“LA LITERATURA SIRVE PARA EMPARCHAR LA VIDA"
Eduardo Sacheri es el autor del libro que dio origen a la película El secreto de sus ojos. Para algunos es un escritor futbolero. Pero su obra retrata al ser humano desde una mirada poco habitual. Sus pasiones, sus amistades y su amor por las letras.
Los sábados a la tarde, por Radio Continental, Alejandro Apo
hacía su programa Todo con afecto, donde mechaba relatos e historias de
escritores. Hablaba de Julio Cortázar y, al rato, del Negro Fontanarrosa o de
Osvaldo Soriano. Además, los leía con una enorme pasión. De pronto, mencionaba a
un tal Eduardo Sacheri. Lo mezclaba con los grandes mientras leía su cuento
“Esperándolo a Tito”. Los oyentes llamaban y pedían que lo leyera de nuevo. Apo
redoblaba la apuesta: sumaba los geniales “De chilena” y “Me van a tener que
disculpar”. Sin saberlo, estábamos en presencia de un contador de historias
impresionante. Porque mezclaba la número cinco con el barrio (Sacheri nunca se
fue de la zona oeste, de Ituzaingó, Haedo, Castelar…). En sus relatos
desfilaban sentimientos, traiciones, fidelidades, amistad. Sobre todo, amistad.
Picaba el bichito por saber quién era ese escritor que dibujaba la pelota con
palabras. En las librerías ya estaba su primer libro de relatos, Esperándolo a
Tito. Corría el año 2000. “Gracias a Alejandro Apo por invitar a jugar, en el
picado, al desconocido que espera, ilusionado, junto a la línea de cal”,
agradecía en la primera página ese profesor de Historia de escuela secundaria.
Sacheri se imponía. Apareció otro libro de cuentos: Te conozco, Mendizábal, y
un tercero: Lo raro empezó después. Luego, Un viejo que se pone de pie y otros
cuentos.
Poco antes de Un viejo… había publicado La pregunta de sus
ojos, una novela de amor en la que no faltaron fútbol, amistad ni tristeza. Una
verdadera joyita que Juan José Campanella llevó al cine como El secreto de sus
ojos. La protagonizaron Ricardo Darín, Guillermo Francella, Soledad Villamil y
Pablo Rago. Y ganó el Oscar a la Mejor Película Extranjera en 2010. “Siempre me
ha parecido importante que los hijos conozcan el verdadero valor de ciertos
padres”, se lee en palabras de ese hincha de Independiente al que –al borde de
los 45– le cuesta evitar la emoción al recordar a su papá, fallecido a sus 10
años.
En 2008 apareció Aráoz y la verdad, en la que Luis Brandoni
y Diego Peretti jugaron para un diez en el teatro. “A fuerza de vivir y de
sufrir, los seres humanos terminan por intuir que es imposible hallar un camino
sensato hacia la felicidad”, escribió Sacheri.
Este año, y mientras prepara un libro de cuentos que verá la
luz en febrero o marzo próximo (Los dueños del mundo, se titulará), salió a la
cancha Papeles en el viento. Allí cuenta la historia de un grupo de amigos, uno
de cuyos integrantes acaba de morir y deja como única herencia los derechos
económicos sobre un jugador de fútbol. Sus compinches quieren venderlo para,
con ese dinero, asegurar el futuro de la pequeña hija del fallecido. La
historia es, a la vez, un homenaje a su alicaído Independiente y a los
recuerdos de los años ochenta. Pero es también un canto a la esperanza y a no
bajar los brazos a pesar de las traiciones.
El profesor
El encuentro con Sacheri se pauta en Ramos Mejía, en la
puerta del colegio Santo Domingo, donde enseña Historia. A menos de una cuadra,
un bar sirve de lugar para charlar de su vida y de sus libros.
–¿Por qué elegís al fútbol como escenario?
