UNA HISTORIA DE DROGAS, VENGANZAS Y FÚTBOL
El grupo narco Los Monos, que manejó a funcionarios y policías y quedó vinculado a homicidios en Rosario, también participó en pases de jugadores. La nota fue publicada en El Intransigente.
Por Alejandro Duchini.
Hay quienes aún recordarán la imagen de un policía que se reía mientras disparaba a hinchas de Newell’s en un clásico rosarino que se jugó el 29 de octubre de 2006. El uniformado apuntaba, disparaba y reía. "Tiene una especie de tic que hace que en las situaciones críticas se ría de los nervios", lo justificaron sus autoridades. Se llama Gustavo Pereyra y años después será uno de los investigados por su vínculo con Los Monos, la banda narco que mantuvo en vilo a Rosario mediante asesinatos y arreglos con las fuerzas de seguridad y el poder judicial. A Pereyra le dicen Gula o Enano. Fue asignado a la Secretaría de Delitos Complejos. Es propietario de un conocido restaurante -Wembley- en Rosario y una casa con vista al río Paraná. Aunque suene cómico, para cumplir prisión domiciliaria se construyó su propia celda en la Unidad de Seguridad Zona Rural, a minutos de Rosario. Llamó a un herrero y a un albañil y levantaron su celda. No le gustaba, según le contó al diario La Nación, el “calabozo inmundo” que le asignaron.
Pereyra es apenas un ejemplo de una larga de lista de nombres y apellidos que, encabezados por la familia Cantero, Los Monos, movieron el negocio de la droga. Con asesinatos de dealers rivales y hasta de inocentes, aprietes y acuerdos, llegaron al poder. La zona sur de Rosario era su territorio. Eran indigentes, se convirtieron en millonarios. Amaban los coches caros que compraban para lavar dinero. Sobre todo los mejores modelos de Peugeot. Con el tiempo, también realizaron fiestas familiares en salones que hasta entonces eran exclusivos de la clase alta rosarina. La historia empezó con el Viejo Cantero y siguió con sus hijos. Hasta que en la madrugada del 26 de mayo de 2013, en la puerta de un boliche, unos sicarios mataron al Pájaro Cantero, el que había heredado el manejo del negocio. Lo que siguió fue un velorio multitudinario en el populoso barrio Las Flores y una ola de matanzas de sospechosos a plena luz del día y en la oscuridad de la noche. La sed de venganza fue su perdición. Ahora están presos. Guille Cantero, su padre Ariel Máximo (conocido como El Viejo) y Monchi Cantero tendrán, al igual que sus cómplices, veredicto en abril. Hay 25 imputados entre civiles y policías. Son tres causas y cinco homicidios. Sin embargo, ese número no es real.
“Hoy Rosario vive una paradoja: los principales líderes de los grupos criminales están presos o muertos, pero eso dejó un vacío que es un espacio de disputa de una violencia vehemente y desordenada, donde los principales actores son personas muy jóvenes. Los niveles de homicidios bajaron pero cada tanto ciertas disputas focalizadas, como está pasando justo ahora, rebrotan con una violencia muy brutal y muy precaria, que se nota en algunos rasgos llamativos: siguen actuando soldaditos jóvenes como sicarios que tiran tiros tan a lo loco que equivocan el blanco, por lo cual hay una gran cantidad de víctimas ajenas a los pleitos”, me cuenta desde Rosario Hernán Lascano, autor, junto a Germán de los Santos, de Los Monos, un libro de 265 páginas en las que se describe cómo fue ese entramado social que marcó a la ciudad. “Otro rasgo es que la detención de líderes fue pensada como una solución pero creó otros problemas. Porque los cabecillas siguen cometiendo delitos desde la cárcel. Y un gran problema no desmontado es la profunda conexión de la policía con estos delitos. Las fuerzas de seguridad siguen siendo las principales proveedoras de protección y armas a los distintos grupos delictivos”, agrega.
