochini hicieron una pared que terminó en gol del Bocha. “Fue increíble, un golazo por la jugada y por todas las circunstancias. Y también suerte, porque se tiene que dar todo. En ese gol, si pateaba cien veces entraba una, y fue esa. Ahí se produjo un momento de emoción extraordinario, se rompió el alambrado y entraron los hinchas de Independiente al campo de juego, habían ido unos dos mil y muchos entraron. Después, no sé cómo, volvieron a salir y siguió el partido. Yo salí corriendo hacia el medio de la cancha y me abracé con Pastoriza, que se había metido hasta ahí gritando el gol Faltaban ocho minutos”, recuerda Bocchini en su autobiografía, “Yo, el Bocha”.

En los 90, cuando aquella noche pasó a la historia, Bochini se retiró del fútbol como el máximo ídolo de Independiente. Nuccetelli, otrora poderoso, murió el 27 de enero de 2007 en el Hospital de Clínicas de Córdoba. “Angustiado, sin dinero y muy enfermo, va de hospital en hospital”, rescata Gómez en su libro. Y Menéndez, el Chacal, la Hiena o el Cachorro, como lo apodaban, murió el 27 de febrero pasado por un problema cardíaco. “La muerte siempre genera o provoca algún sentimiento. De todas maneras era un hombre muy viejo y enfermo ya, que se podía morir en cualquier momento. Por eso yo me apuré en publicar el libro, porque eran personas muy longevas, y después de los 80 años se podían morir de un momento a otro. De hecho, todas las fuentes más importantes del libro se fueron muriendo en estos años. Sentí que se murió el símbolo, el dictador, la cara de la Argentina antidemocrática y antipopular. Con Menéndez se murió el siglo 20, un siglo atravesado por el autoritarismo político, y pocas personas puede representar mejor ese perfil antidemocrático que Luciano Benjamín Menéndez. De todas maneras, el 27 de febrero se murió biológicamente, porque Menéndez ya era un hombre muerto. Se murió como el general más condenado de la historia, y repudiado por la inmensa mayoría de argentinos que lo conocieron y lo sufrieron. Por eso lo definió como ‘el enemigo del pueblo’”, razona Ratti. El fútbol, como se ve, no se puede separar de la política.

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