SCHUMACHER
“No me hagan una estrella. No me empujen demasiado alto. No quiero eso”. De pocas palabras, el alemán Michael Schumacher se perfilaba a comienzos de los 90 como el gran piloto de Fórmula 1 que finalmente fue. El más campeón de la historia. Siete títulos mundiales. Sabía que su imagen en ascenso generaba aplausos, idolatrías y fama. También negocios. Pero él pretendía perfil bajo. “Privado es privado”, decía, según recuerda su esposa, Corinna Betsch, en Schumacher, el documental de una hora y media que se podrá ver en Netflix desde el 15 de este mes.
La privacidad, tan fundamental para Schumi, lo es también para su familia, a veces atacada por guardar bajo siete llaves noticias del piloto que el 29 de diciembre de 2013 se golpeó la cabeza mientras esquiaba en los Alpes franceses. Al día de hoy sólo hay especulaciones. El presidente de la FIA, Jean Todt, deslizó datos optimistas. Otros dicen que sigue en estado de coma. En el documental no agrega nada al respecto. Apenas opiniones de su esposa y de sus hijos en los diez minutos finales. Lo anterior es un recorrido por su carrera deportiva con algunos (pocos) datos de su vida fuera de las pistas. Quien quiera saber cómo está el ex piloto hoy, no encontrará la respuesta en este trabajo.
Schumacher comienza con una imagen del corredor buceando y luego pasa a la velocidad de un F1 por un túnel oscuro. Podría ser el perfecto resumen de la historia. “Tienes que ser uno con el auto -se escucha en off- porque siempre hay un límite y debes tener cuidado, como con todo lo que te gusta en la vida”.
Estamos en 1991, en Bélgica. El alemán debuta en el equipo Jordan y deja una muy buena impresión. Hasta entonces, se cuenta, su familia peleaba desde una incómoda posición económica. Para armar los kartings en los que competía de chico recurrían a neumáticos y repuestos usados. Ni soñaban con llegar a la máxima categoría. Su suerte cambia cuando irrumpe el manager de pilotos alemanes Willi Weber. En una reunión con su padre se sella un acuerdo y ofrece dinero y auto.
“Tener que ganar con lo más barato era una sensación extra”, recuerda el piloto. Y su padre, Ralph, también hace memoria: “Antes de su debut en la Fórmula 1 comimos pizza y fue la última vez que Michael pudo comer tranquilo en un lugar público”.
Son tiempos del reinado de Ayrton Senna. “Oye, la cagaste y vine a hablar contigo”, le dice Senna, enojado, tras un choque entre ambos que le significó un abandono. “Senna notó que ese tipo era alguien. Cuando eres un león, todos los leones sienten cuando llega un león joven y quieren conservar el territorio”, ejemplifica Flavio Briatore. Se sacarán chispas otras veces. Pero en 1994, en Imola, se producirá un quiebre sin retorno. Senna marcha a toda velocidad, seguido por Schumacher, quien será inesperado testigo del accidente que le costó la vida al brasileño. Es uno de los momentos más emotivos del trabajo. El alemán -quien resultó ganador- da cuenta de la falta de información sobre el estado de salud del colega y del dolor al enterarse del desenlace.
Sin Senna, comienza la era Schumacher. Sus campeonatos y la apuesta que hará Ferrari para incorporarlo como el hombre que le devolverá prestigio a una escudería que no gana un campeonato desde 1979. Se ve a un Schumacher obsesivo con el auto. A punto tal que trabaja hasta muy tarde junto a tres mecánicos del equipo. Pasan los años y los resultados no llegan. En Ferrari dudan sobre su calidad como piloto y Schumacher duda sobre la calidad de los coches.
“Un paranoico de la perfección”, lo definen. “No pide disculpas. Siente que nunca se equivoca”, agregan. Seguro por fuera, su esposa dice que dudaba de sí mismo y que eso era, justamente, lo que quería ocultar. “Que nadie se enterara de que la pasaba mal”. Autoexigente. Resultadista. Su histórica manager y encargada de prensa Sabine Kehm ayuda para armar el rompecabezas Schumacher.
En 1997 los títulos seguían siendo esquivos y se va por seis semanas a Noruega a despejarse. Nieve, familia y treinta amigos. Nada de automovilismo, recuerda Corinna. La superioridad de los McLaren lo tenía a maltraer. Cuando vuelva a las pistas no ocultará su mal humor. Se peleará con Mika Hakkinen. Chocará con David Coulthard y lo irá a buscar para pelear.
En el año 2000, y acá estamos en la parte más alegre de la producción, Schumacher es campeón con Ferrari. Al fin se saca de encima la sombra de Hakkinen y la tensión por no ganar un título. Hasta el 2004 todos los campeonatos serán suyos. Siete veces en total, si se suman los de 1994 y 1995 con Benetton. Desmotivado se retirará en 2006 y volverá a competir en 2010, para Mercedes Benz, escudería que dejará en 2012, cuando debió ceder el lugar al ascendente Lewis Hamilton.
Entonces el documental pasa al fatídico día de 2013. Acá entra lo privado matizado por imágenes familiares de archivo. Sus hijos, emocionados, se suman con opiniones sobre el padre ausente que no está pero está. “Privado es privado”, repite Corinna. “Así que para mí es importante que él siga teniendo su privacidad”, justifica.
“Nunca culpé a Dios. Fue mala suerte y no se puede tener más mala suerte que esa”, analiza la mujer que protege al rey de la F1 y que aguanta como puede las críticas de quienes le recriminan su lógico silencio.
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