LA PELOTA SE MANCHA
El fútbol, emblema de nuestros tiempos, no está ajeno a este mundo. Uno de los objetivos de Los Monos era tomar el control de las barras de Newell’s y Rosario Central. Claudio Ariel Pájaro Cantero tuvo que declarar ante la Justicia por la emboscada a tres micros de la hinchada de Newell’s, el 4 de febrero de 2010. Querían matar al Panadero Ochoa, líder de la barra que no permitía la venta de drogas en la cancha. En vez de a Ochoa, mataron a un chico de 14 años, Walter Cáceres. El Pájaro y tres de sus cómplices fueron acusados de proveer las armas para el ataque; quedaron absueltos. Las gestiones las había realizado Pimpi Caminos, el anterior líder que les había prometido que, en caso de retomar el control de la popular, podrían vender drogas. Caminos sería asesinado el 19 de marzo de ese mismo año, a la salida de un bar. Varios fueron los balazos que acabaron con su vida en una ciudad que derrochaba la misma violencia que él emanaba. Pimpi era el brazo ejecutor de Eduardo López, un ex presidente de Newell’s recordado por sus aprietes y sus negocios. Pimpi Caminos era tan poderoso que el barrio Municipal donde vivía pasó a llamarse Pimpilandia. En sus calles, su hijo Jonatan seguía sus pasos: había asesinado a un chico de 19 años.
Los Monos incrementaron el negocio con locaciones estratégicas. La venta de drogas se hacía en búnkers especialmente construidos, a los que sólo se podía ingresar por el techo, a través de una puerta-ventana. El otro contacto con el exterior era un pequeño agujero en el que una mano dejaba dinero y otra dejaba la droga. Por lo general, los vendedores eran menores de edad. Así aconsejó la policía. No tienen descanso y no pueden irse hasta que llegue su reemplazante. Para sus necesidades fisiológicas no hay inodoro sino un balde. Apenas una bombita de luz les ilumina las horas de encierro. Pero el dinero que ganan es una opción a la desocupación imperante en la zona. Al menos alcanza para su propia droga y un par de zapatillas de primera marca.
En la Navidad de 2012, recuerdan Lascano y de los Santos, un búnker de Villa Gobernador Gálvez fue atacado a tiros por tres personas. Dos de ellas se subieron al techo, abrieron el chapón y arrojaron al interior un paño encendido con combustible y aseguraron la salida para que no escapen los vendedores. “Empiezan a cocinarse vivos”, recuerdan los periodistas. Uno sale muerto; el otro va a parar al hospital con el 40 por ciento del cuerpo quemado. La venganza no tarda en llegar y la guerra narco suma otro capítulo.
Si les gustaba una determinada casa, Los Monos echaban a sus dueños para instalar sus laboratorios. Aldo Acosta, de 18 años y conocido como Bola, tenía cáncer. Antes de morirse se entregó al desenfreno de la venganza y salía a las calles a matar a los tipos que, cuatro años antes, sacaron de su propia casa a él, a su madre y a sus hermanos. Sabía que no le quedaba mucho tiempo y quería, por lo menos, llevarse a quienes hicieron sufrir a su familia.
“La cronología de los crímenes más resonantes aporta indicios de cómo se reconstruye el mapa narco. No sólo son Los Monos los que asesinan. Todos matan. Desde los barras de Newell’s hasta farmacéuticos que contratan a un sicario para eliminar una nueva competencia”, resumen Lascano y de los Santos.
NARCO BARRAS
Andrés Pillín Bracamonte, histórico líder de la barra de Central, también aparece en fotos junto a Los Monos. Al contrario de lo que hacía Ochoa en Newell´s, Pillín permitía que la banda de El Pájaro vendiera droga en las tribuna. Los acuerdos no duraron para siempre. Se pelearon cuando sospecharon que Bracamonte se había quedado con dinero del pase de Ángel Di María al Benfica y no le había dado lo correspondiente al Viejo Cantero. Había que sacar a Pillín, entonces, y poner al sobrino del Viejo, Pitito Martínez.
Los pases de los jugadores fueron negocio de Los Monos. Y para acapararlo debían controlar las tribunas de Newell’s y Central. Un empresario astuto, Francisco Rafael Lapiana, tuvo entre sus manos a Ángel Correa, surgido de la pobreza de Las Flores. Lapiana irá luego a juicio, acusado de lavar dinero de Los Monos en operaciones de jugadores. Compartían alrededor de 120 futbolistas. Ever Banega y César Delgado eran algunos.
