AMIA: EL GRITO QUE CALLAN LAS TRIBUNAS
Por Alejandro Duchini.
En 1994 hubo tres equipos que quedaron en la historia: el River campeón con Passarella y Gallego; el Independiente de Brindisi que se quedó con el otro torneo del año y el Vélez de Bianchi que conquistó la Libertadores y, después, la Intercontinental ante el Milan. Ese mismo año, la Selección quedó afuera del Mundial. “Me cortaron las piernas”, dijo Maradona tras el doping positivo en Estados Unidos. En los partidos de fútbol de primera división se inauguraba el uso de mangas inflables para la salida de los equipos. Era la forma de evitar los piedrazos de algunos hinchas hacia los jugadores. Se afianzaba la televisión por sistema codificado. En febrero San Lorenzo volvía a tener estadio: en su primer partido le ganó 1 a 0 a Belgrano de Córdoba en el Bajo Flores. Eran los años de Hernán Crespo como goleador, la aparición de Ariel Ortega, Sebastián Rambert y Gustavo López.
En medio de aquello sucedió uno de los hechos más trágicos de la historia argentina. El 18 de julio se produjo el atentado a la AMIA, en el barrio de Once. 86 muertos (entre ellos el autor del hecho) y 300 heridos. Desde el deporte no hubo hasta hoy grandes reclamos. Hagan la prueba. Busquen en los archivos de los diarios: casi no hay noticias desde ese ámbito. Quizás el detalle sería que los dirigentes de nuestro país no suelen permitir reclamos. Sucedió con los docentes. Más acá en el tiempo, con la desaparición de Santiago Maldonado. Ni hablar de los pedidos de justicia de los familiares de víctimas de la violencia en las canchas.
Entre los sobrevivientes hay un deportista. Alejandro Mirochnik era triatleta. Trabajaba en la sección de prensa de la AMIA. Al momento de la explosión iba en el ascensor del edificio de Pasteur 633 hacia el quinto piso. El ascensor cayó y quedó entre los escombros durante nueve horas. Lo rescató un perro. Una de sus piernas quedó destrozada. “En ese atentado murió el triatleta campeón argentino. Pero nació otro luchador, un guerrero, que no será campeón argentino pero será un guerrero de superación. Ese guerrero ya corrió 13 ironman”, se define a sí mismo en una entrevista a Misiones On Line Tv.
Después del atentado tuvo un hijo, empezó a estudiar psicología social, se recuperó físicamente y abrió una escuela de guardavidas en La Matanza. Quiere irse a vivir a Córdoba. Y no olvida: “Aquel no fue un ataque a la comunidad judía sino a la sociedad argentina en general”, dice. “Fijate que muy pocos hablan de judíos”.
Al cumplirse diez años, los periodistas argentinos que cubrían los entrenamientos del seleccionado dirigido por Marcelo Bielsa en la Copa América, en la localidad peruana de Chiclayo, hicieron un minuto de silencio. Se les sumaron los jugadores. Me lo recuerda una de las mejores personas que conocí, un colega que prefiere el anonimato y que esa mañana fue uno de los impulsores de la idea en Perú.
El periodista deportivo Ariel Scher habla con orgullo de su abuela paterna, Tamara, sobreviviente del ataque. En 2014 le hizo una entrevista para hablar del tema. Escribió luego que “A Tamara siempre hay un momento en que le cuesta: solloza, respira y necesita un vaso de agua. No es la primera vez que le pasa y no va a ser la última. El mismo relato se lo contó a dos presidentes argentinos, a jueces de todo el mundo, a Baltasar Garzón, a sobrevivientes de atentados en todos los continentes, a conductoras de televisión prime-time, a miles de periodistas, a embajadores, a cuánto estudiante se le acercó y al verdulero de su barrio. Pero, cuando habla de lo que vio en el momento en que bajó el turbio humo que desprendió la bomba que atacó la AMIA en 1994, la voz se le quiebra y, por unos segundos, no puede hablar”. Tamara trabajaba en la AMIA como secretaria de la presidencia. Cuando estaba por tomarse un café todo voló por los aires.
Entre otras cosas le dice a Scher:
“Hay momentos, hay días, hay fechas. O un olor determinado. O un ruido que suena y, de repente, te hace recordar. Los sobrevivientes, que no todos eran amigos míos, nos juntamos cada ciertas fechas. Yo siempre digo, parafraseando a Borges, no nos une el amor sino el espanto. Con algunos, no nos unía nada más que ser compañeros de trabajo, pero la vida nos juntó en algo. Afortunadamente, existe el tiempo. La vida tiene sus compensaciones”.
“(...) son papeles que quedaron en el medio de la explosión y que después trajeron al edificio siguiente y los tiraron en una mesa y ahí los agarramos. Esas cosas me hacían sentir que me encontraba con un antes. Porque existe un antes y un después. Nada es igual. Es muy terrible cuando vos te das cuenta de que algo que estaba vivo ya no está. Sobre todo, si es de repente. Porque cuando las personas se enferman, lamentablemente, uno se hace a la idea de que puede pasar. Esto es muy cruel. Es difícil de aprehender, hablo de aprehender con h”.
