¿SE PUEDE ELEGIR UNA MADRE?
¿Se puede elegir una madre? Elegí una, hace mucho tiempo. Cuando murió mi mamá yo tenía 15 años y una soledad típica de adolescente. Sentía que el mundo me debía algo y que encima me estafaba. Pero por suerte estaban mis otras madres: mis tías. Entre ellas, mi tía Susana, que hoy cumple años.
No recuerdo si alguna vez se lo dije pero la elegí como una segunda madre. Creo, en verdad, que nos elegimos. Ella, con tres hijos, nunca me olvidó: jamás me dejó solo. No digo que fui su cuarto hijo, pero sí que fui “como su hijo”.
Pasaron los años y ahí estamos. Nos vemos más o menos seguido pero nos hablamos un montón. Conoció a mis hijos. Me prestó una cama alguna noche en la que estuve solo después de mi divorcio y me ayudó a armar el rompecabezas de mi infancia o de mi familia más cercana: mi papá también se fue antes de tiempo y me dejó silencios. Muchos “de eso no se habla”.
Algunas de esas cosas ahora las sé por mi tía Susana. Quiero saber más de mi propia historia y alguna vez nos sentaremos a hablar en concreto. Saberla testigo directo es un respaldo. Tener identidad o conocer de dónde venimos, un alivio.
La recuerdo en su casa de Lanús con mi tío Franco, cuando yo era chico y ellos no tenían hijos y me cuidaban si mis viejos salían a pasear. La goleada de Argentina a El Salvador en el Mundial 82 la ví en su casa de Lanús. Como no tenían muchos ingresos, se las arreglaban con el sueldo de colectivero de mi tío. Él me hizo una máscara de tela que aún recuerdo porque no había plata para una de plástico. Con esa máscara casera me llevaron a un carnaval de Lanús. Esa noche, nunca me solté la mano de mi tía. Esa misma mano que, de alguna forma, aún tengo tomada.
Después se mudaron a las torres de Wilde. Mis padres también pudieron comprarse un departamento ahí, en cómodas cuotas, pero prefirieron seguir en la Capital. Sin embargo, nunca me faltó un colectivo 98 para ir a visitarlos. Me tomba el 86 en Liniers, me bajaba en Once y me subía al 98 interno 116 para verlos.
Fue en la casa de mis tíos donde regalé mi colección de muñequitos originales de Star Wars a mi primo Sebastián. Yo tendría 15 o 16 años y me sentía grande para esos muñequitos que hoy extraño. Las cosas mejoraron y abrieron su propio negocio. Mi tío Franco laburaba de la mañana a la noche sin parar y sin descansar. Hasta los domingos. Y eso a pesar de los dolores tremendos en la columna. Nunca bajó los brazos hasta que hace dos años una enfermedad lo tiró abajo. Ahí también estuve con ellos. Estuvimos.
En la casa de mi tía todos son de Independiente menos mi primo Sebastián, que es de Boca por herencia de su padre. No existen las familias perfectas.
Ahora que hay cuarentena cada tanto hablamos por cámara web. Mi hija Malena le cuenta su vida y le muestra sus juguetes. A Malena le explico que esa tía “es como mi madre”. Supongo que así lo siente: “Es lo más parecido a una madre que tengo”, le digo con alegría. Con la alegría de saber que está a pesar de los tiempos y momentos vividos. Feliz cumple, tía. Te quiero.
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