“El juicio en el que están inmersos Los Monos se encuentra en pleno trámite. Diría que el principal revés para ellos es la tremenda visibilidad que se ganaron. Fueron exitosos en tanto, merced a acuerdos con la policía y como mínimo la inacción del sistema penal, garantizaron cierto control de las relaciones criminales desde su predominio y mantuvieron a raya a otras bandas. Pero hoy están golpeados, con sus líderes presos y muchos de sus bienes decomisados. Lo que sí es corroborable es que algunos de sus miembros, como Guille Cantero, fueron procesados por delitos de narcotráfico y secuestro cuando ya estaban presos, es decir que conservan capacidad de acción. Hoy día vivimos un momento novedoso porque la cárcel ya no limita la acción criminal”, me resume Lascano sobre la situación judicial del grupo, que se reactiva tras la feria judicial.
En lo personal, los autores no la pasaron del todo bien tras la publicación del libro. “Me sentí intimidado cuando la mujer del que fue líder de Los Monos (Lorena Verdún) irrumpió en la presentación del libro, logró suspenderla y dijo que se iban a meter con nuestras familias como nosotros con la de ella en el libro. No fue una tontería. Recibimos llamados sugestivos en los que nos hacen saber que conocen nuestro entorno y sus direcciones. El mensaje es ‘no se metan con estas cosas’. Pero contar esto es parte del trabajo periodístico”, me dice Lascano.
Cuando le pregunto qué aprendió de la investigación sobre Los Monos, me responde: “Que el narcotráfico vuelve sospechoso o mancha a todo aquel que se le acerca. A funcionarios judiciales y policías que trabajaron en el caso, a nosotros mismos como periodistas cuando somos acusados de cosas absurdas, como violar la intimidad de una familia cuando estamos abordando hechos de gran dominio público. Esto también pasa porque muchos hicieron su trabajo históricamente de manera turbia”.
También quiero saber si Rosario está estigmatizada o realmente es la ciudad tan peligrosa que se cuenta. Y me dice: “El problema de Rosario, la comercialización violenta de drogas y los estragos en la vida comunitaria no derivan de un estigma. Son reales”.
Por Alejandro Duchini.
Hay quienes aún recordarán la imagen de un policía que se reía mientras disparaba a hinchas de Newell’s en un clásico rosarino que se jugó el 29 de octubre de 2006. El uniformado apuntaba, disparaba y reía. "Tiene una especie de tic que hace que en las situaciones críticas se ría de los nervios", lo justificaron sus autoridades. Se llama Gustavo Pereyra y años después será uno de los investigados por su vínculo con Los Monos, la banda narco que mantuvo en vilo a Rosario mediante asesinatos y arreglos con las fuerzas de seguridad y el poder judicial. A Pereyra le dicen Gula o Enano. Fue asignado a la Secretaría de Delitos Complejos. Es propietario de un conocido restaurante -Wembley- en Rosario y una casa con vista al río Paraná. Aunque suene cómico, para cumplir prisión domiciliaria se construyó su propia celda en la Unidad de Seguridad Zona Rural, a minutos de Rosario. Llamó a un herrero y a un albañil y levantaron su celda. No le gustaba, según le contó al diario La Nación, el “calabozo inmundo” que le asignaron.
Pereyra es apenas un ejemplo de una larga de lista de nombres y apellidos que, encabezados por la familia Cantero, Los Monos, movieron el negocio de la droga. Con asesinatos de dealers rivales y hasta de inocentes, aprietes y acuerdos, llegaron al poder. La zona sur de Rosario era su territorio. Eran indigentes, se convirtieron en millonarios. Amaban los coches caros que compraban para lavar dinero. Sobre todo los mejores modelos de Peugeot. Con el tiempo, también realizaron fiestas familiares en salones que hasta entonces eran exclusivos de la clase alta rosarina. La historia empezó con el Viejo Cantero y siguió con sus hijos. Hasta que en la madrugada del 26 de mayo de 2013, en la puerta de un boliche, unos sicarios mataron al Pájaro Cantero, el que había heredado el manejo del negocio. Lo que siguió fue un velorio multitudinario en el populoso barrio Las Flores y una ola de matanzas de sospechosos a plena luz del día y en la oscuridad de la noche. La sed de venganza fue su perdición. Ahora están presos. Guille Cantero, su padre Ariel Máximo (conocido como El Viejo) y Monchi Cantero tendrán, al igual que sus cómplices, veredicto en abril. Hay 25 imputados entre civiles y policías. Son tres causas y cinco homicidios. Sin embargo, ese número no es real.
