LEILA GUERRIERO: “HACER UNA CRÓNICA ES INSISTIR Y RENUNCIAR A MUCHAS COSAS”



En Frutos extraños, la edición ampliada de crónicas de Leila Guerriero realizadas entre 2001 y 2019 que acaba de publicarse en Argentina (Random House), hay un sublime perfil de Facundo Cabral. Tan sublime como el del gigante Jorge González, un jugador de básquet que hizo fama y fortuna y terminó pobre y enfermo. O tan sublime como el de Reynols, una banda rockera liderada por un joven Down. La lista de crónicas sublimes no se termina: el émulo de Freddie Mercury, la incansable persecución a un supermercadista chino, las jornadas junto al empresario Alberto Samid o Fito Páez.

No es todo. Acaba de publicarse La otra guerra - Una historia del cementerio argentino en las Islas Malvinas (Anagrama). En este texto, Guerriero arma el rompecabezas de uno de los temas más dolorosos de la historia argentina reciente. 

-Tus notas se basan en el contacto físico con los entrevistados. ¿Cómo lo resolviste durante la cuarentena?

-En este año, o en este segundo período, fue más liviano porque pude hacer algunas entrevistas presenciales. En su momento, me salvó el Zoom. El año pasado, con todo restringido, acoté el tamaño de mi ambición. Sabía que no podría emprender un gran perfil. Hubiese sido un capricho decir “qué frustración”. Uno se adapta a eso sabiendo que era un momento de emergencia. No fue cómoda la situación ni era el escenario elegido. Me cuido mucho de sentirme resignada, de aceptar. Lo que hice fue decirme que escribiría, que editaría, que daría clases, que haría alguna entrevista por Zoom. No le vi nada provechoso a la situación. Pero no es que todos los días me levantaba en pie de guerra. Esa actitud hubiese sido tozuda, caprichosa, torpe.

-¿Cómo imaginás la vuelta a las notas cara a cara?

-Ahora la pelea es hacer que los entrevistados entiendan que uno los quiere ver personalmente. Tenemos que ser los periodistas quienes insistamos con la presencialidad. Salvo, claro, que del otro lado haya una persona que tenga miedo del encuentro personal: no hay que juzgar el pánico del otro. Eso lo respeto.

-Además de cronista, se te reconoce por tu trabajo como editora. ¿De qué forma trabajás en la edición?

-Me parece que la edición es trabajar bien un texto, pero el trabajo del editor debe pasar desapercibido, que no se note que estuvo ahí porque en definitiva lo que se lee es el trabajo de otro. La labor del editor es decirle que puede mejorar en determinadas cosas. Si tenés buena materia prima vas a poder ir a 320 kms. por hora. A veces el autor no se da cuenta del texto que tiene. La edición es una labor de paciencia, de sostener una conversación educada, valorativa, porque el autor necesita que uno confíe en él.

-¿Coincidís en que cada vez más se publican textos periodísticos que no son editados?

-Sin dudas. Lo que pasa ahora básicamente tiene que ver con la precarización laboral. No creo que se vaya a dejar de editar notas. El editor de turno titula, reescribe, hace todo rápido, en la mayoría de los casos. Sin mencionar que los contenidos están devaluados por la cantidad de clicks. Titular tipo “Los ocho ministros que…” o “Los dos goles de Messi que…” se convierte en una carnada horrible. En lo personal, trato de no leer esas notas.

-¿Extrañás las redacciones?

-No. Mi redacción son los talleres. Con uno de los talleres trabajé a lo largo de un año y medio o más, con todo el equipo interconectado, con herramientas digitales. Se formó así como un equipo de comunicación en el que funcionaban la solidaridad y el intercambio entre colegas sobre distintos temas, como libros, series o películas. Lo que no extraño es algo en lo que nunca me metí, algo a lo que siempre permanecí ajena y me importa nada: las internas, los rumores sobre ascensos o despidos, las intrigas de palacios. Me agotan esas cosas. Siempre fui muy autónoma, independiente, pasé por situaciones complejas en todos los laburos. Lo que vaya a pasar, va a pasar. No me interesa estresarme por cosas que podrían llegar a pasar.

