UNA JOYA DE RAYMOND CARVER


“¿y conseguiste lo que querías en esta vida? / Lo conseguí / ¿Y qué querías? / Considerarme amado, sentirme amado sobre la tierra”. Raymond Carver escribió éste, su poema Último fragmento, cuando sabía que el tumor avanzaba y la quimioterapia no lo salvaría. Por esos días de 1998 trabajaba junto a su esposa, la poeta Tess Gallagher, en su libro póstumo, Un sendero nuevo a la cascada, que sería publicado al año siguiente. Carver moriría el 2 de agosto y no llegaría a verlo publicado.

Último fragmento es una despedida. Casi como la mayoría de los poemas que escribió en seis meses. Está incluído en el genial Todos nosotros - poesía completa que la editorial Anagrama acaba de publicar en edición bilingüe. Son 600 páginas a puro Carver con un prólogo hermoso de Gallagher, la mujer que lo acompañó hasta el final. “Aquellos días yo era muy consciente de ser la única lectora de sus poemas”, nos cuenta en su texto, de 1996. La edición en español, que por estos días se distribuye en Argentina, contiene un maravilloso texto de su traductor, Jaime Priede. “Este libro merece ser leído como un monumental testimonio, honesto y agradecido, del paso por este mundo”, escribe.


Esta obra completa del cuentista nacido el 25 de mayo de 1938 en Oregón, Estados Unidos, es para quienes lo admiramos una forma de reencuentro si se tiene en cuenta que no abundaron textos nuevos o inéditos en español más allá de los títulos tradicionales, también de Anagrama, que aparecieron en los 90. Tres rosas amarillas, De qué hablamos cuando hablamos de amor, ¿Quieres hacer el favor de callarte, por favor? y Catedral. Recién en 2016 se publicó Raymond Carver - Todos los cuentos (Anagrama Compendium), en el que se agregó Si me necesitas, llámame. Hay además otros libros, como Relatos, que incluye su imperdible Vida de mi padre. Pero Todos nosotros nos reencuentra con el Carver poeta. Incluye Fuegos (1983), Donde el agua se junta con otras aguas (1985), Utramar (1986), Un sendero nuevo a la cascada (1989) y Sin heroísmos, por favor (1991), que contiene poemas publicados en revistas literarias.


En la página 592 aparece el poema Lo que dijo el médico. Empieza desde entonces la mirada más melancólica de lo habitual ante la inminente despedida. “Hace unos días se aclararon algunas cosas y sabemos que no tenemos esos años que suponíamos por delante”, “el tiempo nos presionaba como un torno, aplastando nuestras esperanzas de hacerle un sitio a lo eterno”. En Propina, Carver se refiere a sus últimos años en tercera persona. “No hay otra palabra. Pues eso es lo que fue. Una propina. Una propina estos diez años. Vivo, sobrio, trabajando, amando y amado por una buena mujer. Hace once años le dijeron que le quedaban seis meses de vida si seguía así (...) Una propina. Y no lo olvido”. Hay más: “Ahora, mi amor, deja que me vaya. Es hora de ponerse en camino”.


Gallagher nos cuenta en su introducción que la mayoría de los poemas de Todos nosotros fueron escritos entre 1983 y 1985. Doscientos poemas en ese período calificado como “fases muy productivas”. Si a Carver se le suele denominar “el Chéjov americano”, en estos textos se ratifica por qué. A su admirado escritor ruso lo aduce hasta incluir algunos de sus escritos. Lo que nos recuerda el monumental cuento que Carver escribió en su memoria, Tres rosas amarillas.


¿Cómo no escribir desde la melancolía cuando se ha crecido en un ambiente hostil? Si bien Carver refirió a su infancia difícil, tal vez nunca lo haya hecho como en Los tirantes, en el que describe la caótica vida en una casa-trailer, mientras su mamá le imponía órdenes a la vez que recriminaba a su marido por su adicción al whisky. Ese mismo marido-padre que lo único que quiere es un poco de paz y la pide a los gritos, desde su cama, mientras espera dormirse para a la mañana siguiente irse a trabajar.


Todos nosotros puede entenderse a la vez como una autobiografía. Su infancia, la influencia de su padre, el alcohol, la adicción a la Coca Cola, la falta de empleo, las relaciones que se terminan, los hijos, los amigos, los escritores, la escritura y la muerte. “Papá, te quiero, pero ¿qué puedo agradecerte, yo que tampoco sé tolerar el alcohol (...)?”, recuerda al padre, al que volveré unas cuantas veces. Aludirá a algunos de sus colegas, como el gran Charles Bukowski (en No sabés lo que es el amor), el japonés Haruki Murakami (El proyectil), su declarado admirador, y su amigo Richard Ford (Viento). Y en Ondas de radio le dedica a Antonio Machado “el alma también puede ser una encantadora hija de puta, no siempre es de fiar. Y no lo tuve en cuenta”.