“Hoy Rosario vive una paradoja: los principales líderes de los grupos criminales están presos o muertos, pero eso dejó un vacío que es un espacio de disputa de una violencia vehemente y desordenada, donde los principales actores son personas muy jóvenes. Los niveles de homicidios bajaron pero cada tanto ciertas disputas focalizadas, como está pasando justo ahora, rebrotan con una violencia muy brutal y muy precaria, que se nota en algunos rasgos llamativos: siguen actuando soldaditos jóvenes como sicarios que tiran tiros tan a lo loco que equivocan el blanco, por lo cual hay una gran cantidad de víctimas ajenas a los pleitos”, me cuenta desde Rosario Hernán Lascano, autor, junto a Germán de los Santos, de Los Monos, un libro de 265 páginas en las que se describe cómo fue ese entramado social que marcó a la ciudad. “Otro rasgo es que la detención de líderes fue pensada como una solución pero creó otros problemas. Porque los cabecillas siguen cometiendo delitos desde la cárcel. Y un gran problema no desmontado es la profunda conexión de la policía con estos delitos. Las fuerzas de seguridad siguen siendo las principales proveedoras de protección y armas a los distintos grupos delictivos”, agrega.
LA PELOTA SE MANCHA
El fútbol, emblema de nuestros tiempos, no está ajeno a este mundo. Uno de los objetivos de Los Monos era tomar el control de las barras de Newell’s y Rosario Central. Claudio Ariel Pájaro Cantero tuvo que declarar ante la Justicia por la emboscada a tres micros de la hinchada de Newell’s, el 4 de febrero de 2010. Querían matar al Panadero Ochoa, líder de la barra que no permitía la venta de drogas en la cancha. En vez de a Ochoa, mataron a un chico de 14 años, Walter Cáceres. El Pájaro y tres de sus cómplices fueron acusados de proveer las armas para el ataque; quedaron absueltos. Las gestiones las había realizado Pimpi Caminos, el anterior líder que les había prometido que, en caso de retomar el control de la popular, podrían vender drogas. Caminos sería asesinado el 19 de marzo de ese mismo año, a la salida de un bar. Varios fueron los balazos que acabaron con su vida en una ciudad que derrochaba la misma violencia que él emanaba. Pimpi era el brazo ejecutor de Eduardo López, un ex presidente de Newell’s recordado por sus aprietes y sus negocios. Pimpi Caminos era tan poderoso que el barrio Municipal donde vivía pasó a llamarse Pimpilandia. En sus calles, su hijo Jonatan seguía sus pasos: había asesinado a un chico de 19 años.
Los Monos incrementaron el negocio con locaciones estratégicas. La venta de drogas se hacía en búnkers especialmente construidos, a los que sólo se podía ingresar por el techo, a través de una puerta-ventana. El otro contacto con el exterior era un pequeño agujero en el que una mano dejaba dinero y otra dejaba la droga. Por lo general, los vendedores eran menores de edad. Así aconsejó la policía. No tienen descanso y no pueden irse hasta que llegue su reemplazante. Para sus necesidades fisiológicas no hay inodoro sino un balde. Apenas una bombita de luz les ilumina las horas de encierro. Pero el dinero que ganan es una opción a la desocupación imperante en la zona. Al menos alcanza para su propia droga y un par de zapatillas de primera marca.
En la Navidad de 2012, recuerdan Lascano y de los Santos, un búnker de Villa Gobernador Gálvez fue atacado a tiros por tres personas. Dos de ellas se subieron al techo, abrieron el chapón y arrojaron al interior un paño encendido con combustible y aseguraron la salida para que no escapen los vendedores. “Empiezan a cocinarse vivos”, recuerdan los periodistas. Uno sale muerto; el otro va a parar al hospital con el 40 por ciento del cuerpo quemado. La venganza no tarda en llegar y la guerra narco suma otro capítulo.