-¿Qué ves cuando recordás tus primeros pasos en el periodismo?

-Nunca me senté a esperar a que me llamen. Sacrifiqué fines de semana, salidas con mi pareja, cines, descanso. En la naturaleza de lo que hago está el factor del tiempo, el mismo vocablo te lo dice: crónica. Eso lleva tiempo. Es como... si querés tener músculos tenés que ir al gimnasio; si te tirás en una cama panza arriba la vas a pasar bien, pero no es compatible con hacer músculos. En la naturaleza de la crónica está ese trabajo de musculación. No se puede hacer un perfil en una hora. Cuando pauto una fecha de entrega, explico cómo trabajo. Y no trabajo con urgencias. Me sentiría incapaz de escribir más de media línea si no tengo un reporteo previo. El tiempo y el espacio forman parte de hacer el trabajo. Insistencia y renuncia a muchas cosas. Si hablás con cronistas de la región todos te van a decir lo mismo: lo hacemos a pesar de que todo indica que no se puede hacer. Ninguno está tumbado en su casa pensando en qué escribir. Combinamos diez cosas a la vez.

-Los suicidas del fin del mundo se convirtió en un referente de la crónica. ¿Es cierto que ese trabajo lo hiciste sin apoyo económico?

-Yo por entonces trabajaba en la revista de La Nación y lo propuse para la Rolling Stone porque no era un tema para el domingo. Me dijeron que sí. En principio me iban a pagar el traslado y otros gastos. Pero justo ocurrió lo de la crisis del 2001 y todo se cayó. Entonces me dije que lo iba a hacer igual. Era un gasto importante: pasaje en avión carísimo, por ejemplo. Y además por cuestiones laborales no tenía mucho tiempo. Fui y lo que parecía ser un artículo largo se convirtió en la posibilidad de hacer un libro. Mi salario no era holgado pero creía profundamente en la historia. Mucho, mucho, mucho creía en la historia. En ese momento estaba con un analista que me decía “usted debería verlo como inversión”. A mi me parecía horrible la palabra inversión. Pero era plata y tiempo. En vez de viajar con mi pareja me iba a trabajar a un lugar complejo.

-Acabás de publicar Frutos extraños y La otra guerra

-Frutos extraños recopila notas ya publicadas y agrega perfiles, como el de Fito Páez. Y La otra guerra es un libro nuevo sobre el cementerio de Darwin, en Malvinas. Parece un tema sencillo y sin embargo es una historia que refleja laberintos y tensiones políticas relacionadas con el rol del Estado, las ideologías, las izquierdas, las derechas, los centros, la relación con el pasado reciente. Es como un reflejo de la historia muy contemporánea argentina. La historia del cementerio de Darwin es la historia de cómo cientos de soldados caídos en Malvinas permanecieron en ese cementerio en lápidas como “soldado argentino conocido por Dios” y sin embargo con dos movimientos podrían haber sido identificados. Empecé un artículo en 2018 y lo terminé en 2019. 

-¿Dedicás mucho tiempo al trabajo?

-Demasiado. Hoy no tengo días de descanso. No está bien, pero desde hace años vivo así. En la semana, aunque soy free lance, me organizo bastante para el laburo. El caudal del trabajo siempre es mucho. La cabeza es algo que se pone en marcha solo: tengo el radar muy encendido todo el tiempo. A veces me impongo una idea pero no sale. Y otras veces hay que dejar todo, salir a dar una vuelta, a correr, y a las dos o tres horas viene una idea u otra cosa. La cabeza nunca te deja sola. Con el trabajo algo decanta y queda como un aprendizaje. Ser periodista es estar todo el tiempo en la universidad. Todos los años cambiás de universidad. Un año te especializás en música clásica, al otro en malambo y al otro en Malvinas. Aprendés muchas cosas que tal vez no estaban en tu horizonte.

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