“Vos sabés que yo tuve dos veces cáncer. Una vez, fue antes del atentado y otra vez, después. Es terrible porque uno piensa miles de cosas, pero en el fondo uno no quiere creer que está ahí al borde. En el momento en el que explotó la bomba y se veía todo oscuro y yo sentía ese olor a amoníaco, al explosivo, y cuando sentía la casa moviéndose, cayéndose todo, en un momento determinado, yo sentí la presencia de algo tenebroso como la muerte. Es más: yo en ese momento pensé que había muerto, que eso era el tránsito. A mí no me había entrado todavía en la cabeza, pese a que mi compañera Silvina, en ese momento, gritaba ‘es una bomba, es una bomba’. Cuando empezás a entender, empezás a pensar en los demás. ‘Dónde está este’ y lo primero que atinás es decirle a tus seres queridos que estás viva. No se piensa mucho. Es muy difícil pensar y hacerse una idea de lo que pasa. Pero nadie queda igual. Las pesadillas, los miedos y, principalmente, los ruidos. A mí los fuegos artificiales, en Navidad y en año nuevo, me ponen mal porque los ruidos son parecidos, aunque en un nivel menor”.
“Tengo una sensación vívida de que fue ayer. Tengo el recuerdo de mi última conversación ahí. Yo iba a subir al cuarto piso, iba a ir a tomar un café y me llamó el Presidente para que le escribiera una carta. Esa carta me salvó porque yo no subí y, donde estuve yo, que era sobre Uriburu, porque la AMIA era un edificio angosto y largo que llegaba hasta Pasteur, se cayeron los vidrios y todo, pero justo ahí empezaba la parte que no se cayó. ¿Vos podés creer que yo me acuerdo a quién le tenía que escribir la carta y qué decir? Me acuerdo siempre”.
“No me acuerdo sólo de las cosas tristes. Me acuerdo de cosas felices. De cuando nacieron ustedes. De cuando tu papá llamó y dijo simplemente Ezequiel y yo ya sabía que habías nacido. Las cosas así también te quedan. La vida se compone de cosas duras y de cosas lindas y todo se siente”.
“La vida es así. Hay que tener voluntad. Yo hice un esfuerzo y seguí. Me hace muy bien escribir. Arranqué con mis memorias, pero las dejé plantadas, aunque las voy a seguir”.
“Se puede elegir no saber. Pero hay una cuestión que es el antisemitismo. El atentado a la AMIA fue un atentado contra la República Argentina que le hizo mucho daño a la sociedad y yo tengo un reconocimiento por todas las personas que lo sienten así, pero en el fondo de mi corazón yo estoy convencida de que fue un brutal acto antisemita. Fue a la comunidad judía a la que quisieron destruir. Uno piensa que ojalá sea algo que no tengan que ver ni mis nietos ni mis bisnietos. Lamentablemente, hoy, es algo que no puedo asegurarles”.
Ahora, a 25 años del atentado, Ezequiel Scher comenta que “el periodismo deportivo le falta el respeto al atentado cada vez que define a una noticia como ‘bomba’. Al menos en mi experiencia personal, sé que la palabra bomba a mi abuela le sigue haciendo mucho daño emocional. Creo que Tamara nunca salió de ahí adentro, pero es muy inteligente como para haber creado otros mundos donde vivir. Pero sigue ahí. Se dice ‘tengo una noticia bomba’ cuando se piensa en cuánto va a repercutir. Y su significado es parecido al real porque una bomba es un elemento que se acciona y el después puede durar 100 años. Creo que banalizar el dolor de otros es faltar el respeto. No creo que haya intención, creo que no hay conciencia. Las palabras duelen, alteran. Y educan. Mi abuela habla de ‘la bomba’. Y sé que cierra los ojos cuando dice la palabra, así esté tratando de explicármelo cuando yo tenía 10 años”.
La entrevista a su abuela mientras cubría el Mundial de Brasil, una fecha particular para Scher: “Cuando la hicimos había muerto mi amigo el Topo López. Yo cené con él y lo acompañé al taxi donde murió (en un hecho policial). Y me caminaba la cabeza qué podría haber hecho yo para cambiarlo. No me lo explicaba. No me lo explico. Y en parte tuvimos esa charla que se volvió entrevista porque yo necesitaba explicarme unas cuantas cosas sobre la muerte repentina”.
“Tamara para mí es como la cancha de Racing. Es como un lugar donde estás y te sentís seguro de vos mismo porque hay algo de amor que parece incondicional. No sé por qué me dejaría de querer mi abuela. Tamara tuvo dos cáncer y sobrevivió a un atentado y a la vez es mi abuela y a la vez es infinitamente inteligente. Va más rápido que todos los demás. Y sabe decir las cosas”, agrega.
A veinticinco años del atentado a la AMIA, las palabras de Tamara siguen vigentes. Y posiblemente hasta con más fuerza.
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