“Me flota la cabeza”, se expresa a la vez que refiere a su particular estado de ánimo al escribir cosas como “todo cae en el olvido, casi todo, y más temprano que tarde, bendito sea Dios. Padres, amigos, todos pasan por tu vida y salen de ella, unas cuantas mujeres se quedan un rato, luego se van, los sembrados también se dan media vuelta y desaparecen bajo la lluvia”.


De su divorcio escribe “lejos de aquí, otro hombre está criando a mis hijos, acostándose con mi mujer, acostándose con mi mujer”. El paso del tiempo es otra de las cuestiones a las refiere: “Ahora tengo 45 años. Apenas puedo creerme que una vez tuve 35”. “He visto de primera mano lo que puede hacerle a un hombre la frustración. Puede hacerle llorar, romper la pared de un puñetazo. Puede llevarle a soñar con una casa que sea suya al final de una larga carretera. Una casa llena de música, calma, generosidad. Una casa en la que aún no vive nadie”.


Su hija violentada por su pareja es otro de los motivos de poemas de Carver: “Llevas tres días borracha, me dices, cuando sabés jodidamente bien que la bebida es veneno para nuestra familia. ¿No te servimos de ejemplo tu madre y yo?”. Y después, en Mi hija y la tarta de manzana: “Lleva gafas oscuras en la cocina a las diez de la mañana (...) Pincho el trozo de tarta y me digo a mí mismo que no debo meterme. Ella dice que lo ama. No hay nada peor”. También un viaje por Europa junto a su hijo. Harto de todo, pega un grito en El correo, donde da cuenta de la falta de dinero de su hijo en Europa y de su hija en los Estados Unidos con su compañero “colgado de la anfeta”; allí aparece su madre “enferma y perdiendo el juicio”. Su familia se le vuelve un caos.


Los relatos de Carver no son perdedores, como suele creerse. Son, más bien, sobre gente común. Gente descripta como es y no cómo se muestra. Desocupados, miedosos, frustrados. “La necesidad del amparo”, define Carver. 


Pero esa mirada empezará a cambiar a partir de la llegada a su vida de Tess Gallagher. Le dedicará varios poemas, la recordará como musa inspiradora y como compañera de viajes. Entre ellos, uno por Buenos Aires y Rosario. El Jóckey Club de Rosario en Cubertería, del que dijo guardar buenos recuerdos.


A Tess la conoció en 1977 en un encuentro de escritores en Dallas. Carver había dejado de beber y su matrimonio naufragaba. Al año siguiente estaba en pareja con Tess, la mujer que dice le cambió la vida. Desde entonces Carver deja atrás empleos mal pagos (aserraderos, vigilante, vendedor de programas de teatro) y empieza a publicar con regularidad. Imparte clases de lengua inglesa en la Universidad de Nueva York, consigue comprar una casa y se erige como el escritor que finalmente fue. Atrás quedaban los tiempos duros de la bancarrota cuando, casado, con dos hijos y con apenas veinte años, no tenía cómo mantener a su familia. Desesperación que lo devolvió a la bebida.


El otro momento clave en su vida remite a 1957, cuando era un adolescente casado que trabajaba como mensajero de una farmacia. Un hombre muy viejo al que le llevaba remedios lo invitó a pasar a su casa y mientras esperaba el pago ojeó sus revistas y libros. Al regresar y ver el interés del futuro escritor, le regaló un libro y, recuerda Carver, le dijo: “¿Te interesa la poesía? Puedes llevarte también la revista. A lo mejor algún día llegas a escribir algo?”. Carver prometió leer y volver para comentarle esa lectura. No cumplió y no volvió a verlo. Tampoco recuerda su nombre. “Lo único que puedo decir es que el encuentro fue real (...) Entonces yo solo era un mocoso, pero nada puede explicar un momento así, en el que me fue concedido generosamente lo que más necesitaba. Nada remotamente parecido me ha vuelto a pasar”.


El 14 de enero de 1996, y después de trabajar en los escritos, Tess Gallagher tenía lista en inglés la obra completa de su poesía. Entonces ella escribió (y resumió): “Ray lograba que lo extraordinario pareciera normal, al alcance de todos. También sabía algo esencial: la poesía no es simplemente el recipiente para los sentimientos que deseamos expresar. Es un lugar para ensancharse y ser agradecido, para hacer sitio a los acontecimientos y a las personas que llevamos en el corazón”.


Si un libro se mide también por las sensaciones que deja tras leer la última página, Todos nosotros provoca la sensación de querer leer más y más. Parecería que 600 páginas son pocas. Siempre queremos más de Carver.


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