–Creo que el fútbol es como una especie de telón de fondo en
el que se juegan otras cosas. A los que nos gusta el fútbol, este deporte nos
influye en muchos ámbitos de nuestras vidas. Sobre todo, a quienes somos
estructurados, menos comunicativos que las mujeres, menos expresivos
emocionalmente. El fútbol nos da la oportunidad de meternos tangencialmente, de
costado, en esas cosas, sin que se note tanto. Los personajes de Papeles en el
viento, en particular, viven el duelo de un amigo muerto. Y el modo de
transitarlo tiene un costado futbolero. El fútbol les brinda un auxilio muy
importante.
–¿A qué le apuntaste en esta historia?
–Quise hacer una novela que retratara los vínculos de la
amistad. Fijate que el Mono es el hermano de Fernando y, sin embargo, se
destaca más el rol de amigo entre ellos. No hay lugar para otros personajes que
no sean los de esa barra. Apenas se habla algo de las ex o de las parejas
actuales de ellos, pero se resalta el vínculo de amistad entre los
protagonistas. Esta es la historia que quería contar en el momento en que la
conté. Me gusta mucho meterme en cada libro. Cuando escribo es lo único que me
interesa; no tomo en cuenta los libros anteriores; cada uno lo vivo como si
fuera el único.
–¿Qué significa contar?
–La literatura, para mí, es uno de los modos que tiene el
ser humano de hacer la vida un poco mejor de lo que es. Cuando contamos o
cuando nos cuentan, que es lo mismo, o cuando leés historias escritas por
otros, la literatura emparcha un poco la vida, nos permite aproximarnos a las
zonas más duras de un modo menos trágico, más apacible. Para mí escribir es
eso: recrear la vida, replantearla más parecida a lo que me gustaría que fuera.
–¿Te permite vivir vidas que de otra manera sería imposible?
–No sé si querría vivir esas vidas que cuento, pero escribir
y reflexionar sobre la muerte, por ejemplo, me parece que te permite, o me
permite, reconciliarme con la idea de la muerte cuando me roza. Escribir
permite plantarse mejor frente a las tragedias que albergan todas las vidas.
–¿Por qué te hiciste escritor?
–Por accidente, en el sentido de que quince años atrás
escribía para matar los insomnios y simplemente como catarsis, como ejercicio
de liberar mis propios fantasmas, sin tener la menor idea de que iba a vivir de
esto. Soy un hombre que escribe sobre el mundo que tiene alrededor. A veces
para tratar de entenderlo, a veces para celebrarlo, a veces para entristecerse
con ese mundo. Me gusta ese mundo y, en general, muchos lectores míos tampoco
son lectores habituales. Me gusta que una persona que lee poco y nada me mande
un correo y me diga: “Nunca leo, pero me devoré tu libro” o “A mi hijo le
regalé un libro tuyo y se enganchó”. Para mí no te pueden hacer mejor regalo
que ese. Es brillante que lo que uno hace le sirva a otro.
–¿Se te encasilla cuando se dice que sos un escritor
futbolero?
–No creo que la literatura futbolera sea un género; me
parece que es un tema. El género es la novela, el cuento. Ponele que es una
temática. No me gustaría poder escribir solo sobre fútbol. Me parece que eso te
limita mucho como autor.
–Sin embargo, hay quienes te ponen en ese triángulo que
componen, además, Osvaldo Soriano y Roberto Fontanarrosa.
–Para mí son dos estupendos escritores que, aparte,
escribían a veces de fútbol. No creo formar parte de semejante grupo. Encantado
por mí, pero creo que me queda grande la comparación. Ojalá algún día se diga
de mí lo que se dice de ellos. Lo que me parece que hermana a Soriano y
Fontanarrosa es la temática, esto de escribir sobre gente que está acá a la
vuelta, sin buscar personajes en ámbitos lejanos, sino en la vida cotidiana.
También está eso en común con Cortázar, quien tiene un montón de cuentos
situados en ese mundo de acá a la vuelta. Ese mundo me seduce mucho.
–¿Por qué solés darles lugar a los amigos?