Si les gustaba una determinada casa, Los Monos echaban a sus dueños para instalar sus laboratorios. Aldo Acosta, de 18 años y conocido como Bola, tenía cáncer. Antes de morirse se entregó al desenfreno de la venganza y salía a las calles a matar a los tipos que, cuatro años antes, sacaron de su propia casa a él, a su madre y a sus hermanos. Sabía que no le quedaba mucho tiempo y quería, por lo menos, llevarse a quienes hicieron sufrir a su familia.
“La cronología de los crímenes más resonantes aporta indicios de cómo se reconstruye el mapa narco. No sólo son Los Monos los que asesinan. Todos matan. Desde los barras de Newell’s hasta farmacéuticos que contratan a un sicario para eliminar una nueva competencia”, resumen Lascano y de los Santos.
NARCO BARRAS
Andrés Pillín Bracamonte, histórico líder de la barra de Central, también aparece en fotos junto a Los Monos. Al contrario de lo que hacía Ochoa en Newell´s, Pillín permitía que la banda de El Pájaro vendiera droga en las tribuna. Los acuerdos no duraron para siempre. Se pelearon cuando sospecharon que Bracamonte se había quedado con dinero del pase de Ángel Di María al Benfica y no le había dado lo correspondiente al Viejo Cantero. Había que sacar a Pillín, entonces, y poner al sobrino del Viejo, Pitito Martínez.
Los pases de los jugadores fueron negocio de Los Monos. Y para acapararlo debían controlar las tribunas de Newell’s y Central. Un empresario astuto, Francisco Rafael Lapiana, tuvo entre sus manos a Ángel Correa, surgido de la pobreza de Las Flores. Lapiana irá luego a juicio, acusado de lavar dinero de Los Monos en operaciones de jugadores. Compartían alrededor de 120 futbolistas. Ever Banega y César Delgado eran algunos.
“El juicio en el que están inmersos Los Monos se encuentra en pleno trámite. Diría que el principal revés para ellos es la tremenda visibilidad que se ganaron. Fueron exitosos en tanto, merced a acuerdos con la policía y como mínimo la inacción del sistema penal, garantizaron cierto control de las relaciones criminales desde su predominio y mantuvieron a raya a otras bandas. Pero hoy están golpeados, con sus líderes presos y muchos de sus bienes decomisados. Lo que sí es corroborable es que algunos de sus miembros, como Guille Cantero, fueron procesados por delitos de narcotráfico y secuestro cuando ya estaban presos, es decir que conservan capacidad de acción. Hoy día vivimos un momento novedoso porque la cárcel ya no limita la acción criminal”, me resume Lascano sobre la situación judicial del grupo, que se reactiva tras la feria judicial.
En lo personal, los autores no la pasaron del todo bien tras la publicación del libro. “Me sentí intimidado cuando la mujer del que fue líder de Los Monos (Lorena Verdún) irrumpió en la presentación del libro, logró suspenderla y dijo que se iban a meter con nuestras familias como nosotros con la de ella en el libro. No fue una tontería. Recibimos llamados sugestivos en los que nos hacen saber que conocen nuestro entorno y sus direcciones. El mensaje es ‘no se metan con estas cosas’. Pero contar esto es parte del trabajo periodístico”, me dice Lascano.
Cuando le pregunto qué aprendió de la investigación sobre Los Monos, me responde: “Que el narcotráfico vuelve sospechoso o mancha a todo aquel que se le acerca. A funcionarios judiciales y policías que trabajaron en el caso, a nosotros mismos como periodistas cuando somos acusados de cosas absurdas, como violar la intimidad de una familia cuando estamos abordando hechos de gran dominio público. Esto también pasa porque muchos hicieron su trabajo históricamente de manera turbia”.
También quiero saber si Rosario está estigmatizada o realmente es la ciudad tan peligrosa que se cuenta. Y me dice: “El problema de Rosario, la comercialización violenta de drogas y los estragos en la vida comunitaria no derivan de un estigma. Son reales”.
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