MI PAPÁ Y EL FÚTBOL
A veces todavía me cuesta asegurar que la fecha exacta en la que murió mi papá fue el 14 de abril de 1998. A veces creo que fue el 15 y otras veces, el 16. El traspié dura unos instantes y acomodo: el martes de su muerte yo estaba lejos, en Mendoza. El miércoles 15 viajaba de regreso en un vuelo en el que de suerte conseguí lugar (en el taxi que me llevó de Aeroparque al Hospital Durán escuché, en total silencio, el amistoso del seleccionado con Israel). En unos meses se iba a jugar el Mundial de Francia. Y el jueves 16 despedí a mi papá en el cementerio de Flores. Le dejé sobre el cajón una camiseta de Independiente. El fútbol, o Independiente, fueron nuestro puente.
Hay un detalle que recuerdo siempre: la tarde del domingo en que me enteré de su enfermedad Independiente perdió con San Lorenzo. Y la noche posterior a su muerte, Independiente le ganó a San Lorenzo. El fútbol nos cerraba ese círculo.
Pero hubo un círculo que cerré dos años después, cuando me fui de Buenos Aires a vivir en un pueblo en el que no sé si buscaba futuro o si lo utilizaba para escapar del pasado. De cualquier modo no logré ninguna de las dos cosas. Pero en el invierno de 2000 hubo un libro que me ayudó. Se llama El buen dolor. Es un texto breve y hermoso de Guillermo Saccomanno. En pocas páginas cuenta cómo vivió él la muerte de su padre. Cómo fue vencido por la posible cobardía de tener que enfrentar la despedida. Me sentí tan identificado que lo leí de un tirón y lo volví a leer de más tirones cada vez que volvía a mi papá. Encima, Saccomanno, al igual que yo, era de Mataderos. Y tampoco pudo enfrentarse a la muerte de ese hombre que, como todos los padres, suelen ser nuestros interrogantes eternos.
Mi viejo murió unas horas después de la Semana Santa. Lo visité agonizando en el hospital un domingo de lluvia por la noche y me escapé a Mendoza a la mañana siguiente. El martes por la noche me avisaron que había muerto pero algo me decía desde unas horas antes que él ya se había ido. Los dos estábamos solos, pero distanciados por mil kilómetros. Lo que siguió fue mi regreso en un vuelo marcado por la incertidumbre y la historia de la selección en el taxi, la camiseta de Rojo y aquello de Independiente-San Lorenzo.
Me quedan de los siete meses de enfermedad de mi padre los paseos por Parque Centenario. Las visitas a su habitación del séptimo piso en el Durán, a la que iba por las escaleras para demorar más la llegada por miedo a que me digan que había muerto. La muerte agazapada, amagando, asustando. La librería de la avenida Díaz Vélez en la que compré Días y noches de amor y de guerra, tal vez el libro entre los libros de Eduardo Galeano. Me quedan también los partidos del Rojo que escuchamos por radio en el hospital y sus enojos con Passarella por el equipo que armaba para el Mundial que no llegó a ver.
Dicen que los padres y los hijos no pueden ser amigos pero en nuestro caso creo que existió la amistad. Fuimos compañeros desde siempre y desde siempre lo recuerdo en la cancha conmigo. Lo recuerdo cuando me contaba la historia de Independiente como la de héroes épicos y me recomendaba que, si quería ser periodista, lea a los grandes de El Gráfico. Acumuló 600 El Gráfico en cada una de sus mudanzas. Mi padre fue una de esas personas que aprendió a vivir casi como un gitano después de la muerte de mi madre. Perdió el norte y así también lo perdimos mi hermana y yo. Hicimos de padres cuando no llegábamos a los 20 años. Pero él nunca dejó de ser un hijo adolescente y rebelde. A mi padre le saqué algunas amarillas a pesar de que varias veces se mereció la roja, pero a eso tampoco me animé.
Escribo esto mientras mi hija Malena, de seis años, mira televisión y pienso que me hubiese gustado que ella y mis otros hijos, Ludmila y Santiago, lo conocieran. Malena suele preguntarme si el abuelo la mira desde el cielo y si yo lo extraño. Claro que lo extraño. Ahora, si la mira desde el cielo, jamás podré saberlo.
Corrió tanta agua bajo el puente en estos 22 años que cuando murió no había internet y todavía mirábamos los goles por codificado o en el resumen de la noche. Es más, cuando murió ni pensábamos que el Rojo podría irse a la B. Mucho menos que ahí no más de su muerte Racing saldría campeón en un país revolucionado. Mi papá fue una de esas personas que hizo de la vida una metáfora futbolera. A todo le encontraba una explicación desde el fútbol. Me queda la duda de qué hubiese dicho, él que era tan exigente, el día en que hice realidad mi sueño de poner mi firma en una entrevista a Bochini en la tapa de Crónica. Seguro hubiese dicho que faltó alguna pregunta o que habría sido mejor que salga en Clarín o Página 12. ¿Y habría leído el libro que escribí? Supongo que sí. Lo que no sé es qué habría comentado, qué parte no le hubiese gustado para que yo alcance la inalcanzable perfección. ¡Si hasta renegaba de Maradona!
Hay veces que lo imagino sentado en su sillón viendo a Messi y diciendo que se equivocó en tal jugada o que todavía le falta para llegar a ser el mejor. Mi papá resolvía cualquier discusión diciendo que el mejor era Pelé.
Enemigos íntimos, de Sabina y Páez, fue mi banda sonora durante los tiempos en que lloré la muerte de mi papá. La canción de los buenos borrachos la escuché hasta que a los borrachos se les pasó la resaca. Ya no la escucho pero ahora que la puse mientras escribo vuelvo a sentir que estoy a fines de los 90, cuando quería empezar de nuevo, más liviano, pero sin saber cómo sacarme tanto peso de encima.
Tengo hijos, amigos, una compañera de oro. Me animé a volver a Buenos Aires: “ya siento que estoy radiante por volver / tengo en cuenta que el diamante es carbón / Vuelvo con el doble de canciones / tratando de cambiar emoción por canción”, me acompañaba Calamaro mientras dejaba la enorme casa propia del pueblo en el que habían nacido mis hijos para irme a un dos ambientes alquilado en Buenos Aires. Me saqué de encima el carbón. Me limpié de tanta mierda, de gente tóxica. Llevó su tiempo, como todo, pero pude patear el tablero, sentirme liviano y llevar conmigo lo que hace falta. 22 años pasaron, papá. Y siempre estás.
Comentarios