–Los amigos son los hermanos que elegimos, la familia que
elegimos. Me parece que de los grandes afectos que conforman tu vida, algunos
te son dados porque nacés en una familia o generás vos una familia: son
vínculos fuertes, decisivos, no necesariamente buenos, pero te son dados. Los
amigos, en cambio, los construís y elegís desde una mayor libertad.
El fútbol y sus lectores
–¿Por qué te gusta leer relatos de fútbol?
–El fútbol profesional se corrompió, se monopolizó y se farandulizó
mucho. En estos años, algunos hinchas vivimos algo así como que los jugadores
tenían cada vez menos que ver con nosotros, que ese mundo iba perdiendo reglas
en las que creíamos. Me parece que la literatura futbolera vino a llenar de
nuevo ese espacio, a emparcharlo, a tratar de recrear un mundo un poquito mejor
que el real.
–Algo que se rescata de tus libros es que humanizás al
fútbol, lo sacás de la cancha para llevarlo a la vida diaria.
–Es que hay temas como la traición, la muerte, el amor, la
esperanza, la venganza –las grandes emociones–, que pueblan nuestra vida y
pueblan nuestros libros. Los griegos, como dice (Alejandro) Dolina, ya
escribieron todo. A nosotros lo que nos queda es escribir lo mismo, pero mal
(risas). Las obsesiones siguen siendo las mismas, me parece. Y la literatura
sigue girando alrededor de eso. No para recrearla, sino para apaciguarla.
–¿Qué leés?
–Ya no leo Patoruzito, porque me lo sé de memoria, pero sigo
leyendo ávidamente todo el tiempo. Siempre llevo un libro en la mochila: leo
todas las noches, antes de dormirme. No puedo imaginar “la vida sin” tres o
cuatro cosas: sin jugar al fútbol, sin mi familia, sin Independiente y sin
leer. Puedo vivir sin escribir; no quiero, pero podría. Pero entre las dos,
elijo leer.
–¿Te mantenés con la escritura?
–Sí, básicamente, vivo de escribir y de colaborar con otros
medios, como la revista El Gráfico. También, de mis clases. No me voy a hacer
rico, pero trabajo de lo que me gusta. ¿Qué más querés? Si el día de mañana lo
de los libros deja de caminar, daré más clases y leeré menos.
–Seguís dando clases en los colegios...
–Me gusta mucho porque es complementario del trabajo de
escritor. La docencia es lo contrario. En uno te encerrás y en el otro te
vinculás con la gente; en este caso, los alumnos. Siento que está bueno hacer
un trabajo útil, porque dar clases es útil para los demás. Me gusta eso.
–Solés evocar la figura paterna. ¿Quién fue tu papá para
vos?
–Mi padre era una persona muy dispuesta a explicar el mundo
de manera no necesariamente científica, pero sí muy entretenida. Siempre me
acuerdo de él explicándome y de mí preguntándole. En mi casa se leía mucho y mi
hermana me enseñó a leer a mis 4 o 5 años. Mi padre fue mi primer amigo. Su
muerte, cuando yo tenía 10 años, me marcó definitivamente. No me anuló, pero me
marcó. Hay un antes y un después en mi vida con su muerte.
–¿Lo llevás a algunas de tus historias?
–Todavía lo recuerdo mucho, lo tengo muy incorporado. Creo
que mi relación con él influyó mucho en mi manera de ser padre, aunque son
épocas distintas. A lo mejor, mi evocación de él ahora es más plácida que cuando
lo evocaba de chico, porque era rabiosa y angustiada por la injusticia de la
pérdida. En ese sentido, la escritura fue un modo de oxigenar esos recuerdos y
de darles un sentido positivo. La literatura me permitió drenar ese dolor.
En el bar donde almorzamos, la gente habla de fútbol.
Sacheri mira la hora: la tarde ya ocupó su lugar. A él lo espera otro colegio,
otra clase.
Comentarios
Grandioso Sacheri!
Felicitaciones che!